¡Ay, Dios mío! Quién iba a decir que el chico que tardó tanto en hablar y aprender a leer se convertiría en uno de los sociólogos más influyentes de su generación y, encima, en profe de Cambridge. Esto sí que te hace pensar, ¿verdad? La historia de Jason Arday, un pana británico nacido en Londres, es de esas que te dejan boquiabierto y te hacen sentir un poco torpe si estás quejándote de algo pequeño.
Arday, ahora con 37 añitos, fue diagnosticado con autismo cuando era bien chiquito. Imagínate, no soltó prenda hasta los once años y apenas a los dieciocho empezó a descifrar letras. Sus inicios fueron humildes, creciendo en una zona popular del sur de Londres con unos papás ghaneses que no tenían mucho, pero le pusieron toda la gana. Los doctores ya casi le daban el epitafio, diciendo que su futuro estaría limitado, pero resulta que el mae tenía otras ideas.
Y acá viene la parte que nos da más que pena ajena: su mamá, con el cariño y la tenacidad que tienen nuestras madrecitas, usó la música como su arma secreta para desbloquear su potencial. Le ponía canciones, repetía versos, y así poquito a poquito, Jason empezó a conectar con el lenguaje. Algo así como cuando le hacemos cosquillas al cerebro para que empiece a funcionar, diay.
El primer ‘hola’ salió a reventones durante una sesión con su logopeda a los 11 años. ¡Imagínate la emoción de esos señores! Desde ahí, todo cambió. Trabajó limpiando baños y ordenando anaqueles en supermercados, pensando que eso sería su vida entera. Pero entonces apareció Sandro Sandri, un profe de deportes con visión de águila que vio algo especial en él y decidió darle una oportunidad. Este don fue crucial porque demuestra que a veces necesitamos que alguien crea en nosotros, aunque nosotros mismos dudemos.
Sandri no solo lo metió al Merton College, sino que además se quedó con él noche tras noche, enseñándole a leer y escribir. ¡Un crack, ese mae! Con ese esfuerzo descomunal, Jason logró licenciarse en Educación Física y Estudios de la Educación en la Universidad de Surrey, seguido de dos maestrías y un doctorado. Puro sudor y sacrificio, pura vara.
Mientras estudiaba, hacía doble jornada: daba clases durante el día y se preparaba en sociología por las noches. Uno se queda pensando cuánto brete tuvo que aguantar el tipo. En 2015, coeditó un estudio impactante sobre la desigualdad racial en las universidades británicas, catapultándolo al estrellato académico. Después pasó por Glasgow y Durham, acumulando experiencia y demostrando que la perseverancia puede abrir cualquier puerta. Y luego vino la meta que se puso en la pared de su cuarto: trabajar en Oxford o Cambridge. No hay peor ciego que el que no quiere ver… ¡y él la vio clarísima!
Ahora, Jason Arday es el profe afrodescendiente más joven en la prestigiosa Universidad de Cambridge. Sigue enseñando, investigando y dando charlas por todo el planeta. Dice que no tiene ninguna habilidad especial, solo una voluntad inagotable. Él prefiere atribuir su éxito a la disciplina y al sacrificio, dejando claro que el talento puro no lo vale todo. Sus años de silencio, asegura, le permitieron desarrollar una capacidad única: la de observar e interpretar el mundo desde una perspectiva diferente. ¡Eso sí que es tener un as bajo la manga!
Una historia inspiradora que nos recuerda que todos tenemos el potencial de lograr cosas increíbles, sin importar las barreras que enfrentemos. Pero dime tú, ¿crees que la presión social y las expectativas limitantes impuestas a temprana edad pueden truncar el desarrollo de talentos únicos como el de Jason Arday, o piensas que la determinación personal siempre encuentra la manera de florecer?
Arday, ahora con 37 añitos, fue diagnosticado con autismo cuando era bien chiquito. Imagínate, no soltó prenda hasta los once años y apenas a los dieciocho empezó a descifrar letras. Sus inicios fueron humildes, creciendo en una zona popular del sur de Londres con unos papás ghaneses que no tenían mucho, pero le pusieron toda la gana. Los doctores ya casi le daban el epitafio, diciendo que su futuro estaría limitado, pero resulta que el mae tenía otras ideas.
Y acá viene la parte que nos da más que pena ajena: su mamá, con el cariño y la tenacidad que tienen nuestras madrecitas, usó la música como su arma secreta para desbloquear su potencial. Le ponía canciones, repetía versos, y así poquito a poquito, Jason empezó a conectar con el lenguaje. Algo así como cuando le hacemos cosquillas al cerebro para que empiece a funcionar, diay.
El primer ‘hola’ salió a reventones durante una sesión con su logopeda a los 11 años. ¡Imagínate la emoción de esos señores! Desde ahí, todo cambió. Trabajó limpiando baños y ordenando anaqueles en supermercados, pensando que eso sería su vida entera. Pero entonces apareció Sandro Sandri, un profe de deportes con visión de águila que vio algo especial en él y decidió darle una oportunidad. Este don fue crucial porque demuestra que a veces necesitamos que alguien crea en nosotros, aunque nosotros mismos dudemos.
Sandri no solo lo metió al Merton College, sino que además se quedó con él noche tras noche, enseñándole a leer y escribir. ¡Un crack, ese mae! Con ese esfuerzo descomunal, Jason logró licenciarse en Educación Física y Estudios de la Educación en la Universidad de Surrey, seguido de dos maestrías y un doctorado. Puro sudor y sacrificio, pura vara.
Mientras estudiaba, hacía doble jornada: daba clases durante el día y se preparaba en sociología por las noches. Uno se queda pensando cuánto brete tuvo que aguantar el tipo. En 2015, coeditó un estudio impactante sobre la desigualdad racial en las universidades británicas, catapultándolo al estrellato académico. Después pasó por Glasgow y Durham, acumulando experiencia y demostrando que la perseverancia puede abrir cualquier puerta. Y luego vino la meta que se puso en la pared de su cuarto: trabajar en Oxford o Cambridge. No hay peor ciego que el que no quiere ver… ¡y él la vio clarísima!
Ahora, Jason Arday es el profe afrodescendiente más joven en la prestigiosa Universidad de Cambridge. Sigue enseñando, investigando y dando charlas por todo el planeta. Dice que no tiene ninguna habilidad especial, solo una voluntad inagotable. Él prefiere atribuir su éxito a la disciplina y al sacrificio, dejando claro que el talento puro no lo vale todo. Sus años de silencio, asegura, le permitieron desarrollar una capacidad única: la de observar e interpretar el mundo desde una perspectiva diferente. ¡Eso sí que es tener un as bajo la manga!
Una historia inspiradora que nos recuerda que todos tenemos el potencial de lograr cosas increíbles, sin importar las barreras que enfrentemos. Pero dime tú, ¿crees que la presión social y las expectativas limitantes impuestas a temprana edad pueden truncar el desarrollo de talentos únicos como el de Jason Arday, o piensas que la determinación personal siempre encuentra la manera de florecer?
