Shankleto
en el kansancio d la bida
maes ... q tuanis vivirsh allà -sin sarcasmo-
Ticos lejos del hogar: Irán, el alucinante país donde todo está prohibido
Cherrie Charloth Badilla Alfaro vive desde hace dos años en Karaj, a una hora de Teherán; está casada con un iraní-estadounidense
La costarricense Cherrie Charloth Badilla Alfaro en Chalus, Irán, a 200 kilómetros de la capital, Teherán.
Por más que camine durante horas por las calles de cualquier ciudad de Irán no encontrará una sala de cine donde se proyecten películas extranjeras, teatros, restaurantes de comida rápida de cadenas internacionales, bebidas alcohólicas o un lugar para bailar.
Tampoco podrá hablar a solas con una persona de diferente sexo, está censurado el uso de Facebook y al viajar en el metro o autobús, las personas deben evitar sentarse a la par de alguien de diferente género, excepto si son pareja.
as muestras de cariño en público están vetadas y cualquier tema sexual despierta un escándalo inimaginable.
La lista de prohibiciones en esta inflexible república islámica es interminable, sobre todo para las mujeres. Mientras se encuentren en público, están obligadas a usar un hiyab, que es un velo o pañuelo grande para cubrir la cabeza.
En medio de estas rigurosas medidas vive, desde hace dos años, la costarricense Cherrie Charloth Badilla Alfaro, de 25 años y oriunda de Guadalupe, Goicoechea.
Su casa está en el último piso de un edificio frente a un gigantesco campo de manzanas en una ciudad llamada Karaj, de 1,6 millones de habitantes, a una hora en metro de Teherán.
“Me enamoré de un hombre 33 años mayor que yo. Tenemos cinco años de estar juntos, de los cuales vivimos tres años en Costa Rica”.
Así comenzó Charloth (prefiere su segundo nombre) a contarme sobre su vida, esa que la llevó a empacar maletas, desterrar el miedo y los prejuicios para empezar un nuevo capítulo, pero en Irán, país riguroso, criticado con severidad por Estados Unidos por su odio a los judíos y supuesta colaboración a terroristas, pero que la cautiva día a día por su belleza y la hospitalidad de su pueblo.
“Cada vez que viajo en el metro encuentro en los ojos de muchas mujeres el mismo factor: tristeza, desconsuelo. Tal vez no saben por qué, o qué anhelan, pero el alma no miente”.
Dice que las personas son bondadosas y serviciales, aunque las mujeres muy calladas, por las severas reglas de comportamiento.
Además, es muy seguro. “Si dejo mi celular en un restaurante o en el metro, regreso y ahí está. Nadie lo toma, por orgullo no lo hacen”.
El cambio ha sido drástico. En Costa Rica estaba acostumbrada a salir con sus amigos a un bar, disfrutar de la playa en vestido de baño y utilizar blusas sin mangas y con algún escote.
“Irán es un país increíble, es como viajar atrás en el tiempo. Lo que más disfruto es su comida e idioma (persa, también llamado farsi), que manejo bastante bien. Es muy difícil para una tica vivir en un país musulmán, verme forzada a usar hiyab si quiero salir a la calle”, confiesa.
El calor infernal del verano no le hace mucha gracia, pero las espectaculares nevadas del invierno le fascinan, pues el país se pinta de blanco. "Es la época perfecta para vivir en un país musulmán (por la vestimenta)”.
“Vivir en Irán es para mí la mejor experiencia de la vida y la disfruto cada instante, aunque a veces mi salvaje tica quiera sacar las uñas y pelear por una igualdad nula”.
En 1979 se consumó en Irán la revolución islámica y el ayatolá Ruhollah Jomeini se convirtió en líder supremo. Avaló la creación de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria, para preservar la revolución islámica mediante ejecuciones contra todos aquellos que expresaran opiniones contrarias.
Aún hoy, efectivos de la Guardia Revolucionaria, vestidos de civiles, vigilan el cumplimiento del Sharía, la intolerante ley religiosa, sin importar si los castigos son inhumanos, como latigazos en público, amputaciones e incluso la ceguera forzada.
Charloth sufrió un incidente, teñido de susto, con una de esas patrullas.
