¡Ay, Dios mío! Uno se pone a hacer un análisis de sangre pensando que es una cosilla rápida y te sacuden el mundo encima. Fui a la clínica con la intención de aparentar calma frente a la camarita de la BBC, pero la verdad es que mi mente estaba en otro lao. No tanto en qué iba a decir el doctor, sino en evitar parecer una cobarde total. Resulta que este analisis era pa’ chequearme los niveles de PFAS, esas sustancias químicas ‘eternas’ que andan metidas en casi todo.
Pa' los que no estén familiarizados, los PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas) son un grupito de unas 10 mil substancias que se usaron por décadas en todo, desde la ropa impermeable hasta los cacharritos de cocina. Son pesados, porque no se biodegradan fácil y se acumulan en el medio ambiente, ¡y en nosotros! Varios científicos ya ligaron pequeñas cantidades de estas vainas con problemas gordos, como infertilidad y cáncer. Un susto, brete.
Mi resultado fue de 9,8 nanogramos por mililitro de sangre. Según la Dra. Sabine Donnai, cualquier nivel por encima de 2 ng/mL ya se considera un riesgo pa’ la salud. Ella me soltó la bomba con suavidad, pero igual me cayó como balde de agua fría. Me explicó que probablemente ya me estaban afectando y, lo peor de todo, que seguramente ya le pasé esas toxinas a mis dos hijos durante los embarazos. ¡Imagínate el desconcerto!
Esto pasó de ser una mera investigación del trabajo a algo super personal, algo que me toca el corazón como madre. Entendí que estos químicos se pegan a ti como chicle en zapato nuevo y que sacar esa vaina del cuerpo no va a ser tarea fácil. Me puse a investigar más a fondo y descubrí que la mayoría de nosotros tenemos PFAS circulando por las venas, aunque no nos demos cuenta. ¡Un verdadero problema nacional!
Stephanie Metzger, de la Royal Society of Chemistry, me aclaró que las PFAS no se descomponen. Una vez dentro del cuerpo, se quedan ahí acumulándose lentamente, interfiriendo con nuestros sistemas. Algunas causan problemas de tiroides, otras de riñón o hígado, e incluso afectan la fertilidad. ¡Una verdadera maraña, diay!
Pero ojo, no todo está perdido. La Dra. Donnai me dio algunas pautas pa’ bajar esos niveles, aunque me advirtió que llegar a cero es poco probable. Lo primero, aumentar el consumo de fibra – más avena, cebada, legumbres, nueces y semillas. También me dijo que la menstruación ayuda, qué suerte pa’ las mujeres, jeje. Además, hay que ir revisando y cambiando las cosas en la casa: utensilios de cocina, filtros de agua, productos de limpieza, e incluso el maquillaje.
Visité a Pam Kavanagh, una futura mamita que vive en Inglaterra, junto con la Dra. Federica Amati, quien estudia cómo los PFAS afectan a los bebés. Amati me contó que beber agua filtrada y deshacerse de las sartenes antiadherentes rayadas son medidas clave. También destacó la importancia de airear la casa diariamente y lavar frecuentemente los trapos y alfombras, donde se acumula polvo lleno de químicos. Y ni hablar de la ropa para los peques… parece que hasta eso anda tratado con PFAS. ¡Una locura!
Lo más chocante fue descubrir que la comida es la principal fuente de exposición. Pescado, carne, huevos, frutas... ¡casi todo! Incluso una fresa aparentemente inofensiva puede llevar PFAS, porque se usan en los pesticidas para que se adhieran mejor a la fruta. Y luego, el vino… ¡imagínate concentrar tantas uvas en una botella! Todos estos datos me dejaron pensando: ¿Hasta qué punto podemos proteger a nuestros hijos de esta amenaza invisible? ¿Ustedes creen que el gobierno debería tomar medidas más drásticas para regular el uso de estas sustancias o deberíamos centrarnos en cambios individuales en nuestros hogares?
Pa' los que no estén familiarizados, los PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas) son un grupito de unas 10 mil substancias que se usaron por décadas en todo, desde la ropa impermeable hasta los cacharritos de cocina. Son pesados, porque no se biodegradan fácil y se acumulan en el medio ambiente, ¡y en nosotros! Varios científicos ya ligaron pequeñas cantidades de estas vainas con problemas gordos, como infertilidad y cáncer. Un susto, brete.
Mi resultado fue de 9,8 nanogramos por mililitro de sangre. Según la Dra. Sabine Donnai, cualquier nivel por encima de 2 ng/mL ya se considera un riesgo pa’ la salud. Ella me soltó la bomba con suavidad, pero igual me cayó como balde de agua fría. Me explicó que probablemente ya me estaban afectando y, lo peor de todo, que seguramente ya le pasé esas toxinas a mis dos hijos durante los embarazos. ¡Imagínate el desconcerto!
Esto pasó de ser una mera investigación del trabajo a algo super personal, algo que me toca el corazón como madre. Entendí que estos químicos se pegan a ti como chicle en zapato nuevo y que sacar esa vaina del cuerpo no va a ser tarea fácil. Me puse a investigar más a fondo y descubrí que la mayoría de nosotros tenemos PFAS circulando por las venas, aunque no nos demos cuenta. ¡Un verdadero problema nacional!
Stephanie Metzger, de la Royal Society of Chemistry, me aclaró que las PFAS no se descomponen. Una vez dentro del cuerpo, se quedan ahí acumulándose lentamente, interfiriendo con nuestros sistemas. Algunas causan problemas de tiroides, otras de riñón o hígado, e incluso afectan la fertilidad. ¡Una verdadera maraña, diay!
Pero ojo, no todo está perdido. La Dra. Donnai me dio algunas pautas pa’ bajar esos niveles, aunque me advirtió que llegar a cero es poco probable. Lo primero, aumentar el consumo de fibra – más avena, cebada, legumbres, nueces y semillas. También me dijo que la menstruación ayuda, qué suerte pa’ las mujeres, jeje. Además, hay que ir revisando y cambiando las cosas en la casa: utensilios de cocina, filtros de agua, productos de limpieza, e incluso el maquillaje.
Visité a Pam Kavanagh, una futura mamita que vive en Inglaterra, junto con la Dra. Federica Amati, quien estudia cómo los PFAS afectan a los bebés. Amati me contó que beber agua filtrada y deshacerse de las sartenes antiadherentes rayadas son medidas clave. También destacó la importancia de airear la casa diariamente y lavar frecuentemente los trapos y alfombras, donde se acumula polvo lleno de químicos. Y ni hablar de la ropa para los peques… parece que hasta eso anda tratado con PFAS. ¡Una locura!
Lo más chocante fue descubrir que la comida es la principal fuente de exposición. Pescado, carne, huevos, frutas... ¡casi todo! Incluso una fresa aparentemente inofensiva puede llevar PFAS, porque se usan en los pesticidas para que se adhieran mejor a la fruta. Y luego, el vino… ¡imagínate concentrar tantas uvas en una botella! Todos estos datos me dejaron pensando: ¿Hasta qué punto podemos proteger a nuestros hijos de esta amenaza invisible? ¿Ustedes creen que el gobierno debería tomar medidas más drásticas para regular el uso de estas sustancias o deberíamos centrarnos en cambios individuales en nuestros hogares?
