kokoro20
ANÓNIMO
ES UN POCO LARGO, PERO VALE LA PENA!! ESPERO LO ENCUENTREN INTERESANTE
“¿Cómo se sabe que fue un meteorito el que provocó la extinción de los dinosaurios?
¿Cómo se identificó que el cráter está en Yucatán?
Ya a mediados del siglo pasado, se tenía claro que los dinosaurios se habían extinguido en un periodo de tiempo indeterminado en su duración, pero no en su ubicación aproximada: el final del periodo Cretácico y el principio del Terciario (conocido como límite K/T), hace entre 70 y 60 millones de años (por convención, se toma la cifra media entre ambos límites, y se dice que fue hace alrededor de 65 millones de años).
Pero no se tenía una idea clara de qué había motivado esa extinción masiva. Se hablaba de diversos cataclismos, como grandes epidemias, erupciones, cambios en el clima, terremotos encadenados… pero ninguna bastaba, por sí misma, para explicar por qué más o menos la mitad de las especies animales o vegetales desapareciera, sin importar si habitaba la tierra o las aguas.
En 1981, un equipo liderado por los físicos Luis y Walter Álvarez (padre e hijo, por cierto), anunció que había descubierto que, en todo el mundo, se podía detectar una delgada capa geológica, de centímetros de grosor (en ocasiones milímetros), muy enriquecida con una sustancia llamara iridio, un metal que era raro en nuestro planeta, pero muy común en el caso de los meteoritos, cometas y asteroides.
Adicionalmente, esa capa se ubicaba exactamente en el límite K/T, y para que pudiera cubrir toda la superficie del planeta, el asteroide o meteorito debió ser enorme: los cálculos iniciales indicaban un diámetro de más de 10 kilómetros, o sea, un pedazo de roca del tamaño del monte Everest.
Eran demasiados factores coincidentes en un mismo momento del tiempo, y por ello los Álvarez anunciaron que el iniciador de la gran extinción de hace 65 millones de años fue ese meteorito.
Pero faltaba encontrar el cráter, que debía ser enorme, pero de cuya huella no se tenía noticia.
Cuando Luis y Walter Álvarez anunciaron al mundo su hipótesis de que el catastrófico impacto de un asteroide o cometa rocoso del tamaño del monte Everest había sido el detonante de la extinción de los dinosaurios, se le acogió con relativo entusiasmo, porque era una explicación elegante y difícilmente rebatible.
El principal efecto nocivo de un impacto tal no sería tanto la tremenda explosión inicial, equivalente a varias veces la bomba atómica que cayó en Hiroshima, sino la nube de escombros que esparciría a la atmósfera, que se convertiría en una capa de nubes oscuras que tardaría unos tres meses en asentarse en el suelo.
Durante esos meses, la luz solar no podría alcanzar la superficie, provocando que la fotosíntesis de las plantas terrestres y marinas se interrumpiera, lo cual a su vez determinó una enorme hambruna. Además, los detritos de la nube contenían materiales que provocarían lluvias ácidas, destruyendo aún más la vegetación.
Pero había un problema: ¿dónde estaba el cráter? Mientras no apareciera ese cráter, a la hipótesis le faltaba “el cuerpo del delito” para ser verificada. Por eso, a partir de 1981, luego de anunciada su hipótesis, los Álvarez se avocaron a buscar el presunto cráter… sin saber que ya había sido localizado.
Geólogos de PEMEX, la petrolera mexicana, haciendo exploraciones frente a las costas de Yucatán, cerca del pueblo llamado Chicxulub, habían ya encontrado un cráter de 180 kilómetros de diámetro, cuyas capas sedimentarias eran ricas en iridio (por lo que era evidentemente de origen meteórico), y cuyas características demostraban que había sido formado hace 65 millones de años: era, sin lugar a dudas, el cráter del meteoro anunciado por los Álvarez.
¿Si ese meteorito cayera hoy en día, qué efectos sufriríamos en Costa Rica?
