El fin de semana pasado, el público se abalanzó en manada sobre la Expomóvil 2017 atontado por el hechizo de los carros último modelo capaces, unos, de levantar en fracción de segundos los 100 km por hora; otros, de no ahuecarle tanto la billetera al cliente y, los muy exclusivos, de rociar en su interior fragancias de marca cada media hora.
Como desde muy temprano en la mañana la gente se quedó sin parqueo en El Pedregal, al filo del mediodía había vehículos estacionados a la orilla de la carretera, en lomas y potreros, en la ribera de los ríos, al borde de los precipicios, cerca de los gallineros espantados y hasta en los sitios de ordeño de vacas, normalmente bucólicos y apacibles.
Tras parquear, los visitantes en procesión recorrieron a pie el largo trecho hasta el altar principal de los más sublimes automóviles para contemplarlos alelados, tocarlos, olerlos, sobarlos y resobarlos, susurrarles al espejo, travesearlos y sentarse en el superdeportivo de 5 500 cc y $300 mil para soñarse manejándolo por San José en medio de la mirada babeante de todos.
No obstante, y gracias a que el mercado globalizado es vasto y misericordioso, el gran público tenía también la opción de ver carros más “aterrizados” a precios hasta de $9 990, ya sin perfume incorporado, por supuesto, ni estribos retráctiles, ni escape deportivo, adquiribles allí mismo gracias al infalible regimiento de vendedoras en minifalda o galanes de afilada labia que cerraban el trato con los bancos en un santiamén.
Y, bueno, ya sobre las salas, plataformas, pasarelas y tronos de exhibición…la razón de ser de todo esto: su majestad el automóvil, bárbaro, brutal, cabrío; todos con ese sex-appeal humanoide de belleza y potencia retadoras que los diseñadores les imprimen a propósito para hacerlos más provocativos, deseables y vendibles.
Mientras el motor V8 biturbo las enloquecía a ellas por su atronador rugido de fiera en celo, a ellos les seducía la pantalla táctil multifuncional de 8.4 pulgadas, evidencia inequívoca de que el toque de lujuria es hoy más que nunca la tendencia automotriz predilecta del mercado.
Cuál es el mensaje final que nos deja todo este delirante frenesí del tico? Que el carro es actualmente su objeto de máxima adoración; que este es ya parte indisoluble de su propia identidad y estatus; que mata por tener el que quiere sin importar la plata así se endeude y que, por lejos, le dedica más tiempo y amor al chunche que a su cónyuge.
Por último, que no parece tener conciencia de lo que le aguarda en las calles cuando los otros 35 mil compradores nuevos previstos para este año estrenen el suyo y se unan al 1.7 millones de unidades ya en circulación. ¡Bienvenidos al club!
de Edgar E. , ahì se las dejo picando ...