Ruego a los manejadores del foro permitir este artìculo aquì, ya que es pura ficciòn literaria.
En Johanessburgo, aùn a riezgo de ser encarcelado por las leyes del apartheid, me perdìa en el Soveto.
Allì conocì un dìa a una altiva Zulù de rostro marcado con la que intimè.
Sin pretensiòn de poseer alguna condiciòn extra, si no ese razgo bastante comùn a los hombres amèricanos de interesarse porque la mujer disfrute a plenitud, dejaba que mi imaginaciòn jugara y entregaba de mì lo que podìa.
Parecìa ser que la tal condiciòn no era tan comùn entre Zulùes, que dicho sea de paso, rara vez aceptan a alguien que no sea de su raza.
Aquellas señoras no eran para nada discretas, màs bien todo parecìan publicarlo, asì que al poco tiempo andaba yo con una troupe de fogozas aborìgenes que se repartìan mis partes estrujàndome contra sus cuerpos como si yo fuera un monito.
Una tarde que salìamos de una de aquellas "reuniones" se encontraba recostado en la empalizada del patio un Zulù en atuendo tribal. Me dije para mis adentros: estas son capaces de contarle... y asì fue, con solo verlo aquellas morenasas se le fueron encima a reprocharles su desatenciòn para con ellas haciendolè la comparaciòn conmigo.
Se irguiò aquella mole gigantesca, de al menos dos metros y ciento sesenta kilos de peso, y con gestos y ademànes feroces empezò a increparme en su lengua. De seguido comenzò a dar saltos como un gorila (igualito que puroterror en forma dialèctica) y con las manos desnudas golpeaba el suelo con una violencia inaudita.
Por ese irresponsable sentimiento de invulnerabilidad que tienen los jòvenes, yo contemplaba la escena entre curioso y divertido, aunque mi mano izquierda ocultaba la baby Browing y mi cuchillo gaucho estaba listo para terminar lo que la Browning no hiciera.
Claro que el problema hubiera sido luego salir de allì.
Al fin no fue necesario... ¡MIS NEGRAS me defendieron!
Ahora sì ilustres del foro, permitanmè jactar de la contentera de mis negras, que todos tenemos veinticuatro años en un ricòn del corazòn.
Cordialmente. Vìctor.-
En Johanessburgo, aùn a riezgo de ser encarcelado por las leyes del apartheid, me perdìa en el Soveto.
Allì conocì un dìa a una altiva Zulù de rostro marcado con la que intimè.
Sin pretensiòn de poseer alguna condiciòn extra, si no ese razgo bastante comùn a los hombres amèricanos de interesarse porque la mujer disfrute a plenitud, dejaba que mi imaginaciòn jugara y entregaba de mì lo que podìa.
Parecìa ser que la tal condiciòn no era tan comùn entre Zulùes, que dicho sea de paso, rara vez aceptan a alguien que no sea de su raza.
Aquellas señoras no eran para nada discretas, màs bien todo parecìan publicarlo, asì que al poco tiempo andaba yo con una troupe de fogozas aborìgenes que se repartìan mis partes estrujàndome contra sus cuerpos como si yo fuera un monito.
Una tarde que salìamos de una de aquellas "reuniones" se encontraba recostado en la empalizada del patio un Zulù en atuendo tribal. Me dije para mis adentros: estas son capaces de contarle... y asì fue, con solo verlo aquellas morenasas se le fueron encima a reprocharles su desatenciòn para con ellas haciendolè la comparaciòn conmigo.
Se irguiò aquella mole gigantesca, de al menos dos metros y ciento sesenta kilos de peso, y con gestos y ademànes feroces empezò a increparme en su lengua. De seguido comenzò a dar saltos como un gorila (igualito que puroterror en forma dialèctica) y con las manos desnudas golpeaba el suelo con una violencia inaudita.
Por ese irresponsable sentimiento de invulnerabilidad que tienen los jòvenes, yo contemplaba la escena entre curioso y divertido, aunque mi mano izquierda ocultaba la baby Browing y mi cuchillo gaucho estaba listo para terminar lo que la Browning no hiciera.
Claro que el problema hubiera sido luego salir de allì.
Al fin no fue necesario... ¡MIS NEGRAS me defendieron!
Ahora sì ilustres del foro, permitanmè jactar de la contentera de mis negras, que todos tenemos veinticuatro años en un ricòn del corazòn.
Cordialmente. Vìctor.-
