Cuando sucediò esta historia, todavìa tenìa Costa Rica vestigios de aquel mundo bucòlico que ya pasò.
Doña Maitìn vivìa como todos entonces, en su chata casa de adove y de maderas, poblada de latas que hacìan las veces de macetas y viejos palos mago y aguacates, tambièn en el patio donde guardaba la leña tenìa algunas gallinas.
Pasaba feliz en su tiznada cocina, durante horas se probaba ante un espejo vestiditos heredados que nunca usarìa y soñaba con escenarios lejanos e idìlicos, donde los seres eran todos romànticos prìncipes y pàlidas princesas.
Un dìa una de las grandes gallinas "cuijen" que por entonces habìa montones y ya casi han desaparecido puso un enorme huevo azul. Al verlo Maitìn se estremeciò, supo enseguida que su vida serìa otra desde ese instante. Pues ahora serìa rica, aquel gran huevo azul harìa la diferencia. Pensaba Maitìn como los pobres que confunden cultura con riqueza, que en la magia de aquel huevo estarìan las respuestas a todas las necesidades de su espìritu.
Pasaba las tardes enteras haciendo girar aquel huevo entre sus dedos, en su rugoza textura de azules matices, descubrìa cascadas de colores, desde la pasiòn y riqueza de la paleta de Monet, hasta los grandes maestros de la Escuela Española de Parìs. Otras veces cerraba el portico de su cocina dejando una endija que filtrara el sol y desde la penumbra, contemplaba en el contraluz de aquel huvo sombas chinescas, se veìa a si misma como una Duncan danzando desnuda entre las palmas.
Un dìa camino del mercado a donde iba con su bolsa de vìveres, cruzò con un meteco de aspecto gris, quien la saludò con un guiño leve que quitò por un momento la letanìa de sus ojos. Pasaron de largo y antes que Maitìn pudiera volverse, se acercò a ella uno de esos descalsos y prejuiciados boyeros de antaño, quièn la previno de los riezgos y peligros de tales individuos "groceros, irrespetuosos, manipuladores" y entonces Maitìn se dijo "no sabrè de ese patàn" "prefiero la soledad que me da el respeto" ese dulce e insalvable abismo entre las almas.
Otra vez se encerrò en la vieja casona, y màs apasionada que nunca pasaba los dìas enteros en la contemplaciòn de su huevo, Para que no se le dañara jamàs lo guardò con mucho cuidado en un blanco mantel en el armario. Cada dìa que tenìa una congoja se alegraba de su suerte, porque aunque las desventuras fueran muchas ella tenìa aquel maravilloso huevo. Al tiempo un impuro y nauseabundo olor comenzò a inundar la casa, alarmada imaginaba que aquel tipejo que cruzara una vez en el mercado tenìa algo que ver en el asunto.
Al fin asustada por tanta fetidez resolviò irse del lugar, fue al armario a recoger su mayor y magnìfico tesoro y al tomarlo entre sus dedos no tuvo tiempo de evitarlo... porque aquel huvo azul que un dìa fuera perfecto, debilitado por el tiempo se destrozò en sus manos y recièn entonces se diò cuenta que aquella inmundicia provenìa justamente de allì, del fruto de sus sueños y desvelos.
Con Cariño. Vìctor.-
Doña Maitìn vivìa como todos entonces, en su chata casa de adove y de maderas, poblada de latas que hacìan las veces de macetas y viejos palos mago y aguacates, tambièn en el patio donde guardaba la leña tenìa algunas gallinas.
Pasaba feliz en su tiznada cocina, durante horas se probaba ante un espejo vestiditos heredados que nunca usarìa y soñaba con escenarios lejanos e idìlicos, donde los seres eran todos romànticos prìncipes y pàlidas princesas.
Un dìa una de las grandes gallinas "cuijen" que por entonces habìa montones y ya casi han desaparecido puso un enorme huevo azul. Al verlo Maitìn se estremeciò, supo enseguida que su vida serìa otra desde ese instante. Pues ahora serìa rica, aquel gran huevo azul harìa la diferencia. Pensaba Maitìn como los pobres que confunden cultura con riqueza, que en la magia de aquel huevo estarìan las respuestas a todas las necesidades de su espìritu.
Pasaba las tardes enteras haciendo girar aquel huevo entre sus dedos, en su rugoza textura de azules matices, descubrìa cascadas de colores, desde la pasiòn y riqueza de la paleta de Monet, hasta los grandes maestros de la Escuela Española de Parìs. Otras veces cerraba el portico de su cocina dejando una endija que filtrara el sol y desde la penumbra, contemplaba en el contraluz de aquel huvo sombas chinescas, se veìa a si misma como una Duncan danzando desnuda entre las palmas.
Un dìa camino del mercado a donde iba con su bolsa de vìveres, cruzò con un meteco de aspecto gris, quien la saludò con un guiño leve que quitò por un momento la letanìa de sus ojos. Pasaron de largo y antes que Maitìn pudiera volverse, se acercò a ella uno de esos descalsos y prejuiciados boyeros de antaño, quièn la previno de los riezgos y peligros de tales individuos "groceros, irrespetuosos, manipuladores" y entonces Maitìn se dijo "no sabrè de ese patàn" "prefiero la soledad que me da el respeto" ese dulce e insalvable abismo entre las almas.
Otra vez se encerrò en la vieja casona, y màs apasionada que nunca pasaba los dìas enteros en la contemplaciòn de su huevo, Para que no se le dañara jamàs lo guardò con mucho cuidado en un blanco mantel en el armario. Cada dìa que tenìa una congoja se alegraba de su suerte, porque aunque las desventuras fueran muchas ella tenìa aquel maravilloso huevo. Al tiempo un impuro y nauseabundo olor comenzò a inundar la casa, alarmada imaginaba que aquel tipejo que cruzara una vez en el mercado tenìa algo que ver en el asunto.
Al fin asustada por tanta fetidez resolviò irse del lugar, fue al armario a recoger su mayor y magnìfico tesoro y al tomarlo entre sus dedos no tuvo tiempo de evitarlo... porque aquel huvo azul que un dìa fuera perfecto, debilitado por el tiempo se destrozò en sus manos y recièn entonces se diò cuenta que aquella inmundicia provenìa justamente de allì, del fruto de sus sueños y desvelos.
Con Cariño. Vìctor.-