“Mi hiyab se quedó pegado en la rama de un árbol, por lo que me lo quité y lo guardé; se me olvidó que no es un juego. El oficial me empezó a decir cosas en farsi y le dije que era turista, por lo que bajó el tono y me pidió, como favor, que le ayudara a seguir las reglas”.
Aún hoy, efectivos de la Guardia Revolucionaria, vestidos de civiles, vigilan el cumplimiento del Sharía, la intolerante ley religiosa, sin importar si los castigos son inhumanos, como latigazos en público, amputaciones e incluso la ceguera forzada.
Charloth sufrió un incidente, teñido de susto, con una de esas patrullas.
“Mi hiyab se quedó pegado en la rama de un árbol, por lo que me lo quité y lo guardé; se me olvidó que no es un juego. El oficial me empezó a decir cosas en farsi y le dije que era turista, por lo que bajó el tono y me pidió, como favor, que le ayudara a seguir las reglas”.
No importa si la persona es persa o un extranjero que llega por unos días a disfrutar de los paisajes y monumentos históricos iraníes; todos están obligados a acatar las normas.
“Todos los días salgo a comprar pan, hago el desayuno y me preparo psicológicamente para buscar la ropa adecuada que cubra mi cuerpo y mi cabello”.
Esta tica dirige desde Irán un negocio en Costa Rica de programación, diseño y mantenimiento de sitios web. Ella enfatiza que no deja de trabajar pues considera muy importante tener independencia financiera.
No es fácil, las redes sociales están bloqueadas y debe recurrir al VPN, que es una conexión privada para saltarse regulaciones, como las geográficas.
Su esposo es Ali Sarrami, de 58 años; lo conoció en nuestro país en una reunión del trabajo que tenía en ese momento. Él está retirado, luego de vender un negocio de hospitales odontológicos que por años tuvo en Estados Unidos.
Enfatiza que Sarrami la trata muy bien. La razón es muy simple, él tenía 48 años de no vivir en Irán, por lo que está muy adaptado a las costumbres occidentales. Para él, no es de otro mundo hacer oficios domésticos, por ejemplo.
“Cuando viajamos, si él está cansado o simplemente le da pereza, yo salgo sola. Algunas mujeres no se valen por sí mismas, dependen completamente del esposo y deben aguantar. Nosotros odiamos esas cosas y algunas veces pecamos por justos y por meter la cuchara por intentar detener algún maltrato verbal”.
“El salón de belleza es el lugar preferido porque puedes vestirte como quieras y andar sin hiyab, porque solo hay mujeres”.
“A los amigos de Ali les da miedo, entonces tratan de respetar a sus esposas cuando están en mi casa”, asegura Charloth.
Optaron por establecerse en Oriente Medio, pues allá es mucho más barato. Por ejemplo, con ¢11.000 cenan dos personas en un restaurante de lujo, dos litros de gaseosa cuestan poco menos de ¢300 y ¢3.000 son suficientes para que una pareja almuerce en un local austero.
Charloth estudiaba Administración de Empresas, pero no concluyó la carrera, aunque en su interior siempre resuena una voz que le aconseja convertirse en periodista.
Todavía no tiene la ciudadanía iraní, por lo que debe salir cada tres meses del país, generalmente a Europa, así “renueva” su visa.
“Lo chistoso es que extraño Irán, pues cuando salgo quiero volver. Lo mismo me pasa con Costa Rica, que es mi amor, es mi orgullo, pero Irán es mi escuela. Valoro tantas cosas que antes no entendía”.
“Tengo dos amigas iraníes, Mashid que habla muy bien inglés y Fariba que no habla inglés en lo absoluto, entonces tengo que usar mi conocimiento en farsi”.
Cuando se enteran de que es costarricense, le piden decir algunas palabras en español y mostrar fotografías de su terruño.
Siempre trata de andar feliz, sin contener la risa, aunque reconoce que en ocasiones la soledad es abrumadora, debido a todas las restricciones.
A Costa Rica viene una vez al año; su próximo viaje está programado para marzo. Su mamá vive en Nueva York, pero aquí visita a su papá, su hermana mayor y dos hermanos menores.