Es el lunes 20 de febrero de 2012, que amanece soleado pero con una agradable brisa del norte, como suele ocurrir. En todo Costa Rica se sienten los aires veraniegos, y la peculiar paz de esos días llena los corazones de alegría.
De pronto, sobre nuestros cielos aparece un destello de luz, casi tan brillante como el sol, cuyo brillo disminuye unos 30 segundos después, revelándose como una línea similar a la estela de los jets, sólo que diez veces más gruesa, y todavía tan brillante que molesta a la vista mirarla. Justo en ese momento, un ligero viento caliente (similar al calor proveniente de una fogata) proveniente de las capas superiores de la atmósfera golpea nuestras cabezas con una fuerza semejante a la de un ventilador casero.
La estela es el rastro de un asteroide rocoso de 12.000 metros de diámetro, del cual las autoridades sabían ya hace diez días, pero se había ocultado la información al público pues no valía la pena crear pánico ante lo inevitable. La trayectoria del asteroide había ingresado en territorio nacional por la península de Osa, y salido por la frontera con Nicaragua, unos siete segundos después, para chocar en Yucatán aproximadamente 40 segundos después.
El calor agobiante que nos alcanza en ese momento no llega a enfriarse, porque apenas 25 segundos después (55 luego de la aparición del destello en nuestros cielos) nos alcanza la radiación termal provocada por el impacto a 1400 kilómetros de distancia, y es tan intensa que quienes estén al aire libre verán cómo sus ropas se encienden, la mayoría de su cuerpo sufrirá quemaduras de tercer grado, y a su alrededor, todo lo que sea de papel, vidrio, madera (incluidos los árboles verdes) se encenderá en fuego.
Su brillo será 15 veces el del sol, por lo que la mayoría quedarán ciegos instantáneamente. Sólo quienes estén guarecidos en el interior de casas y edificios tendrán oportunidad de recibir los efectos de ese calor un poco atenuados… pero deberán afrontar lo que sigue, que es peor, porque aproximadamente cuatro minutos después de alcanzarnos el impacto térmico, llegara a nosotros la onda sísmica provocada por el golpe del asteroide con la superficie terrestre.
La sentiremos como un terremoto 10 en la escala Richter: mayor que el mayor sismo registrado en la historia. Los edificios altos perderán sus pisos superiores y solo las construcciones con los más altos estándares sísmicos se mantendrían en pie. (Por ejemplo el Teatro Nacional, la mayoría de los edificios y casasen todo el país, casi todos los edificios del centro de San José, prácticamente todos los puentes, carreteras e infraestructuras, serian destruidos)
Ello apesar de quel terremoto seria relativamente corto, apenas unos 6 o 7 segundos: pero imagínese que el suelo bajo sus pies se levanta, súbita y violentamente, casi cinco metros, y luego vuelve a bajar, repitiendo el ciclo 10 o 12 veces.
Y esto no es todo: Seis minutos después (10 minutos luego del impacto) nos alcanzaran los materiales eyectados del cráter creado por el asteroide: una lluvia de detritos bajo la forma de u polvo fino, caliente, que se ira acumulando por varios días hasta crear una capa de 33 centímetros que cubrirá todo nuestro país, terminando de matar cualquier vegetalque hubiera podido sobrevivir al primer impacto en una semana.
Una hora después del terremoto, nos alcanza una furiosa ráfaga de viento, con velocidades de unos 277 kilómetros por hora (los vientos de un huracán llegan “apenas” a los 120 kilómetros por hora). Será tan potente que cualquier edificación en pie se derrumbará instantáneamente, como si la hubiera afectado una explosión. El estruendo provocado por esta ráfaga provocará dolor de oídos.
Doce horas después del impacto, nos alcanza un enorme tsunami, de olas de 11 metros de altura en promedio, que sumerge bajo agua de mar a toda la llanura de San Carlos y la costa Caribe.
