Bueno, maes, seguro ya todos se enteraron del zafarrancho en Multiplaza Escazú este fin de semana, donde un chiquito terminó mordido por un perro. Y como era de esperarse, se volvió a abrir el debate de siempre: ¿qué diablos pasa con los lugares que se autoproclaman “pet-friendly”? La vara es que todo este despiche, esta falta de reglas claras que hoy nos explota en la cara, se pudo haber evitado. Lo más triste es que no se evitó por pura y simple negligencia burocrática. Una investigación de CRHoy.com acaba de sacar a la luz una historia que es para sentarse a llorar de la cólera.
Resulta que por allá del 2018-2019, cuando esta moda de llevar al perrito hasta para comprar el pan apenas empezaba, el Colegio de Veterinarios tuvo una idea que, viéndola hoy, suena a genialidad pura. Se acercaron, con toda la buena intención del mundo, al Ministerio de Salud y les dijeron: “Epa, este tema se va a hacer grande y se puede salir de control. Déjennos a nosotros, que somos los expertos en animales y salud pública, crear un reglamento, capacitar y fiscalizar los locales”. Tenían hasta un borrador del brete listo. ¿Y qué creen que pasó? La respuesta del Ministerio de Salud fue, agárrense, un portazo en la cara. Palabras más, palabras menos: “eso no les toca, no se metan”. Así, en seco.
Ese “no se metan” no fue un simple portazo; fue la lápida para un plan que sonaba bastante sensato. La idea de los veterinarios era un paquete completo: querían capacitar a los comercios, darles lineamientos claros sobre seguridad, higiene y bienestar animal, y luego fiscalizarlos. ¡Incluso querían crear un registro oficial en su página web! Imagínense qué tuanis: usted quiere ir a un café con su perro y, en lugar de confiar en un rótulo bonito, se mete a la página de los Vets y ve una lista de lugares que de verdad cumplen, que tienen un sello de garantía. Pero no. Como el Ministerio les dijo que nanai, todo ese brete se fue al traste. Y ahora vivimos en la jungla, donde cualquier soda con tres mesas en la acera se pone el sticker y ¡listo!, ya es “pet-friendly”.
Lo que más frustra de todo esto es lo que dice la propia presidenta del Colegio de Veterinarios, Silvia Coto: el Ministerio de Salud es mayoritariamente reactivo. O sea, en buen tico, solo se mueve cuando ya se armó el zafarrancho, cuando ya mordieron al niño, cuando ya la denuncia salió en las noticias. Es el clásico “ahogado el niño, a tapar el pozo”. Ella misma entiende que el ministerio tiene mil cosas que hacer, pero justamente por eso la solución que proponían era tan lógica: si usted no se da abasto, diay, delegue en una institución técnica que sí tiene el tiempo, el conocimiento y las ganas de hacer las cosas bien. Pero el orgullo o la burocracia pudieron más.
Ahora estamos pagando las consecuencias. Los locales no tienen protocolos claros, muchos dueños son irresponsables y el público, especialmente los niños, queda expuesto. Un verdadero espacio “pet-friendly” debería tener aforo de mascotas, personal capacitado, áreas designadas y hasta un plan de emergencia, no solo un tazón con agua. La convivencia entre humanos y animales en espacios públicos es genial, pero no puede ser una improvisación. Necesita reglas, necesita orden, necesita que las autoridades dejen de reaccionar a las tragedias y empiecen a prevenirlas.
Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿De quién es la torta aquí? ¿Del Ministerio de Salud por su portazo inicial? ¿De los centros comerciales por no tener sus propias reglas estrictas? ¿O de los dueños de mascotas que a veces pecan de exceso de confianza? Más allá de buscar culpables, ¿qué hacemos ahora? ¿Debería el Ministerio recapacitar y buscar al Colegio de Vets o ya es muy tarde? ¿Ocupamos una ley para esta vara o es puro sentido común lo que nos falta?
Resulta que por allá del 2018-2019, cuando esta moda de llevar al perrito hasta para comprar el pan apenas empezaba, el Colegio de Veterinarios tuvo una idea que, viéndola hoy, suena a genialidad pura. Se acercaron, con toda la buena intención del mundo, al Ministerio de Salud y les dijeron: “Epa, este tema se va a hacer grande y se puede salir de control. Déjennos a nosotros, que somos los expertos en animales y salud pública, crear un reglamento, capacitar y fiscalizar los locales”. Tenían hasta un borrador del brete listo. ¿Y qué creen que pasó? La respuesta del Ministerio de Salud fue, agárrense, un portazo en la cara. Palabras más, palabras menos: “eso no les toca, no se metan”. Así, en seco.
Ese “no se metan” no fue un simple portazo; fue la lápida para un plan que sonaba bastante sensato. La idea de los veterinarios era un paquete completo: querían capacitar a los comercios, darles lineamientos claros sobre seguridad, higiene y bienestar animal, y luego fiscalizarlos. ¡Incluso querían crear un registro oficial en su página web! Imagínense qué tuanis: usted quiere ir a un café con su perro y, en lugar de confiar en un rótulo bonito, se mete a la página de los Vets y ve una lista de lugares que de verdad cumplen, que tienen un sello de garantía. Pero no. Como el Ministerio les dijo que nanai, todo ese brete se fue al traste. Y ahora vivimos en la jungla, donde cualquier soda con tres mesas en la acera se pone el sticker y ¡listo!, ya es “pet-friendly”.
Lo que más frustra de todo esto es lo que dice la propia presidenta del Colegio de Veterinarios, Silvia Coto: el Ministerio de Salud es mayoritariamente reactivo. O sea, en buen tico, solo se mueve cuando ya se armó el zafarrancho, cuando ya mordieron al niño, cuando ya la denuncia salió en las noticias. Es el clásico “ahogado el niño, a tapar el pozo”. Ella misma entiende que el ministerio tiene mil cosas que hacer, pero justamente por eso la solución que proponían era tan lógica: si usted no se da abasto, diay, delegue en una institución técnica que sí tiene el tiempo, el conocimiento y las ganas de hacer las cosas bien. Pero el orgullo o la burocracia pudieron más.
Ahora estamos pagando las consecuencias. Los locales no tienen protocolos claros, muchos dueños son irresponsables y el público, especialmente los niños, queda expuesto. Un verdadero espacio “pet-friendly” debería tener aforo de mascotas, personal capacitado, áreas designadas y hasta un plan de emergencia, no solo un tazón con agua. La convivencia entre humanos y animales en espacios públicos es genial, pero no puede ser una improvisación. Necesita reglas, necesita orden, necesita que las autoridades dejen de reaccionar a las tragedias y empiecen a prevenirlas.
Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿De quién es la torta aquí? ¿Del Ministerio de Salud por su portazo inicial? ¿De los centros comerciales por no tener sus propias reglas estrictas? ¿O de los dueños de mascotas que a veces pecan de exceso de confianza? Más allá de buscar culpables, ¿qué hacemos ahora? ¿Debería el Ministerio recapacitar y buscar al Colegio de Vets o ya es muy tarde? ¿Ocupamos una ley para esta vara o es puro sentido común lo que nos falta?