“Acá no se celebra la Navidad; es muy triste estar para esa época acá. Con los ojos del alma me veo a mí misma, y aunque el país no me permite hacer uso de mi libertad, dentro de mí la tengo y nadie me la quita”.
Precisamente, los iraníes recurren a una estrategia para librarse, aunque sea por un rato, de las severas reglas. Es muy difícil que el gobierno controle lo que sucede dentro de las casas, excepto si algún vecino los denuncia.
De hecho, Charloth confiesa que tienen un galón de vino de uvas, comprado a un ciudadano armenio, con habilidad para producirlo en la clandestinidad.
“Extraño el gallo pinto y el buen humor de los ticos, pues el iraní es más reservado”, expresa Charloth, quien por ahora no tiene ni siquiera planes lejanos de vivir en su país.
Esta costarricense intenta explicar de la forma más sencilla posible cómo es estar en Irán. “Vivo la libertad en todo lo que soy, en mi casa o en la calle, pero aquí la mujer ni los hombres tienen esa libertad. Esto es como una jaula grande, es una prisión grande; ellos pueden sacar el pasaporte, pero muchos países no los reciben. Me faltan palabras y me sobran sentimientos por lo que veo aquí, la gente es muy simple, viven con muy poco”.
La ciudad es gris, la mayoría de autos son blancos mientras que casi todas las mujeres solo usan atuendos negros. Los bazares son enormes y se consigue de todo, excepto la felicidad ausente entre las personas, siempre vigiladas por las Guardias Revolucionarias.
“Mis amigos y familiares tienen miedo de visitarme, no entienden que Irán no es Irak, sino que es un país pacífico”.
Charloth desea que pronto llegue marzo, pues vendrá a Costa Rica; será un respiro para recobrar fuerzas y volver a Irán, tan rico e interesante culturalmente, pero con las libertades encarceladas por la voluntad política y creencias religiosas.
Ticos lejos del hogar: Iran, el alucinante pais donde todo esta prohibido - La Nacion
Ticos lejos del hogar: Irán, el alucinante país donde todo está prohibido
Cherrie Charloth Badilla Alfaro vive desde hace dos años en Karaj, a una hora de Teherán; está casada con un iraní-estadounidense
La costarricense Cherrie Charloth Badilla Alfaro en Chalus, Irán, a 200 kilómetros de la capital, Teherán.
Por más que camine durante horas por las calles de cualquier ciudad de Irán no encontrará una sala de cine donde se proyecten películas extranjeras, teatros, restaurantes de comida rápida de cadenas internacionales, bebidas alcohólicas o un lugar para bailar.
Tampoco podrá hablar a solas con una persona de diferente sexo, está censurado el uso de Facebook y al viajar en el metro o autobús, las personas deben evitar sentarse a la par de alguien de diferente género, excepto si son pareja.
as muestras de cariño en público están vetadas y cualquier tema sexual despierta un escándalo inimaginable.
La lista de prohibiciones en esta inflexible república islámica es interminable, sobre todo para las mujeres. Mientras se encuentren en público, están obligadas a usar un hiyab, que es un velo o pañuelo grande para cubrir la cabeza.
En medio de estas rigurosas medidas vive, desde hace dos años, la costarricense Cherrie Charloth Badilla Alfaro, de 25 años y oriunda de Guadalupe, Goicoechea.
Su casa está en el último piso de un edificio frente a un gigantesco campo de manzanas en una ciudad llamada Karaj, de 1,6 millones de habitantes, a una hora en metro de Teherán.
“Me enamoré de un hombre 33 años mayor que yo. Tenemos cinco años de estar juntos, de los cuales vivimos tres años en Costa Rica”.
Así comenzó Charloth (prefiere su segundo nombre) a contarme sobre su vida, esa que la llevó a empacar maletas, desterrar el miedo y los prejuicios para empezar un nuevo capítulo, pero en Irán, país riguroso, criticado con severidad por Estados Unidos por su odio a los judíos y supuesta colaboración a terroristas, pero que la cautiva día a día por su belleza y la hospitalidad de su pueblo.
