EL PRINCIPITO CONTRA LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO
(A jóvenes, padres, estudiantes, maestros, profesores, profesionales, políticos, etc., etc.)
Por Tomás I. González Pondal
Estoy convencido de que los ideólogos de género deben detestar al joven príncipe creado por Saint-Exupéry, más conocido en los países de habla hispana como El Principito. Acontece que no solo se trata de un príncipe, sino que, encima de todo, lleva una capa color azul y, más grave aún, porta en su mano izquierda una espada. Se trata de un jovencito que habla de hierbas buenas (virtudes) y hierbas malas (vicios), y que invita a arrancar a estas últimas, pues, sino, el planeta corre riesgo de estallar (cap. V). Es dócil a la buena enseñanza y ama lo esencial (cap. XXI). Se queja de que los hombres “no tienen raíces y son llevados por el viento” (cap. XVIII), y de que no saben lo que buscan (cap. XXII). Sostiene que “los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada” (cap. XXI). Y no solo no tienen tiempo de conocer nada, sino que, agreguemos, muchos ya están siendo amigos de las trans-formaciones, las que, como veremos, eran detestadas por el joven.
Si hay un libro respecto del cual se da autorización (¿por orden de quién?) para hacer las más antojadizas interpretaciones, es El Principito. Como si fuera una lámpara de Aladino que frotada hace aparecer lo que se desea, de la misma manera resulta que para una cantidad de personas cada uno puede hacer aparecer lo que quiera tras una libre interpretación del texto de la famosa obra de Saint-Exupéry. Tal recurso tan extendido nunca fue intención de su autor. Aunque El Principito tenga algunos pasajes un tanto velados, eso no quiere decir que el escritor francés haya pretendido que se deduzcan de su escrito ocurrencias personales. Cada parte de su famoso libro tiene un sentido preciso.
A pesar de lo anterior –o incluso con ¡base en ello!- muchos verán a este artículo como una suerte de “herejía” literaria, como una especie de insulto a la literatura universal, como un recurso inadmisible y digno de los más variados reproches y de las condenas más furibundas. Ya imagino viniendo a mi encuentra con rauda marcha cosas como: “¡Canalla, ¿cómo te atreves a utilizar la figura del tierno Principito para venir contra nosotros?!”. Digan lo que digan, expondré unos textos clarísimos hallados en la aclamada obra, cuyo sentido es totalmente aplicable contra la ideología de género. No está bien visto que quienes desean dinamitar la mente de los niños en todo el mundo inculcándoles la ideología aberrante, se vengan a quejar de que yo diga algunas cosas sirviéndome de un pequeño niño que tenía ideas muy claras. Incluso hay algo paradójico en la queja, y es que, quienes quieran ver en mí escrito una suerte de acto imperdonable de alteración, son los que precisamente inculcan en las mentes que todo puede ser modificado a gusto y antojo de cualquiera; son estos, reitero, los que dirán que estoy transformando indebidamente textos famosos, y que, en nombre de lo inmutable, exigirán de mí que haga desaparecer lo que escribí. Pero fundo lo que digo y desarmo las acusaciones.
En El Principito nos encontramos con un capítulo muy interesante, en el cual el joven príncipe mantiene una conversación con un Rey. Casi al comienzo del diálogo, nos enteramos de algo importantísimo tocante a una cualidad del gobernante: como “era muy bueno daba órdenes razonables.” ¡Sí, Razonables! Y seguidamente añade algo que hasta parece descolgado, pero que, bien mirado, guarda una estrechísima relación con lo de “razonable”, y eso debido a que está en el fundamento de la racionalidad el mismísimo sentido común:
"Si ordeno, decía corrientemente, si yo ordeno a un general que se transforme en ave marina y si el general no obedece, no será culpa del general. Será culpa mía."
Este sentido común que defiende lo natural oponiéndose a transformaciones indebidas, se va a reiterar nuevamente e, incluso, a completar con nuevas lecciones. Sucede que enterado el pequeño del poder impresionante del gobernante y dado que le encantaban las puestas de sol, le solicita al poderoso monarca que ordene al sol ocultarse. Y el Rey con mucha sabiduría le enseña que no es el momento. He aquí parte del diálogo:
“- Si ordeno a un general que vuele de flor en flor como una mariposa, o escriba una tragedia, o que se transforme en ave marina, y si el general no ejecuta la orden recibida, ¿quién, él o yo, estaría en falta?
- Vos – dijo firmemente el principito.
- Exacto. Hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer - replicó el rey. - La autoridad se fundamenta en primer lugar en la razón. Si ordenas a tu pueblo que vaya a arrojarse al mar, hará una revolución. Tengo derecho a exigir obediencia porque mis órdenes son razonables.”
El texto es contundente. Marca incuestionablemente un respeto acabadísimo por la naturaleza de las cosas, señalando que a cada ser se le exija aquello para lo cual fue creado. Un general no puede transformarse en ave maría, o sea, ¡señores y señoras!: una persona no puede trans-formarse en mujer si es varón o en varón si es mujer, o en un sireno o en ET”. Niega sin vueltas la autoridad desquiciada, desequilibrada, caprichosa. No deja lugar a dudas: la autoridad está fundada en la razón. Y dada una sinrazón y si esa sinrazón atenta contra algo natural y divino, directamente no debe ser obedecida.
El Rey posee sabiduría: otorga el derecho a que hagamos una revolución contra la ideología de género, pues ella pide al pueblo algo peor que el hecho de tirarse al mar: ella exige al pueblo que ahogue a la razón y mate su alma.
La ideología de género tiene un marcado desprecio por el ser y no le interesa lo esencial. La ideología de género es antimetafísica. En otro capítulo de El Principito, encontraremos al joven aireado contra el piloto, en tanto éste, por querer arreglar a toda costa su avión, se le ocurrió decirle que las espinas no sirven para nada:
“- Las espinas no sirven para nada. Son pura maldad de las flores.
- ¡Oh!
Después de un silencio me largó, con un cierto rencor:
- ¡No te creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden. Se creen terribles con sus espinas (…).
¡Confundes todo... mezclas todo!
Estaba realmente muy irritado. Agitaba al viento la cabellera dorada: (…).
El principito se había puesto todo pálido de rabia.
Hace millones de años que las flores producen espinas. Hace millones de años que los corderos a pesar de todo se comen las flores. ¿Y no es importante intentar entender por qué ellas se esfuerzan tanto en hacer espinas que no sirven nunca para nada?”.
No se puede despreciar la naturaleza, no se puede despreciar la finalidad de las cosas. Como enseñara en sus fundamentos metafísicos Octavio N. Derisi: “Toda verdad (…) se ilumina, pues, en la evidencia inteligible del ser y de los primeros principios.” Es el mismo autor de El Principito quien dirá en su obra póstuma, Ciudadela: “Descuido al charlatán imbécil que reprocha a la palmera no ser cedro, al cedro por no ser palmera y, mezclando los libros tiende al caos”. Hoy, lamentablemente, asistimos a un espectáculo impresionante de reproches variados y negaciones de las más alocadas.
Nunca me ha gustado la idea de hacerles decir a personajes inventados por otros autores, cosas que se me ocurrieran a mí. Pero diré algo que está implícito en todo el texto del famoso escrito, y que, aunque no esté anotado, es una verdad a gritos que fácilmente se extrae del modo de pensar del pequeño príncipe: "Lo evidente es visible a los ojos".
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