Permítanme, señores, definir mi actitud frente a ese mundo extraño encarnado en la persona de un hombre que, en el momento en que nuestros valerosos soldados combaten en la nieve y el hielo, tiene el tacto de pronunciar lo que él llama sus "Charlas al amor de la lumbre"; un hombre sobre el que pesa la máxima responsabilidad de esta guerra. Pasaré por alto los ataques insultantes de que soy objeto por parte de este llamado Presidente. Ser tratado de gángster no me conmueve. Después de todo, este epíteto lleva la marca americana, sin duda porque nuestro continente ignora esta categoría de individuos. Los insultos de Roosevelt no me alcanzan, porque este individuo está loco, como antes lo estuvo Wilson. Para empezar, incita a las naciones a la guerra, falsifica luego sus causas y, cubierto con un manto de hipocresía cristiana, conduce lenta y seguramente a la humanidad a la guerra, no sin poner a Dios por testigo de la pureza de sus intenciones, como buen francmasón que es."
"Yo acuso a Roosevelt de haberse hecho culpable de una serie de delitos contra las leyes internacionales: capturas ilegales de navíos alemanes e italianos; amenazas contra los súbditos del Eje; internamientos arbitrarios y pillaje de los bienes de los internados. Las provocaciones de Roosevelt han ido todavía más lejos. Dio orden a su marina de atacar, donde lo encontrara, a todo barco con pabellón alemán o italiano y de hundirlo, en cínica violación del Código internacional y del Derecho de gentes. Los ministros estadounidenses se han jactado de haber destruido varios submarinos alemanes. En varias ocasiones, los cruceros estadounidenses han atacado a nuestros barcos mercantes, se han apoderado de ellos y han apresado a sus tripulantes. Ante tales hechos, los sinceros esfuerzos por demostrar una paciencia sin precedentes de Alemania e Italia, en la esperanza de prevenir un nuevo conflicto, a despecho de las insostenibles provocaciones multiplicadas desde hace dos años por el Presidente Roosevelt, todos estos esfuerzos, digo, han resultado inútiles."
"Un abismo infranqueable separa las concepciones de Roosevelt de las mías. Este hombre, salido de una familia rica, pertenece desde su nacimiento a esa clase llamada privilegiada cuyos orígenes, en los países democráticos, allanan todos los problemas de la existencia. Yo, hijo de una familia pobre, he tenido que abrirme camino en dura lucha trabajando encarnizadamente y sin merced. Roosevelt vivió la primera guerra mundial bajo la sombra protectora de Wilson, en la esfera de los exploradores. Por ello, no conoció sino las agradables alternativas de las querellas entre los pueblos, de las que se benefician los que manejan los negocios, mientras los demás derraman su sangre. Yo era el simple soldado que cumple las órdenes de sus jefes. Me fui pobre a la guerra y volví de ella pobre. Yo compartí la suerte de millones de hombres y Roosevelt la de los privilegiados a los que se llama "Los Diez Mil". Después de la guerra, se apresuró a explotar sus actividades de especulador sacando partido de la inflación; es decir, de la miseria de los otros, mientras que yo yacía entonces en una cama de hospital."
"El Nacionalsocialismo asumió el poder en Alemania el mismo año en que Roosevelt empezó a ser Presidente de los Estados Unidos. Era llamado a gobernar un Estado en decadencia económica, mientras que yo tomaba las riendas de un Reich hundido en la ruina por culpa de la democracia. En tanto que, bajo el régimen Nacionalsocialista, tenia lugar en Alemania un renacimiento económico, artístico y cultural sin precedentes, los Estados Unidos, bajo la presidencia de Roosevelt, fracasan en la realización de las más mínimas mejoras. Esto no debe sorprendernos si pensamos que los hombres cuyo apoyo buscó Roosevelt, o, más exactamente, los que le llevaron al poder, pertenecen al medio judío, cuyos intereses se basan en el desorden, la disgregación y la inversión de los valores. La legislación del "New Deal", creación de Roosevelt, fue un tremendo error. En tiempos de paz, el haber sostenido una política semejante habría hecho caer a su autor, cualquiera que fuese su habilidad dialéctica. En un Estado europeo, Roosevelt habría sido conducido ante un tribunal, acusado de dilapidación de la riqueza nacional y difícilmente se habría librado de un tribunal de derecho común, a causa de sus manejos delictivos."
"Numerosos estadounidenses, y no de los menos importantes, han formulado un juicio severo sobre el "New Deal". Una oposición amenazadora se concentra sobre la cabeza de este hombre y le hace presentir que no encontrará la salvación más que desviando la atención pública de la política interior hacia la política exterior. Fue sostenido en esta maniobra por su camarilla judía. Toda la judería puso su bajeza diabólica al servicio suyo y Roosevelt le dio la mano. Así comenzaron a manifestarse los esfuerzos del presidente de los Estados Unidos en el sentido de la provocación de la guerra. Durante años, este hombre alimentó un único deseo; el desencadenamiento dé un conflicto en cualquier parte del mundo."
"Creo que todos sentirán alivio de ver al fin a un Estado tomar la iniciativa de una protesta contra este insolente desprecio de la verdad y del derecho, sin precedentes en la Historia. El que después de años de negociaciones con semejante hombre, el Gobierno japonés se haya cansado finalmente de verse burlado de manera tan indigna, llena de una profunda satisfacción al pueblo alemán y, sin duda, a todas las demás naciones honradas. Puede ocurrir que a causa de su inferioridad intelectual Roosevelt no comprenda mis palabras, pero nosotros si conocemos el objeto de su encarnizamiento en destruir una nación tras otra. En cuanto al problema alemán, no necesitamos limosnas ni del señor Roosevelt ni del señor Churchill, y todavía menos del señor Edén. El pueblo alemán sólo reivindica su derecho a la existencia, y este derecho lo sabrá conquistar a despecho de las conjuras de miles y miles de Roosevelt y de Churchill.