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Wilas

Un gran articulo para reflexionar.....

Martes 09 de Marzo 2010
Conductores borrachos y leyes de juguete

Reto a los que dejaron que siga la fiesta de quienes toman alcohol y conducen hasta matar

Marco Vinicio Vargas es jefe de la Unidad de Trama, Hospital Nacional de Niños, Dr. Carlos Sáenz Herrera [email protected] 07:55 a.m. 08/03/2010
Mis rodillas no se mueven. Mis piernas están adormecidas y no quieren caminar. Es curioso, son solo diez metros hasta aquel salón, donde me esperan unos padres ansiosos y desesperados, y todo mi cuerpo se resiste a avanzar.
Hace solo dos minutos, salí de la sala de reanimación de la Unidad de Trauma del Hospital Nacional de Niños en donde yacen dos seres humanos maravillosos: un niño y una niña. Juntos, no suman ni once años de vida. Ambos fueron impactados por un carro en el vehículo en el que viajaban para la escuela. La explosión de fuerza que se produjo, atrapó sus cuerpecitos entre el caos de latas. Sus cabecitas quedaron mezcladas entre el metal retorcido. Sus manitas, chocaron contra el filo del vidrio cortante. Sus espaldas pegaron contra el duro y negro asfalto. Ambos están muertos.
Miro a mis compañeros de equipo y en sus ojos se refleja el dolor por la pérdida de quienes, apenas hace media hora, eran unos pequeños desconocidos. Sus miradas reflejan la frustración de quien pierde una batalla. Están con el alma cansada porque nadie nunca es el mismo luego de ver morir a un niño, y menos a dos.
Ahora, como grupo, tenemos otra responsabilidad igual o más dura que batallar de cara contra la muerte. Es la responsabilidad de estar frente a un par de padres quienes, con la mayor angustia, nos esperan para saber cómo están sus pequeños.
La puerta se abre y en forma inmediata dos pares de ojos enrojecidos se conectan con los míos y naufragan en la mirada de quienes me acompañan. Una sonrisa hecha mueca desaparece rápidamente en sus caras como queriendo engañar al cuerpo diciéndole que las cosas van a estar bien. Se toman las manos. No podrían estar más cerca. Con manos temblorosas, se limpian las lágrimas. Sus manos están blancas como toda la piel de sus cuerpos. A pesar de que tenemos solo treinta segundos en esa habitación, es fácil ver el temblor en sus labios al hablar y sus rodillas inquietas. Son un par de padres aterrorizados.
Finalmente, cuando lo que debe suceder no se puede contener, cuando tengo la responsabilidad de hablar y de aplastar la esperanza de vida, mi voz al igual que mis piernas, flaquea. ¿Cómo hacer esto? ¿Cómo decirle a un par de jóvenes que sus hijos están muertos? ¿Cómo explicarles que hoy, al regresar y abrir la puerta de la casa, no se encontrarán con aquellas voces llamando a papá?
Cuando, por fin, la voz se suelta y pronuncia el discurso tan temido, este hombre y esta mujer abren sus bocas tratando de aspirar el alma de sus hijos. Un viento frío, helado, se pega en sus gargantas y no los deja respirar. En aquella habitación de hospital, todo empieza a moverse en cámara lenta. Nos miran tratando de encontrar una cara que les diga que lo que acaban de oír fue una broma macabra. Buscan una cara que les diga lo contrario, que les devuelva la vida a sus hijos y a ellos'.
Es al final de esta conversación cuando nos golpea otra realidad: el conductor que los colisionó está detenido, pero aún no sabe que sucedió. Venía de una fiesta y está tan borracho, tan inconsciente, tan feliz' Resulta que conducir después de tomar licor era su conducta habitual. Nos enteramos de que ya lo habían detenido, pero –qué casualidad– dicen que no era reincidente.
Permisividad criminal. Resulta que, ahora, quien les explica a estos papás que sus hijos deberán ir a una morgue en lugar de terminar su viaje y llegar a la escuela, sabe que esto pasa porque el Estado costarricense es permisivo y que quien debería estar detenido por usar un arma en la vía pública bajo los efectos del alcohol, está en la calle por el “pobrecito”'
Reto a quienes, por salvar unos cuantos votos, permitieron que siguiera la fiesta de miles de personas que todos los días toman licor antes de llegar a sus casas y conducen hasta matar.
Pero también reto a cada uno de los ciudadanos que favorecen esas conductas diciendo “'. ¿cómo? Ahora, no se puede tomar ni un traguito”, “'diay, entonces no se puede ni ir a una graduación”, “' ¡Qué vida! Ya no podemos ir a una fiesta”' como si todo lo que se celebrara en las fiestas fuese el guaro. Los reto por haber permitido que esto sucediera.
Reto a cada ciudadano por no haber hecho más, ni ellos ni nosotros, ni ellos ni yo. Nuestra función en la sociedad no se limita a dejar solos a los que gobiernan. No tuvimos el valor, la fuerza y la entereza para tener un estado de cero tolerancia a la conducción bajo los efectos del alcohol. Los ciudadanos no tuvimos el nivel de organización y valor que tuvo Candice Lightner en 1980, quien, después de enfrentar la muerte de su hija de 13 años por un conductor borracho, fundó en los Estados Unidos MADD, que son las siglas en inglés de una organización cuya traducción en español es “Madres Contra Conductores Borrachos” (- Mothers Against Drunk Driving).
Tenemos que asumir como costarricenses que nuestras almas también estarán manchadas por la sangre de cada niño, de cada niña y de cada persona que muera o sufra lesiones por una conducta asociada a la conducción y al alcohol, conductas que pudieron ser frenadas con una ley realmente fuerte que permitiera a los fiscales y jueces tener armas de peso para trabajar. No leyes de juguete, con portillos para evadir la responsabilidad y, peor aún, evadir la moralidad que, como seres humanos, debemos tener: esa humanidad y moralidad que, después de defender o de liberar a un conductor borracho, nos permita vernos ante un espejo y no sentir vergüenza y asco de nuestros actos y de nosotros mismos.
Después de casi diez años de ser el cirujano responsable de la Unidad de Trauma del Hospital Nacional de Niños y de haber dado esta noticia unas doscientas cincuenta veces a unas doscientas cincuenta familias, les puedo decir que una parte de nosotros se queda ahí, y que es peor cuando en la intimidad de nuestro ser sabemos que aquello no debió suceder. Reto a todos los responsables de estas muertes para que vengan a hablar con estos padres.