“Cada vez que viajo en el metro encuentro en los ojos de muchas mujeres el mismo factor: tristeza, desconsuelo. Tal vez no saben por qué, o qué anhelan, pero el alma no miente”.
Dice que las personas son bondadosas y serviciales, aunque las mujeres muy calladas, por las severas reglas de comportamiento.
Además, es muy seguro. “Si dejo mi celular en un restaurante o en el metro, regreso y ahí está. Nadie lo toma, por orgullo no lo hacen”.
El cambio ha sido drástico. En Costa Rica estaba acostumbrada a salir con sus amigos a un bar, disfrutar de la playa en vestido de baño y utilizar blusas sin mangas y con algún escote.
“Irán es un país increíble, es como viajar atrás en el tiempo. Lo que más disfruto es su comida e idioma (persa, también llamado farsi), que manejo bastante bien. Es muy difícil para una tica vivir en un país musulmán, verme forzada a usar hiyab si quiero salir a la calle”, confiesa.
El calor infernal del verano no le hace mucha gracia, pero las espectaculares nevadas del invierno le fascinan, pues el país se pinta de blanco. "Es la época perfecta para vivir en un país musulmán (por la vestimenta)”.
“Vivir en Irán es para mí la mejor experiencia de la vida y la disfruto cada instante, aunque a veces mi salvaje tica quiera sacar las uñas y pelear por una igualdad nula”.
En 1979 se consumó en Irán la revolución islámica y el ayatolá Ruhollah Jomeini se convirtió en líder supremo. Avaló la creación de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria, para preservar la revolución islámica mediante ejecuciones contra todos aquellos que expresaran opiniones contrarias.
Aún hoy, efectivos de la Guardia Revolucionaria, vestidos de civiles, vigilan el cumplimiento del Sharía, la intolerante ley religiosa, sin importar si los castigos son inhumanos, como latigazos en público, amputaciones e incluso la ceguera forzada.
Charloth sufrió un incidente, teñido de susto, con una de esas patrullas.
“Mi hiyab se quedó pegado en la rama de un árbol, por lo que me lo quité y lo guardé; se me olvidó que no es un juego. El oficial me empezó a decir cosas en farsi y le dije que era turista, por lo que bajó el tono y me pidió, como favor, que le ayudara a seguir las reglas”.
Aún hoy, efectivos de la Guardia Revolucionaria, vestidos de civiles, vigilan el cumplimiento del Sharía, la intolerante ley religiosa, sin importar si los castigos son inhumanos, como latigazos en público, amputaciones e incluso la ceguera forzada.
Charloth sufrió un incidente, teñido de susto, con una de esas patrullas.
“Mi hiyab se quedó pegado en la rama de un árbol, por lo que me lo quité y lo guardé; se me olvidó que no es un juego. El oficial me empezó a decir cosas en farsi y le dije que era turista, por lo que bajó el tono y me pidió, como favor, que le ayudara a seguir las reglas”.
No importa si la persona es persa o un extranjero que llega por unos días a disfrutar de los paisajes y monumentos históricos iraníes; todos están obligados a acatar las normas.
“Todos los días salgo a comprar pan, hago el desayuno y me preparo psicológicamente para buscar la ropa adecuada que cubra mi cuerpo y mi cabello”.
Esta tica dirige desde Irán un negocio en Costa Rica de programación, diseño y mantenimiento de sitios web. Ella enfatiza que no deja de trabajar pues considera muy importante tener independencia financiera.
No es fácil, las redes sociales están bloqueadas y debe recurrir al VPN, que es una conexión privada para saltarse regulaciones, como las geográficas.
Su esposo es Ali Sarrami, de 58 años; lo conoció en nuestro país en una reunión del trabajo que tenía en ese momento. Él está retirado, luego de vender un negocio de hospitales odontológicos que por años tuvo en Estados Unidos.
Enfatiza que Sarrami la trata muy bien. La razón es muy simple, él tenía 48 años de no vivir en Irán, por lo que está muy adaptado a las costumbres occidentales. Para él, no es de otro mundo hacer oficios domésticos, por ejemplo.
“Cuando viajamos, si él está cansado o simplemente le da pereza, yo salgo sola. Algunas mujeres no se valen por sí mismas, dependen completamente del esposo y deben aguantar. Nosotros odiamos esas cosas y algunas veces pecamos por justos y por meter la cuchara por intentar detener algún maltrato verbal”.
