¡Aguante, pura vida! Bueno, la pura vida se complica cuando te toca ir al Ebais con una gripe bravísima y te mandan a casa porque no tienes seguro. No es cuento, mi clave. Esto le pasó a una amiga mía, Maritza, y resulta que ella no está sola; ¡casi 360 mil ticos estamos en la cuerda floja! Una cifra que te da ganas de agarrarle chirria al sistema.
La cosa es así: tenemos un país que se infla orgulloso de su seguridad social, pero hay una brecha enorme donde se caen personas como Maritza. Mujer trabajadora, jefa de hogar en Puntarenas, que perdió el empleo formal y ahora limpia casitas y vende comida para mantener a sus hijos. Imagínate la bronca: enferma, sin dinero para el médico y rebotada en la puerta del Ebais. ¡Qué torta!
Sociólogos dicen que somos la “clase sándwich”: no somos lo bastante pobres para recibir ayuda del Estado, pero tampoco podemos pagarnos un seguro como trabajadores independientes sin comernos la camisa. Es un brete, díganle a quién corresponda. Averigué cuánto cuesta el seguro, ¡y qué sal! Hay semanas en las que apenas me alcanza para el pasaje y la comida de mis muchachos, ¿cómo voy a pensar en eso?
Las estadísticas lo confirman: el 11.1% de los hombres y el 7.2% de las mujeres no tienen seguro. En la zona norte, especialmente en Huetar Norte, la situación es alarmante, con un 14.1%. Y en el campo, ¡donde la vida ya es dura!, la desprotección roza el 10%. El INEC dice que hay más de 102,000 hogares en pobreza sin seguro. ¡Es un problema gordo!
Y aquí viene el truco: aunque la Sala Constitucional diga que el derecho a la vida es inviolable, en la práctica, la cosa cambia. Si llegas infartado o atropellado, ahí sí te atienden, aunque después te vengan buscando con la factura. Pero si necesitas una consulta por gripe, un chequeo rutinario o controlar la diabetes... ¡ni pum! A menos que pagues por adelantado. Eso es crear una bomba de tiempo sanitaria, porque la gente prefiere aguantar la enfermedad hasta que se complique y termine en la sala de urgencias, generando gastos mucho mayores.
Por supuesto, la Caja asegura que están abiertos a soluciones. Ivonne Ruiz, directora de Coberturas Especiales, dice que la desinformación es el mayor enemigo y que existen mecanismos de pago y convenios. Que nos acerquemos, nos dicen. Pero para gente como Maritza, acercarse a la ventanilla sigue siendo sinónimo de temor a una deuda que no pueden cubrir. Ya saben, la teoría es bonita, pero la calle es otra vaina.
Entre tanto, la Caja trata de ponerle parche al problema. Dicen que analizan casos de “difícil cobro” con solidaridad, pero a veces la solidaridad queda corta cuando la realidad te golpea directo. José Eduardo Rojas, director de Inspección, plantea que este es un problema de mercado laboral, que no generan empleos formales. Claro, fácil decirlo cuando uno no está viviendo el día a día tratando de juntar unos colones.
¿Entonces, qué hacemos con toda esta maraña? ¿Cómo garantizamos que todos los costarricenses tengan acceso a la salud, independientemente de su condición socioeconómica? Creo que la respuesta no está en un parche rápido, sino en un cambio estructural profundo. Ojalá nuestros políticos tomen cartas en el asunto, porque esto es más que un problema sanitario; es un reflejo de nuestras desigualdades sociales. Díganme, ¿cree ustedes que la CCSS debería ofrecer un seguro subsidiado para los trabajadores informales, aunque signifique aumentar las tarifas para quienes ya están cubiertos?
La cosa es así: tenemos un país que se infla orgulloso de su seguridad social, pero hay una brecha enorme donde se caen personas como Maritza. Mujer trabajadora, jefa de hogar en Puntarenas, que perdió el empleo formal y ahora limpia casitas y vende comida para mantener a sus hijos. Imagínate la bronca: enferma, sin dinero para el médico y rebotada en la puerta del Ebais. ¡Qué torta!
Sociólogos dicen que somos la “clase sándwich”: no somos lo bastante pobres para recibir ayuda del Estado, pero tampoco podemos pagarnos un seguro como trabajadores independientes sin comernos la camisa. Es un brete, díganle a quién corresponda. Averigué cuánto cuesta el seguro, ¡y qué sal! Hay semanas en las que apenas me alcanza para el pasaje y la comida de mis muchachos, ¿cómo voy a pensar en eso?
Las estadísticas lo confirman: el 11.1% de los hombres y el 7.2% de las mujeres no tienen seguro. En la zona norte, especialmente en Huetar Norte, la situación es alarmante, con un 14.1%. Y en el campo, ¡donde la vida ya es dura!, la desprotección roza el 10%. El INEC dice que hay más de 102,000 hogares en pobreza sin seguro. ¡Es un problema gordo!
Y aquí viene el truco: aunque la Sala Constitucional diga que el derecho a la vida es inviolable, en la práctica, la cosa cambia. Si llegas infartado o atropellado, ahí sí te atienden, aunque después te vengan buscando con la factura. Pero si necesitas una consulta por gripe, un chequeo rutinario o controlar la diabetes... ¡ni pum! A menos que pagues por adelantado. Eso es crear una bomba de tiempo sanitaria, porque la gente prefiere aguantar la enfermedad hasta que se complique y termine en la sala de urgencias, generando gastos mucho mayores.
Por supuesto, la Caja asegura que están abiertos a soluciones. Ivonne Ruiz, directora de Coberturas Especiales, dice que la desinformación es el mayor enemigo y que existen mecanismos de pago y convenios. Que nos acerquemos, nos dicen. Pero para gente como Maritza, acercarse a la ventanilla sigue siendo sinónimo de temor a una deuda que no pueden cubrir. Ya saben, la teoría es bonita, pero la calle es otra vaina.
Entre tanto, la Caja trata de ponerle parche al problema. Dicen que analizan casos de “difícil cobro” con solidaridad, pero a veces la solidaridad queda corta cuando la realidad te golpea directo. José Eduardo Rojas, director de Inspección, plantea que este es un problema de mercado laboral, que no generan empleos formales. Claro, fácil decirlo cuando uno no está viviendo el día a día tratando de juntar unos colones.
¿Entonces, qué hacemos con toda esta maraña? ¿Cómo garantizamos que todos los costarricenses tengan acceso a la salud, independientemente de su condición socioeconómica? Creo que la respuesta no está en un parche rápido, sino en un cambio estructural profundo. Ojalá nuestros políticos tomen cartas en el asunto, porque esto es más que un problema sanitario; es un reflejo de nuestras desigualdades sociales. Díganme, ¿cree ustedes que la CCSS debería ofrecer un seguro subsidiado para los trabajadores informales, aunque signifique aumentar las tarifas para quienes ya están cubiertos?