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Wilas

La Luna alumbra y el bullòn de la carreta...

Voy a “meterme” con uno de los símbolos de Costa Rica hoy. Voy a “entrarle” a la “cachreta”, y como el público que aguanta leer mis artículos es costarricense, me las tendré que “pelar” con conocedores idóneos, así que no me valdrán palabritas rebuscadas o robadas al coloquio campesino.

Voy a arriesgarme a plantear que la carreta costarricense tiene su origen más remoto en los pueblos godos que arribaron a la Europa Románica desde el Cáucaso (con esto me aseguro de paso que ningún boyero me diga una sola palabra). Me baso para afirmarlo en lo siguiente:

Que si bien en el tipo humano costarricense sobresalen principalmente tres grupos raciales, celtas, vascones y godos, es este último el que se manifiesta con más fuerza (probablemente por inmigración castellana). Este pueblo de origen germánico tenía características propias también a los ticos: fuerte disformismo sexual y carácter pacífico. Viajaban en grandes formaciones de carretas tiradas por bueyes, en las que llevaban a sus familias, incluso al combate.

La carreta existe (o existió) en toda Latinoamérica, llegó con la colonización, pero solo en Costa Rica dominó la de rueda maciza. En su evolución tecnológica la carreta adoptó eje, bocinas y herrajes metálicos, adornos multicolores y mejoró su característica más preciada: el “bullón”. Porque la carreta no solamente es un medio de transporte, aunque cumple ese cometido a la perfección. Ni es un decorado rodante de carácter alegre y tradicional. Lo más importante y apreciado por sus utileros y conocedores es su escandaloso sonar, porque por sobre todo la carreta costarricense es una “inmensa caja de música”.

Las he estudiado, y para ello he visitado en varias oportunidades la fábrica construida en 1920 por Fernando Alfaro en Sarchí. Todo costarricense amante de sus tradiciones debería darse una vuelta por ese taller. Es como un fantástico “carrusel” movido por la fuerza del agua. Se dará cuenta también de la clase de hombres que forjaron Costa Rica.

Los boyeros, siempre recelosos de los extraños, me daban toda clase de explicaciones “empíricas” o “de mentirillas” sobre que producía la calidad del bullón. Que las ruedas de lagarto, o las de danto, o que las cajas de laurel negro. Una tarde, conversando con Uriel Alfaro, le disparé la pregunta a boca de jarro, de manera directa e irrevocable “Uriel, no es posible que usted no tenga claro, qué es lo que hace a la calidad del sonido de la carreta” (y guardé un silencio de muerte)…

Meditaba don Uriel si soltaba “la prenda” o no, hasta que por fin con una risilla dijo “creo que es el temple del eje, con darle un golpecito ya imagina uno como va a sonar la carreta”. Así era la cosa, entonces… Entusiasmado me dijo “venga… Oiga como suena esta carreta” e hizo girar sobre el piso de arena una carreta viejísima, como para botar. Hubiera escuchado el lector aquel sonido, era el canto mágico del cafetal, como si todos los duendes y las hadas de Luna hicieran coro.

Creo que todavía se puede trabajar sobre el “temple del eje”. En su acero, su espesor, su torneado en las puntas, la distancia entre pernos y entre ruedas (para que la honda vibre con exactitud). Tacos de hule o naturales para la libertad del sonido, compuestos químicos y resinas para su “caja de resonancia”. En una palabra todavía se puede “perfeccionar” el bullón sin que pierda su carácter tradicional.

Quizás este rápido boceto pueda interesar a alguno para meterse más en el asunto. Se pueden adquirir carretas viejas para hacer pruebas, adaptarles nuevos ejes (con tecnología de punta) y hasta concursos de “bullones” se pueden organizar.

Cordialmente. Víctor.-
 
#1 en FACTURA ELECTRÓNICA
ese sí sería un bullón interesante, algo diferente para variar, algo que recuerde que las generaciones no tienen por qué estar peleadas (una de las tantas utopías mías, pero creo que un sueño necesario al fin)
 
Sabes algo Victor??, yo creo que en este país pronto tendremos serenatas de esas con olor a cafetal que dice usted, lo creo no se por qué, pero, ´se que será así.
De lo contrario, que las próximas generaciones nos lo demanden.

Gracias por tu aporte.
 
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