Los pocos humanos sobrevivientes a estas alturas (quizá no quedarían más de 10.000 en todo el país) sufrirán un destino terrible: morirán en agonía por sus quemaduras y heridas, y sufriendo un frío intenso (de hecho, terminarán muriendo de hipotermia, pocas horas después), pues la luz del sol se ocultará durante los siguientes tres meses, y entonces, para cuando el tsunami llegara a nuestras costas, la temperatura ambiente estaría apenas por sobre cero, y descendería aún más luego. Y apenas una semana después del impacto, lo que hoy llamamos Costa Rica sería un desierto yermo y congelado, sin un solo ser vivo sobre su superficie.
“¿Cómo se sabe que fue un meteorito el que provocó la extinción de los dinosaurios?
¿Cómo se identificó que el cráter está en Yucatán?
Ya a mediados del siglo pasado, se tenía claro que los dinosaurios se habían extinguido en un periodo de tiempo indeterminado en su duración, pero no en su ubicación aproximada: el final del periodo Cretácico y el principio del Terciario (conocido como límite K/T), hace entre 70 y 60 millones de años (por convención, se toma la cifra media entre ambos límites, y se dice que fue hace alrededor de 65 millones de años).
Pero no se tenía una idea clara de qué había motivado esa extinción masiva. Se hablaba de diversos cataclismos, como grandes epidemias, erupciones, cambios en el clima, terremotos encadenados… pero ninguna bastaba, por sí misma, para explicar por qué más o menos la mitad de las especies animales o vegetales desapareciera, sin importar si habitaba la tierra o las aguas.
En 1981, un equipo liderado por los físicos Luis y Walter Álvarez (padre e hijo, por cierto), anunció que había descubierto que, en todo el mundo, se podía detectar una delgada capa geológica, de centímetros de grosor (en ocasiones milímetros), muy enriquecida con una sustancia llamara iridio, un metal que era raro en nuestro planeta, pero muy común en el caso de los meteoritos, cometas y asteroides.
Adicionalmente, esa capa se ubicaba exactamente en el límite K/T, y para que pudiera cubrir toda la superficie del planeta, el asteroide o meteorito debió ser enorme: los cálculos iniciales indicaban un diámetro de más de 10 kilómetros, o sea, un pedazo de roca del tamaño del monte Everest.
Eran demasiados factores coincidentes en un mismo momento del tiempo, y por ello los Álvarez anunciaron que el iniciador de la gran extinción de hace 65 millones de años fue ese meteorito.
Pero faltaba encontrar el cráter, que debía ser enorme, pero de cuya huella no se tenía noticia.
Cuando Luis y Walter Álvarez anunciaron al mundo su hipótesis de que el catastrófico impacto de un asteroide o cometa rocoso del tamaño del monte Everest había sido el detonante de la extinción de los dinosaurios, se le acogió con relativo entusiasmo, porque era una explicación elegante y difícilmente rebatible.
El principal efecto nocivo de un impacto tal no sería tanto la tremenda explosión inicial, equivalente a varias veces la bomba atómica que cayó en Hiroshima, sino la nube de escombros que esparciría a la atmósfera, que se convertiría en una capa de nubes oscuras que tardaría unos tres meses en asentarse en el suelo.
Durante esos meses, la luz solar no podría alcanzar la superficie, provocando que la fotosíntesis de las plantas terrestres y marinas se interrumpiera, lo cual a su vez determinó una enorme hambruna. Además, los detritos de la nube contenían materiales que provocarían lluvias ácidas, destruyendo aún más la vegetación.
Pero había un problema: ¿dónde estaba el cráter? Mientras no apareciera ese cráter, a la hipótesis le faltaba “el cuerpo del delito” para ser verificada. Por eso, a partir de 1981, luego de anunciada su hipótesis, los Álvarez se avocaron a buscar el presunto cráter… sin saber que ya había sido localizado.
Geólogos de PEMEX, la petrolera mexicana, haciendo exploraciones frente a las costas de Yucatán, cerca del pueblo llamado Chicxulub, habían ya encontrado un cráter de 180 kilómetros de diámetro, cuyas capas sedimentarias eran ricas en iridio (por lo que era evidentemente de origen meteórico), y cuyas características demostraban que había sido formado hace 65 millones de años: era, sin lugar a dudas, el cráter del meteoro anunciado por los Álvarez.
