¡Ay, corazón! Parecía que íbamos a tener un respiro en el bolsillo, pero resulta que la cosa está más complicada de lo que pensábamos. ARESEP, con sus ajustes, nos dio una alegría tibia: las gasolinas bajaron, sí, pero el diésel decidió subirnos la presión, dejándonos con un sabor amargo en la boca.
Para ponerlos en clima, la gasolina súper ahora anda en ¢662 por litro, una diferencia de 12 colones respecto a la semana pasada. La regular, esa sí, se animó bastante con una bajada de 22 colones, quedándose en ¢637. Pero bueno, ahí viene el golpe bajo: el diésel subió a ¢563, unos ochos colones más caro. ¡Qué despiche!
Según dicen los técnicos de ARESEP – esos que siempre tienen la respuesta –, la bajada de las gasolinas se debe a que afuera están más baratas, al Impuesto Único que cambiaron, al tipo de cambio que anda dando vueltas y hasta al costo de los fletes marítimos que se relajaron un poco. Parece que el mundo entero conspira contra nosotros, ¿verdad?
Pero la cosa del diésel es diferente, amigos. Ahí la bronca está en que afuera se puso más caro, así que el precio que pagamos nosotros también subió. Claro, porque siempre hay que asumir el peor panorama, ¿no le parece?
Y claro, RECOPE tuvo que ponerse las pilas y entregar toda la información que pidieron sobre qué tenemos en bodega y cuánto gastamos. Todo eso para justificar los cambios, que al final, pues... ¡Más o menos! Uno espera que estos movimientos tengan impacto en las calles, pero ya sabemos cómo andan las cosas por acá.
Ahora bien, vale la pena recordarles que esto no es definitivo. ARESEP nos avisa que las tarifas pueden cambiar otra vez cuando entre en vigor el próximo estudio. Así que prepárense porque la montaña rusa de los combustibles sigue su curso. ¡Esto nunca termina!
Muchos se preguntan si este ajuste afectará los precios de otros productos básicos, como la comida o el transporte público. Ya saben cómo funciona la cosa, todo está conectado. Un aumento en el diésel se siente en el mercado, en el supermercado, en todos lados. Al final, siempre somos nosotros los que terminamos pagando la cuenta. Es como si el país fuera un chunche que alguien juega a su antojo, y nosotros estamos aquí viendo el brete.
Entonces, díganme, ¿ustedes creen que las autoridades deberían hacer más para proteger a los consumidores de estas fluctuaciones constantes en los precios de los combustibles? ¿Sería justo implementar algún tipo de subsidio o mecanismo de control para evitar que los aumentos del diésel nos sigan pegando tanto al bolsillo?
Para ponerlos en clima, la gasolina súper ahora anda en ¢662 por litro, una diferencia de 12 colones respecto a la semana pasada. La regular, esa sí, se animó bastante con una bajada de 22 colones, quedándose en ¢637. Pero bueno, ahí viene el golpe bajo: el diésel subió a ¢563, unos ochos colones más caro. ¡Qué despiche!
Según dicen los técnicos de ARESEP – esos que siempre tienen la respuesta –, la bajada de las gasolinas se debe a que afuera están más baratas, al Impuesto Único que cambiaron, al tipo de cambio que anda dando vueltas y hasta al costo de los fletes marítimos que se relajaron un poco. Parece que el mundo entero conspira contra nosotros, ¿verdad?
Pero la cosa del diésel es diferente, amigos. Ahí la bronca está en que afuera se puso más caro, así que el precio que pagamos nosotros también subió. Claro, porque siempre hay que asumir el peor panorama, ¿no le parece?
Y claro, RECOPE tuvo que ponerse las pilas y entregar toda la información que pidieron sobre qué tenemos en bodega y cuánto gastamos. Todo eso para justificar los cambios, que al final, pues... ¡Más o menos! Uno espera que estos movimientos tengan impacto en las calles, pero ya sabemos cómo andan las cosas por acá.
Ahora bien, vale la pena recordarles que esto no es definitivo. ARESEP nos avisa que las tarifas pueden cambiar otra vez cuando entre en vigor el próximo estudio. Así que prepárense porque la montaña rusa de los combustibles sigue su curso. ¡Esto nunca termina!
Muchos se preguntan si este ajuste afectará los precios de otros productos básicos, como la comida o el transporte público. Ya saben cómo funciona la cosa, todo está conectado. Un aumento en el diésel se siente en el mercado, en el supermercado, en todos lados. Al final, siempre somos nosotros los que terminamos pagando la cuenta. Es como si el país fuera un chunche que alguien juega a su antojo, y nosotros estamos aquí viendo el brete.
Entonces, díganme, ¿ustedes creen que las autoridades deberían hacer más para proteger a los consumidores de estas fluctuaciones constantes en los precios de los combustibles? ¿Sería justo implementar algún tipo de subsidio o mecanismo de control para evitar que los aumentos del diésel nos sigan pegando tanto al bolsillo?