¡Ay, Dios mío! Qué manera de empezar el día, leyendo esto... Una balacera en pleno Paraíso, en Cartago, y encima un chamaco de diez años sale baleado. Esto ya va superando todo, ¿eh? Uno piensa que estos problemas solo pasan en otros lados, pero claro, aquí en nuestra propia tierra nos toca vivir estas tragedias. La tranquilidad se fue volando por la ventana con el estruendo de las balas.
Pues resulta que, a eso de la una y media de la mañana de este domingo, la zona entera tembló con disparos. Según me cuentan los vecinos, parecía película de acción. La Cruz Roja tuvo que salir corriendo porque la gente estaba desesperada llamando. Llegaron y encontraron a un señor, al parecer unos 31 años, tirado ahí, sin pulso y lleno de perdigones. ¡Qué pesar!
Pero lo peor de todo, y eso te rompe el corazón, es que una bala perdida alcanzó al niño. Imagínate, un chamaquito durmiendo tranquilito en su camita y de repente… ¡bam! Un susto así nadie le deseo a nadie. Los paramédicos lo atendieron rápido y lo llevaron al hospital Max Peralta, esperando que agarrara fuerzas para superar esto. Dicen que está delicadito, en cuidados intensivos, rezando pa’ que se recupere pronto. Que agarre, mi hijo, ¡aguanta tú!
Ahora, las autoridades judiciales, esos del OIJ, andan buscando pistas y tratando de armar el rompecabezas. Nadie sabe bien qué pasó, dicen algunos que pudo haber sido un ajuste de cuentas que salió mal, otros que alguien le tenía ganas directamente al pobre señor. Lo que sí es seguro es que la violencia tocó una puerta que jamás debió tocar: la de un niño inocente. Es que, díganme, ¿qué clase de mundo estamos creando?
Y es que hablando con los vecinos, el ambiente está tenso. Ya nadie duerme tranquilo, dicen estar asustados de dejar a sus hijos solos, de abrir la puerta a cualquier desconocido. “Ya ni en casa estamos seguros”, me dijo doña Rosa, con la cara larga y los ojos llenos de lágrimas. Uno entiende su preocupación, porque si esto pasa en Paraíso, ¿dónde no va a pasar?”. Parece que la inseguridad se metió hasta en los rincones más tranquilos de nuestro país.
Investigadores del OIJ han estado recogiendo evidencia desde tempranas horas de la mañana. Custodiando la escena, buscando huellas, interrogando a los moradores. Dicen que hay varias líneas de investigación abiertas, pero todavía no tienen un sospechoso claro. Se espera que en las próximas horas puedan dar alguna información más concreta sobre lo sucedido. Esperemos que encuentren a los responsables y los pongan a disposición de la justicia, rápido. Porque esto no puede quedar impune, eh.
Esto, mis panas, es una realidad dura que nos tenemos que enfrentar: la violencia está acechando en todos lados. No importa dónde vivamos, siempre existe el riesgo de que algo así pueda pasar. Y lo más triste es que los que más sufren son los niños, quienes no tienen la culpa de nada y terminan pagando el precio de los actos violentos de los adultos. Necesitamos unirnos como sociedad para combatir este flagelo y construir un país más justo y seguro para nuestros hijos, ¿o no?
Con todo esto que pasó, me pregunto: ¿Cómo podemos proteger mejor a nuestros niños de la creciente ola de violencia en Costa Rica? ¿Deberíamos exigir mayores controles policiales en nuestras comunidades, fortalecer programas sociales para jóvenes en riesgo, o tal vez enfocarnos en promover una cultura de paz y respeto desde las escuelas? Compartan sus ideas y experiencias en los comentarios; necesitamos encontrar soluciones juntos para evitar que tragedias como esta se repitan.
Pues resulta que, a eso de la una y media de la mañana de este domingo, la zona entera tembló con disparos. Según me cuentan los vecinos, parecía película de acción. La Cruz Roja tuvo que salir corriendo porque la gente estaba desesperada llamando. Llegaron y encontraron a un señor, al parecer unos 31 años, tirado ahí, sin pulso y lleno de perdigones. ¡Qué pesar!
Pero lo peor de todo, y eso te rompe el corazón, es que una bala perdida alcanzó al niño. Imagínate, un chamaquito durmiendo tranquilito en su camita y de repente… ¡bam! Un susto así nadie le deseo a nadie. Los paramédicos lo atendieron rápido y lo llevaron al hospital Max Peralta, esperando que agarrara fuerzas para superar esto. Dicen que está delicadito, en cuidados intensivos, rezando pa’ que se recupere pronto. Que agarre, mi hijo, ¡aguanta tú!
Ahora, las autoridades judiciales, esos del OIJ, andan buscando pistas y tratando de armar el rompecabezas. Nadie sabe bien qué pasó, dicen algunos que pudo haber sido un ajuste de cuentas que salió mal, otros que alguien le tenía ganas directamente al pobre señor. Lo que sí es seguro es que la violencia tocó una puerta que jamás debió tocar: la de un niño inocente. Es que, díganme, ¿qué clase de mundo estamos creando?
Y es que hablando con los vecinos, el ambiente está tenso. Ya nadie duerme tranquilo, dicen estar asustados de dejar a sus hijos solos, de abrir la puerta a cualquier desconocido. “Ya ni en casa estamos seguros”, me dijo doña Rosa, con la cara larga y los ojos llenos de lágrimas. Uno entiende su preocupación, porque si esto pasa en Paraíso, ¿dónde no va a pasar?”. Parece que la inseguridad se metió hasta en los rincones más tranquilos de nuestro país.
Investigadores del OIJ han estado recogiendo evidencia desde tempranas horas de la mañana. Custodiando la escena, buscando huellas, interrogando a los moradores. Dicen que hay varias líneas de investigación abiertas, pero todavía no tienen un sospechoso claro. Se espera que en las próximas horas puedan dar alguna información más concreta sobre lo sucedido. Esperemos que encuentren a los responsables y los pongan a disposición de la justicia, rápido. Porque esto no puede quedar impune, eh.
Esto, mis panas, es una realidad dura que nos tenemos que enfrentar: la violencia está acechando en todos lados. No importa dónde vivamos, siempre existe el riesgo de que algo así pueda pasar. Y lo más triste es que los que más sufren son los niños, quienes no tienen la culpa de nada y terminan pagando el precio de los actos violentos de los adultos. Necesitamos unirnos como sociedad para combatir este flagelo y construir un país más justo y seguro para nuestros hijos, ¿o no?
Con todo esto que pasó, me pregunto: ¿Cómo podemos proteger mejor a nuestros niños de la creciente ola de violencia en Costa Rica? ¿Deberíamos exigir mayores controles policiales en nuestras comunidades, fortalecer programas sociales para jóvenes en riesgo, o tal vez enfocarnos en promover una cultura de paz y respeto desde las escuelas? Compartan sus ideas y experiencias en los comentarios; necesitamos encontrar soluciones juntos para evitar que tragedias como esta se repitan.