[FONT="][h=1]Dificultades del ateísmo[/h][h=2]Pío Moa[/h]
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[h=3]Otros artículos del autor[/h]
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[FONT="]"¿Qué es el hombre? Un saco de deseos". Lo dijo San Agustín, creo, aunque cito muy de memoria, y quizá fue otro. En todo caso es una buena definición. La capacidad humana para multiplicar los deseos de forma, en apariencia, ilimitada e insaciable, constituye una diferencia clave con la animalidad. Podría explicarse al ser humano, hasta cierto punto, por el dinamismo de sus deseos y temores.
Desde el principio de la Historia, el sentimiento religioso ha frenado esa tendencia típicamente humana, obligando a restringir y armonizar mejor o peor los deseos: la restricción suele aparecer como un mandato de la divinidad. Se comprende entonces que la negación de Dios pueda presentarse a su vez como una liberación, y así lo hacen los utopismos ateos. "Si no hay Dios, todo es posible", vino a decir Dostoievski. Eliminado el sentimiento de Dios, desaparece el de culpa, y con él, el deber de autocontención.
Pero nadie puede comportarse del todo como si no hubiera Dios. Pues los deseos desatados de cada uno chocan con los ajenos, y su satisfacción exigiría tiranizar al prójimo y exponerse a sus represalias. La sociedad se convertiría en el albergue del crimen generalizado. Los utopismos han comprobado ese hecho, al cual intentan escapar imponiendo unas normas sociales que los individuos deberían interiorizar como una segunda naturaleza (el "hombre nuevo"). Interiorización solo alcanzable aboliendo la libertad y haciendo de la sociedad una cárcel. Así, la máxima liberación del deseo conduce a la máxima esclavitud. Por otra parte, los deseos liberados provocan, con su multiplicidad y contradicción entre ellos, un aumento paralelo del temor y la angustia, hasta desgarrar la psique del individuo. Ambos efectos manifiestan el castigo de los dioses.
En un plano menos extremo, cabe imaginar un equilibrio basado en la aceptación utilitaria de unas normas o restricciones acordadas por mayoría. Sobre este problema ha girado gran parte del pensamiento occidental. Las normas, quitado su referente religioso, serían meras convenciones sociales. Pero muchos podrían sentir que el acuerdo ajeno, incluso mayoritario, carece de virtud para obligarles. Tanto más ante la noción de la muerte sin trascendencia, pues esa noción hace de la vida un todo, y vuelve intolerable la perspectiva de constreñirla —de constreñir los deseos que son su sustancia— a decisiones de otros, nunca merecedoras de más respeto que las propias. El hombre débil aceptaría las convenciones, por miedo a la sanción social, pero el hombre fuerte y audaz podría rechazarlas. Recurriría a la violencia, pero no necesariamente. Al no tener las normas otra base que la convención, salta a la vista la posibilidad de sustituirlas por otras, arbitrariamente.
Como venía a decir un personaje de Aristófanes, si está establecido que los hijos no peguen a los padres, es porque a alguien se le ha ocurrido y los demás lo han aceptado. ¿Por qué no iba a establecerse la ley contraria, si alguien con suficiente labia convenciese a la mayoría?
100% de acuerdo con este autor las normas y la ley misma no es nada más que una convención social. Eso es lo único que es y que siempre ha sido.
Lo que la sociedad acuerda que es lo legal y lo moral es lo único que es moral y legal. Nada más.
Lo que es moral y legal hoy podría no serlo mañana. Por eso el homosexualismo ahora es más tolerado de lo que fue antes y por eso ahora el racismo y la esclavitud contra los negros no es tolerado.
NO HAY NI HABRA NUNCA UNA MORAL PERFECTA QUE "VIENE DE DIOS."
SOY HOY MUCHO MÁS ATEO QUE AYER. CADA DIA ME CONVENZO MÁS DE ELLO.
