A menudo buscamos los signos más despampanantes para que podamos aplicar la palabra "excepcional". Es bella la mujer 90-60-90 con rasgos muy lejanos a los de nuestra raza americana. Es interesante el hombre que se conoce todos los bares y sitios IN de Escazú. Es sabio y erudito el que escribe una columna en cualquier periódico comercial y que se rebusca los términos más complicados para decir sus verdades. Lo peor es cuando, por contraparte, tratamos a algunas personas como labriegos, usando el término en una pésima forma despectiva.
Yo tengo el placer de conocer a un labriego, un campesino, que encierra un caudal de sabiduría incontable. Su refugio, ubicado en las faldas del imponente y ahora cuasi despierto volcán Turrialba, goza de su presencia desde hace 50 años. La vida compensó, hace 4 años, mi falta de abuelos y me permitió conocer a Abel, a quien lo he adoptado como abuelo de honor. Sus cabellos nevados y un par de ojos pispiretos son extrañados a menudo por esta luna josefina.
Muy temprano lo puedes ver trabajando entre nieblas, con las tareas propias de la lechería que custodia. Puede que mientras las horas avancen, lo pilles en una conversación alegre con caballos y potrillos. O cuidando hermosos jardines que nacen en sus manos como cuentos en la pluma de Magón. Pero las mejores horas, las que más disfruto, es cuando llega por la noche, con algún requesón para cocinar el postre favorito en esos parajes. Entonces no falta el vino, la leña en la cocina calentando la estancia, las velas que juegan con los vidrios, creando aquel efecto de luciérnagas encerradas, y empieza la conversación. Con Abel puedes hablar de política o de historia, de batallas o de movimientos pacifistas. De industrialización y de ecología. De filosofía. De energías. De misterios envolventes. Del poder de la mente.
Y sabio como es, logra encontrar el nivel para conversar contigo. A veces sientes que te lee, que puede descubrir en tus ojos verdades encerradas, y entonces no vale la pena siquiera intentar engañarle.
Hoy, cuando muchos buscan señales de humo en el cielo y mensajes divinos en las estrellas. Hoy, cuando muchos se enfrascan en demostrar a los demás que nadie sabe más que ellos, en el tema que sea, yo pienso en mi viejo Abel. En Abel el campesino, en Abel el sabio, en Abel el poeta. En un mundo aparentemente aislado, sin televisión ni internet, él es lo más similar al grial para muchos de los que le conocen...
Yo tengo el placer de conocer a un labriego, un campesino, que encierra un caudal de sabiduría incontable. Su refugio, ubicado en las faldas del imponente y ahora cuasi despierto volcán Turrialba, goza de su presencia desde hace 50 años. La vida compensó, hace 4 años, mi falta de abuelos y me permitió conocer a Abel, a quien lo he adoptado como abuelo de honor. Sus cabellos nevados y un par de ojos pispiretos son extrañados a menudo por esta luna josefina.
Muy temprano lo puedes ver trabajando entre nieblas, con las tareas propias de la lechería que custodia. Puede que mientras las horas avancen, lo pilles en una conversación alegre con caballos y potrillos. O cuidando hermosos jardines que nacen en sus manos como cuentos en la pluma de Magón. Pero las mejores horas, las que más disfruto, es cuando llega por la noche, con algún requesón para cocinar el postre favorito en esos parajes. Entonces no falta el vino, la leña en la cocina calentando la estancia, las velas que juegan con los vidrios, creando aquel efecto de luciérnagas encerradas, y empieza la conversación. Con Abel puedes hablar de política o de historia, de batallas o de movimientos pacifistas. De industrialización y de ecología. De filosofía. De energías. De misterios envolventes. Del poder de la mente.
Y sabio como es, logra encontrar el nivel para conversar contigo. A veces sientes que te lee, que puede descubrir en tus ojos verdades encerradas, y entonces no vale la pena siquiera intentar engañarle.
Hoy, cuando muchos buscan señales de humo en el cielo y mensajes divinos en las estrellas. Hoy, cuando muchos se enfrascan en demostrar a los demás que nadie sabe más que ellos, en el tema que sea, yo pienso en mi viejo Abel. En Abel el campesino, en Abel el sabio, en Abel el poeta. En un mundo aparentemente aislado, sin televisión ni internet, él es lo más similar al grial para muchos de los que le conocen...