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Wilas

La Mentira, qué opinan?

Dice Walter Riso:

Para algunos, mentir se ha convertido en un estilo de vida.​
Sin advertirlo, han creado una red tan compleja de información falsa, que ya no saben como escapar del enredo y hallar la verdad.​
Es probable que la mentira produzca cierta fascinación en los niños.​
Además de aprender a evitar los regaños, pueden construir un mundo fantástico a su tamaño y engatusar a los demás.​
Y de allí puede surgir un inocente "jugar a engañar" que, al ver las ganancias potenciales, se convierte en hábito.​
Con la mentira podemos llamar la atención y producir admiración.​
Poder ficticio, pero poder al fin.​
Los mentirosos sostienen que aunque el deslumbramiento no es legítimo, de todas maneras lo disfrutan bastante.​
Su posición es clara e implacable: la mentira como un instrumento para obtener ganancias secundarias.​
También mentimos para huir de las obligaciones asumidas.
Podemos enfermarnos, o inventar una calamidad doméstica o hallar un chivo expiatorio en nuestra imaginación.​
Otra vez el provecho, a través de una falsificación que no siempre es delito y que produce alivio.​
A veces, pareciera no existir antídoto contra esta tentación.​
¿Quién no ha mentido alguna vez? Aunque se trate de mentiras piadosas (justificadas en la intención de no producir un daño innecesario), ¿Quién tira la primera piedra?​
Las mentiras frecuentes pueden originar, al menos, dos problemas de consideración.​
El primero, cuando se vuelve costumbre y se repite mecánica y sistemáticamente, sin mucho sentido: embaucar por embaucar.​
Ya ni sabemos por qué lo hacemos.: mentirosos crónicos, megalomanía comportamental pura.​
Y el segundo, cuando llegamos a creernos el cuento y a confundir verdad con embeleco.​
Adoptamos una forma de autoengaño donde la existencia real y fantaseada se entremezcla peligrosamente.​
No sólo terminamos siendo víctimas de nuestro propio invento, sino que además somos víctimas felices.​
Esta farsa continua y autodirigida, obra como una píldora de "éxtasis", una megalomanía existencial que nos hace sentir, irracionalmente, más ligeros del equipaje.​
¿Qué pasaría si desde hoy, sin excusas ni amagues, decidiéramos mostrarnos como en verdad somos y asumiéramos el riesgo de hacernos públicamente responsables de nuestras acciones, pensamientos y afectos?​
¿Generaríamos tanto rechazo como creemos?​
Dejar de mentir es un alivio.​
Sin máscaras, el rostro se ve mejor, más relajado.​
Ya dejaremos de vernos tan perfectos comos hemos querido aparentar, pero al menos auténticos.​
Deben ser muy pocos los que nunca han mentido, si los hay.​
De todos modos, puedes al menos ser veraz sobre los rasgos que te definen en esencia, y que no podrás disimular o enmascarar, sin sentirte traidor de tus propias causas.

Y ustedes, qué opinan?​
 
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