Me parece increible que hace solo unos 50 años y más atras la gente consideraba a los sacerdotes católicos como aquellas personas que nos daban guia espiritual y moral. Los mismos que luego encubrieron a pedófilos violadores de niños. [/FONT]
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[FONT="]"¿Qué es el hombre? Un saco de deseos". Lo dijo San Agustín, creo, aunque cito muy de memoria, y quizá fue otro. En todo caso es una buena definición. La capacidad humana para multiplicar los deseos de forma, en apariencia, ilimitada e insaciable, constituye una diferencia clave con la animalidad. Podría explicarse al ser humano, hasta cierto punto, por el dinamismo de sus deseos y temores.
Desde el principio de la Historia, el sentimiento religioso ha frenado esa tendencia típicamente humana, obligando a restringir y armonizar mejor o peor los deseos: la restricción suele aparecer como un mandato de la divinidad. Se comprende entonces que la negación de Dios pueda presentarse a su vez como una liberación, y así lo hacen los utopismos ateos. "Si no hay Dios, todo es posible", vino a decir Dostoievski. Eliminado el sentimiento de Dios, desaparece el de culpa, y con él, el deber de autocontención.
Pero nadie puede comportarse del todo como si no hubiera Dios. Pues los deseos desatados de cada uno chocan con los ajenos, y su satisfacción exigiría tiranizar al prójimo y exponerse a sus represalias. La sociedad se convertiría en el albergue del crimen generalizado. Los utopismos han comprobado ese hecho, al cual intentan escapar imponiendo unas normas sociales que los individuos deberían interiorizar como una segunda naturaleza (el "hombre nuevo"). Interiorización solo alcanzable aboliendo la libertad y haciendo de la sociedad una cárcel. Así, la máxima liberación del deseo conduce a la máxima esclavitud. Por otra parte, los deseos liberados provocan, con su multiplicidad y contradicción entre ellos, un aumento paralelo del temor y la angustia, hasta desgarrar la psique del individuo. Ambos efectos manifiestan el castigo de los dioses.
En un plano menos extremo, cabe imaginar un equilibrio basado en la aceptación utilitaria de unas normas o restricciones acordadas por mayoría. Sobre este problema ha girado gran parte del pensamiento occidental. Las normas, quitado su referente religioso, serían meras convenciones sociales. Pero muchos podrían sentir que el acuerdo ajeno, incluso mayoritario, carece de virtud para obligarles. Tanto más ante la noción de la muerte sin trascendencia, pues esa noción hace de la vida un todo, y vuelve intolerable la perspectiva de constreñirla —de constreñir los deseos que son su sustancia— a decisiones de otros, nunca merecedoras de más respeto que las propias. El hombre débil aceptaría las convenciones, por miedo a la sanción social, pero el hombre fuerte y audaz podría rechazarlas. Recurriría a la violencia, pero no necesariamente. Al no tener las normas otra base que la convención, salta a la vista la posibilidad de sustituirlas por otras, arbitrariamente.
Como venía a decir un personaje de Aristófanes, si está establecido que los hijos no peguen a los padres, es porque a alguien se le ha ocurrido y los demás lo han aceptado. ¿Por qué no iba a establecerse la ley contraria, si alguien con suficiente labia convenciese a la mayoría?
100% de acuerdo con este autor las normas y la ley misma no es nada más que una convención social. Eso es lo único que es y que siempre ha sido.
Lo que la sociedad acuerda que es lo legal y lo moral es lo único que es moral y legal. Nada más.
Lo que es moral y legal hoy podría no serlo mañana. Por eso el homosexualismo ahora es más tolerado de lo que fue antes y por eso ahora el racismo y la esclavitud contra los negros no es tolerado.
NO HAY NI HABRA NUNCA UNA MORAL PERFECTA QUE "VIENE DE DIOS."
SOY HOY MUCHO MÁS ATEO QUE AYER. CADA DIA ME CONVENZO MÁS DE ELLO.
Me parece increible que hace solo unos 50 años y más atras la gente consideraba a los sacerdotes católicos como aquellas personas que nos daban guia espiritual y moral. Los mismos que luego encubrieron a pedófilos violadores de niños. [/FONT]