Genie
Hace 18 años un niño tocó a la puerta de mi casa. Traía una perrita de esacaso un mes de nacida. El niño dijo que la abuelita no lo dejaba tenerla y que si la queríamos. Nos la dejamos con la idea de que en unos pocos días la llevaríamos a un lugar para que la reubicaran en una nueva casa, pues no estaba en nuestros planes tener una mascota.
Con el pretexto de que yo la llevaría luego a una veterinaria, le dimos alimento y ella con el paso del tiempo hizo muchos méritos para quedarse en la casa. Su comportamiento era excelete y agradecía la hospitalidad. Pasaron los años y ese día de llevarla a la veterinaria por dicha nunca llegó.
En sus últimos años estuvo enferma de diabetes, era inyectada dos veces al día, comía alimento especial y había que darle muchos cuidados, similares a los que se le brindan a una persona con esa enfermedad. Eso significó una gran inversión que nunca dolió hacerla. Siempre se cuidaba mucho, nunca se dejó desatendida.
Ayer, dieciocho años después de que sonó el timbre de mi casa y ese niño nos la entregó, nos dijo su último adiós, agradeciendo con un meneo de cola, como lo hacía en sus mejores tiempos, en esta ocasión sacando fuerzas de su agonía, para luego cerrar sus ojos para siempre.
Cumplimos con uno de los mandamientos para los perritos, no abandonarlo en ese momento, a pesar de la tristeza y de que es difícil presenciar su agonía. Tres personas atendíamos sus últimos esfuerzos, al mismo tiempo que nuestras vistas se nublaban mientras la abrazábamos y en silencio recordábamos tantos lindos momentos vividos con ella.
Ahora está en el cielo, allá me espera, allá llegaré a acariciarla de nuevo y a contarle la falta que nos hizo.
Gracias Genie por todas las alegrías que nos diste.
Hace 18 años un niño tocó a la puerta de mi casa. Traía una perrita de esacaso un mes de nacida. El niño dijo que la abuelita no lo dejaba tenerla y que si la queríamos. Nos la dejamos con la idea de que en unos pocos días la llevaríamos a un lugar para que la reubicaran en una nueva casa, pues no estaba en nuestros planes tener una mascota.
Con el pretexto de que yo la llevaría luego a una veterinaria, le dimos alimento y ella con el paso del tiempo hizo muchos méritos para quedarse en la casa. Su comportamiento era excelete y agradecía la hospitalidad. Pasaron los años y ese día de llevarla a la veterinaria por dicha nunca llegó.
En sus últimos años estuvo enferma de diabetes, era inyectada dos veces al día, comía alimento especial y había que darle muchos cuidados, similares a los que se le brindan a una persona con esa enfermedad. Eso significó una gran inversión que nunca dolió hacerla. Siempre se cuidaba mucho, nunca se dejó desatendida.
Ayer, dieciocho años después de que sonó el timbre de mi casa y ese niño nos la entregó, nos dijo su último adiós, agradeciendo con un meneo de cola, como lo hacía en sus mejores tiempos, en esta ocasión sacando fuerzas de su agonía, para luego cerrar sus ojos para siempre.
Cumplimos con uno de los mandamientos para los perritos, no abandonarlo en ese momento, a pesar de la tristeza y de que es difícil presenciar su agonía. Tres personas atendíamos sus últimos esfuerzos, al mismo tiempo que nuestras vistas se nublaban mientras la abrazábamos y en silencio recordábamos tantos lindos momentos vividos con ella.
Ahora está en el cielo, allá me espera, allá llegaré a acariciarla de nuevo y a contarle la falta que nos hizo.
Gracias Genie por todas las alegrías que nos diste.
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