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Wilas
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El Chepo

birratibia

ANÓNIMO
Escribo esta historia más como una confesión que como un relato.

Es la historia de cómo descubrí la fantasía que al día de hoy me sigue desvelando.

Todo empezó cuando vivía en San Pedro, en mis años universitarios. Vivía en un edificio de estudiantes, cuyos apartamentos están separados por un muro simple, y tan mal diseñado está el lugar que una ventana de mi cuarto daba al patio de pilas del que estaba contiguo, y mi patio de pilas tenía una especie de conexión al patio de pilas del apartamento que está encima. En esos tiempos, vivía tan absorto en mi carrera que no podía darme el lujo de una vida social... Y de todas formas siempre he sido un solitario sin remedio. Las relaciones amorosas que he tenido a lo largo de mi vida siempre han sido sumamente "vainilla".

Recuerdo que era un viernes, tipo 12 de la media noche o la 1. Tenía examen el lunes y estaba totalmente absorto en el Código Civil y en la Jurisprudencia de la Sala Primera, cuando de pronto, en medio del humo de cigarro y el jazz que usaba para estudiar, empecé a escuchar un ruido algo inusual. Venía del cielo raso, por tanto del apartamento sobre el mío. Era el sonido de los resortes de una cama crujiendo... saltando.

Conocía a mi vecina de arriba: de pechos grandes, bajita, bastante blanca, pelo largo negro y una voz aguda. Alguna vez me habría pedido algo... creo que agua, porque se la cortaron. Y en ese momento le estaban dando la cogida del siglo. Me subí a mi cama para escuchar mejor, creo que en ese momento estaba justo debajo de su cama. Ahí fue donde pude escucharla gemir. Estaba gimiendo fuerte, pero no exagerado como para que pudiera ser fingido... realmente estaba gozando. En ese momento mi garganta se secó, mis piernas se pusieron temblorosas y mi verga se endureció como muy pocas veces en mi vida (casi como si fuera a perder la virginidad de nuevo). El show continuó por un rato, y a la mitad decidí no desaprovechar esa erección y me masturbé al ritmo de los gemidos y los rechinidos de la cama de arriba.

Al terminar, no sentí esa culpa que viene después de masturbarse con cualquier video cochino de internet. Sentí que fui parte de algo más. Estaba solo, como siempre lo estoy, pero sentí que era parte de lo que sucedía arriba, parte del placer y del abrazo de los amantes.

Ellos seguían arriba, pero ahora no solo escuchaba gemidos, escuchaba también el aplauso, ahora mi vecina estaba en cuatro. Mi verga se volvió a endurecer. Solo podía imaginar la escena de arriba: mi vecina en cuatro, sus grandes tetas rebotando, sus nalgas enrojecidas por los choques con la pelvis de su amante y las nalgadas que le metía, su cabello negro y largo siendo jalado, y las gotas de sudor bajando por su espalda arqueada. No debo siquiera describir la clase de erección que eso me trajo, y volví a masturbarme con igual o más potencia que la primera vez. Al terminar, la faena de arriba también terminó. Escuchaba risas, la complicidad, y de nuevo me sentí parte de ello, por un momento, por un instante, no estaba tan desoladoramente solo.

Pasaron los días, y todavía resonaban en mis oídos los sonidos del placer. Iba saliendo de mi apartamento y me topé a mi vecina en las gradas del edificio. Ella me saludó, yo le sonreí y le devolví una sonrisa... la sonrisa de un cómplice... la sonrisa de un chepo.

Ahora sé, después de otras experiencias de ese tipo, que antes de morir, necesito ver, en vivo y a todo color, a una pareja teniendo sexo. No ha sido nada fácil encontrar a la pareja dispuesta a hacerlo. Hasta he tenido varias ofertas de parejas dispuestas, pero por una razón u otra, siempre algo termina impidiéndolo. ¡No me rendiré! El tiempo se acaba, y necesito volverme a sentir así, antes de que todo se acabe.
 
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