¿Si ese meteorito cayera hoy en día, qué efectos sufriríamos en Costa Rica?
Es el lunes 20 de febrero de 2012, que amanece soleado pero con una agradable brisa del norte, como suele ocurrir. En todo Costa Rica se sienten los aires veraniegos, y la peculiar paz de esos días llena los corazones de alegría.
De pronto, sobre nuestros cielos aparece un destello de luz, casi tan brillante como el sol, cuyo brillo disminuye unos 30 segundos después, revelándose como una línea similar a la estela de los jets, sólo que diez veces más gruesa, y todavía tan brillante que molesta a la vista mirarla. Justo en ese momento, un ligero viento caliente (similar al calor proveniente de una fogata) proveniente de las capas superiores de la atmósfera golpea nuestras cabezas con una fuerza semejante a la de un ventilador casero.
La estela es el rastro de un asteroide rocoso de 12.000 metros de diámetro, del cual las autoridades sabían ya hace diez días, pero se había ocultado la información al público pues no valía la pena crear pánico ante lo inevitable. La trayectoria del asteroide había ingresado en territorio nacional por la península de Osa, y salido por la frontera con Nicaragua, unos siete segundos después, para chocar en Yucatán aproximadamente 40 segundos después.
El calor agobiante que nos alcanza en ese momento no llega a enfriarse, porque apenas 25 segundos después (55 luego de la aparición del destello en nuestros cielos) nos alcanza la radiación termal provocada por el impacto a 1400 kilómetros de distancia, y es tan intensa que quienes estén al aire libre verán cómo sus ropas se encienden, la mayoría de su cuerpo sufrirá quemaduras de tercer grado, y a su alrededor, todo lo que sea de papel, vidrio, madera (incluidos los árboles verdes) se encenderá en fuego.
Su brillo será 15 veces el del sol, por lo que la mayoría quedarán ciegos instantáneamente. Sólo quienes estén guarecidos en el interior de casas y edificios tendrán oportunidad de recibir los efectos de ese calor un poco atenuados… pero deberán afrontar lo que sigue, que es peor, porque aproximadamente cuatro minutos después de alcanzarnos el impacto térmico, llegara a nosotros la onda sísmica provocada por el golpe del asteroide con la superficie terrestre.
La sentiremos como un terremoto 10 en la escala Richter: mayor que el mayor sismo registrado en la historia. Los edificios altos perderán sus pisos superiores y solo las construcciones con los más altos estándares sísmicos se mantendrían en pie. (Por ejemplo el Teatro Nacional, la mayoría de los edificios y casasen todo el país, casi todos los edificios del centro de San José, prácticamente todos los puentes, carreteras e infraestructuras, serian destruidos)
Ello apesar de quel terremoto seria relativamente corto, apenas unos 6 o 7 segundos: pero imagínese que el suelo bajo sus pies se levanta, súbita y violentamente, casi cinco metros, y luego vuelve a bajar, repitiendo el ciclo 10 o 12 veces.
Y esto no es todo: Seis minutos después (10 minutos luego del impacto) nos alcanzaran los materiales eyectados del cráter creado por el asteroide: una lluvia de detritos bajo la forma de u polvo fino, caliente, que se ira acumulando por varios días hasta crear una capa de 33 centímetros que cubrirá todo nuestro país, terminando de matar cualquier vegetalque hubiera podido sobrevivir al primer impacto en una semana.
Una hora después del terremoto, nos alcanza una furiosa ráfaga de viento, con velocidades de unos 277 kilómetros por hora (los vientos de un huracán llegan “apenas” a los 120 kilómetros por hora). Será tan potente que cualquier edificación en pie se derrumbará instantáneamente, como si la hubiera afectado una explosión. El estruendo provocado por esta ráfaga provocará dolor de oídos.
Doce horas después del impacto, nos alcanza un enorme tsunami, de olas de 11 metros de altura en promedio, que sumerge bajo agua de mar a toda la llanura de San Carlos y la costa Caribe.
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