“El salón de belleza es el lugar preferido porque puedes vestirte como quieras y andar sin hiyab, porque solo hay mujeres”.
“A los amigos de Ali les da miedo, entonces tratan de respetar a sus esposas cuando están en mi casa”, asegura Charloth.
Optaron por establecerse en Oriente Medio, pues allá es mucho más barato. Por ejemplo, con ¢11.000 cenan dos personas en un restaurante de lujo, dos litros de gaseosa cuestan poco menos de ¢300 y ¢3.000 son suficientes para que una pareja almuerce en un local austero.
Charloth estudiaba Administración de Empresas, pero no concluyó la carrera, aunque en su interior siempre resuena una voz que le aconseja convertirse en periodista.
Todavía no tiene la ciudadanía iraní, por lo que debe salir cada tres meses del país, generalmente a Europa, así “renueva” su visa.
“Lo chistoso es que extraño Irán, pues cuando salgo quiero volver. Lo mismo me pasa con Costa Rica, que es mi amor, es mi orgullo, pero Irán es mi escuela. Valoro tantas cosas que antes no entendía”.
“Tengo dos amigas iraníes, Mashid que habla muy bien inglés y Fariba que no habla inglés en lo absoluto, entonces tengo que usar mi conocimiento en farsi”.
Cuando se enteran de que es costarricense, le piden decir algunas palabras en español y mostrar fotografías de su terruño.
Siempre trata de andar feliz, sin contener la risa, aunque reconoce que en ocasiones la soledad es abrumadora, debido a todas las restricciones.
A Costa Rica viene una vez al año; su próximo viaje está programado para marzo. Su mamá vive en Nueva York, pero aquí visita a su papá, su hermana mayor y dos hermanos menores.
“Acá no se celebra la Navidad; es muy triste estar para esa época acá. Con los ojos del alma me veo a mí misma, y aunque el país no me permite hacer uso de mi libertad, dentro de mí la tengo y nadie me la quita”.
Precisamente, los iraníes recurren a una estrategia para librarse, aunque sea por un rato, de las severas reglas. Es muy difícil que el gobierno controle lo que sucede dentro de las casas, excepto si algún vecino los denuncia.
De hecho, Charloth confiesa que tienen un galón de vino de uvas, comprado a un ciudadano armenio, con habilidad para producirlo en la clandestinidad.
“Extraño el gallo pinto y el buen humor de los ticos, pues el iraní es más reservado”, expresa Charloth, quien por ahora no tiene ni siquiera planes lejanos de vivir en su país.
Esta costarricense intenta explicar de la forma más sencilla posible cómo es estar en Irán. “Vivo la libertad en todo lo que soy, en mi casa o en la calle, pero aquí la mujer ni los hombres tienen esa libertad. Esto es como una jaula grande, es una prisión grande; ellos pueden sacar el pasaporte, pero muchos países no los reciben. Me faltan palabras y me sobran sentimientos por lo que veo aquí, la gente es muy simple, viven con muy poco”.
La ciudad es gris, la mayoría de autos son blancos mientras que casi todas las mujeres solo usan atuendos negros. Los bazares son enormes y se consigue de todo, excepto la felicidad ausente entre las personas, siempre vigiladas por las Guardias Revolucionarias.
“Mis amigos y familiares tienen miedo de visitarme, no entienden que Irán no es Irak, sino que es un país pacífico”.
Charloth desea que pronto llegue marzo, pues vendrá a Costa Rica; será un respiro para recobrar fuerzas y volver a Irán, tan rico e interesante culturalmente, pero con las libertades encarceladas por la voluntad política y creencias religiosas.
Datos de Irán:
Capital: Teherán
Población: 80,2 millones (Por cada tico, hay 16 iranís)
Extensión territorial: 1,6 millones de km cuadrados (31 veces más grande que Costa Rica)
Moneda: Rial (1 rial son ¢0,015)
Idioma: Persa, conocido como farsi
Ticos lejos del hogar: Iran, el alucinante pais donde todo esta prohibido - La Nacion
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