Miércoles 10 de Marzo 2010
En Vela

Este periódico publicó ayer el artículo “Conductores borrachos y leyes de juguete”, cuyo autor es el Dr. Marco Vinicio Vargas, jefe de la Unidad de Trauma, Hospital Nacional de Niños. Un estilo sobrecogedor, donde la palabra alcanza toda su potencia, una descripción desgarradora y un “yo acuso” que taladra la conciencia de la gente decente.
Una lectura obligatoria para todos los costarricenses respetuosos de la vida, para todos los estudiantes en las aulas, para todas las familias congregadas y para todos los asesinos en potencia que pueblan las carreteras del país con un vehículo mortífero en sus manos y la mente obnubilada y embrutecida por el licor. Intenté entresacar algunas frases aceradas, golpeantes, afiladas, para elaborar esta columna y colaborar con el lector, pero no pude.
Desde el título hasta la última palabra, este artículo, escrito de rodillas ante los cadáveres de un niño y una niña, quienes salieron de su casa jubilosos, rumbo a la escuela, en una fresca mañana, y terminaron su itinerario en una morgue, no admite segregación alguna. Es una sinfonía de dolor donde cada nota tiene sentido pleno y devastador.
¿Cómo explicarles a unos padres jóvenes aterrorizados, en la sala de espera, que sus hijos, embestidos por un conductor borracho, tras una juerga, nunca más retornarán a sus casas ni a sus regazos? El Dr. Vargas les transmitió la terrible noticia y nos confiesa que si la muerte de un solo niño en estas condiciones les cansa el alma y sienten que, por tanto dolor, los profesionales y sus asistentes no volverán a ser ellos mismos, ¿qué no ocurrirá con tantas muertes acumuladas a lo largo de un año?
Esta escena se ha repetido en Costa Rica por muchas décadas. Las noticias de choferes borrachos o de conductores irresponsables, asesinos de niños y de adultos, han inundado los medios de comunicación social hasta eliminar la capacidad de sorpresa o de asombro de nuestro pueblo. La muerte en las carreteras, como ahora en las propias casas, ha sido nuestra compañera y el pan cotidiano sucesero de Costa Rica.
Nuestras manos y nuestras almas –dice el Dr. Marco Vinicio Vargas– están manchadas de sangre por la muerte de tantos niños. También por las otras muertes caseras o callejeras de niños y de madres, pues, como casi siempre, llegamos tarde. Los diputados que anteayer en la tarde se trenzaron en un berrinche tabernero por la ley de tránsito nos lo diagnostican.
Necesitamos, como sociedad, una “alcoholemia” moral
 
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