¡Ay, mi gente! Octubre llegó y con él, el desfile de colores, ritmos y sustitos que iluminan nuestras calles. Las mascaradas son pura tradición, una costumbre que nos une como ticos, y detrás de cada máscara, hay un artesano que le pone el alma. Hoy vamos a platicar de Juan Carlos Díaz, alias Juan K, un mascarero de Fátima que, además, anda tocando la trompeta y moviendo el brete con su cimarrona. Una vida llena de arte, diay.
Este mae, nacido y criado en Desamparados, no viene de una familia de mascareros. Su pasión surgió de niño, cuando veía pasar las máscaras por su casa. “Algo encendió dentro de mí”, me contó Juan K, con esa sencillez que tienen nuestros artistas. Se le antojó aprender cómo hacían esas maravillas, y fue un mascarero de su zona quien le abrió las puertas a su taller para observarlo trabajar. Ahí, con los ojos bien abiertos, Juan K absorbió cada detalle del proceso.
Imaginen a un chamaco de cuatro años, caminando orgulloso con una máscara de cartón hecha por su papá. Así era Juan K. Con el tiempo, empezó a rentar máscaras para las fiestas del barrio, y ahí se le ocurrió una idea que cambió su vida: “¿Por qué alquilo si puedo hacerlas?”. Esa sencilla pregunta lo impulsó a crear su primera máscara, y como dicen, se tiró al agua sin más. Desde los quince años, empezó a elaborarlas de manera seria, convirtiéndolo poco a poco en el mascarero que conocemos ahora.
Lo que más lo inspira, asegura Juan K, es la felicidad de la gente cuando usan sus creaciones. “Ver a un papá buscando una máscara para regalarle a su hijo en Navidad… eso me motiva a seguir manteniendo viva esta tradición”. Muchas veces funciona como una especie de Santa Claus, creando máscaras personalizadas que se convierten en regalos inolvidables. No es cualquier cosa, ¡este mae le pone cariño a cada creación!
Pero la historia de Juan K no termina con las máscaras. Ahora, anda revolucionando el panorama musical con su agrupación de cimarrona. “Sin mascaradas no hay cimarrona, y sin cimarrona no hay mascaradas”, afirma. Al principio tuvo que contratar músicos, pero luego se animó a formar su propia banda y, para sorpresa de todos, ¡aprendió a tocar la trompeta! Hoy es el trompetista principal del grupo, demostrando que tiene talento pa’ to’. Qué carga estar tan metido en el arte, ¡pero lo disfruta a full!
Aunque estudió administración de empresas, Juan K confiesa que su verdadera pasión siempre fue ser mascarero. “Siempre he sentido esto en lo más profundo de mi alma”, me dijo mientras me mostraba su taller lleno de herramientas, moldes y máscaras coloridas. Ese lugar, impregnado de olor a arcilla y pintura, es su reino, donde la creatividad fluye libremente y la tradición cobra vida. Se nota que respira arte en cada poro, diay.
El proceso de creación de una máscara es meticuloso. Primero, Juan K pide fotos de la persona en diferentes expresiones porque, como él explica, “el rostro cambia según la expresión”. Usa moldes de bombillos para darle forma a la arcilla, envia una foto de prueba al cliente para confirmar que le gusta y despues trabaja la fibra de vidrio y la pintura. Según el diseño, puede tardar hasta 24 horas en terminar una máscara, que oscilan entre los 80 mil y los 200 mil colones. Un trabajo complejo, sí señor, pero digno del reconocimiento nacional.
Así que ya saben, la próxima vez que vean desfilar una mascarada en las calles de Costa Rica, recuerden a Juan K, el mascarero que le da vida a octubre y que, con su cimarrona, aviva la magia de nuestra cultura. ¡Qué tuanis es conocer historias así! Ahora me pregunto, ¿cree usted que es importante apoyar a estos artesanos locales para que continúen preservando nuestras tradiciones y cuál sería la medida que propondría para impulsar aún más este tipo de expresiones artísticas en nuestro país?
Este mae, nacido y criado en Desamparados, no viene de una familia de mascareros. Su pasión surgió de niño, cuando veía pasar las máscaras por su casa. “Algo encendió dentro de mí”, me contó Juan K, con esa sencillez que tienen nuestros artistas. Se le antojó aprender cómo hacían esas maravillas, y fue un mascarero de su zona quien le abrió las puertas a su taller para observarlo trabajar. Ahí, con los ojos bien abiertos, Juan K absorbió cada detalle del proceso.
Imaginen a un chamaco de cuatro años, caminando orgulloso con una máscara de cartón hecha por su papá. Así era Juan K. Con el tiempo, empezó a rentar máscaras para las fiestas del barrio, y ahí se le ocurrió una idea que cambió su vida: “¿Por qué alquilo si puedo hacerlas?”. Esa sencilla pregunta lo impulsó a crear su primera máscara, y como dicen, se tiró al agua sin más. Desde los quince años, empezó a elaborarlas de manera seria, convirtiéndolo poco a poco en el mascarero que conocemos ahora.
Lo que más lo inspira, asegura Juan K, es la felicidad de la gente cuando usan sus creaciones. “Ver a un papá buscando una máscara para regalarle a su hijo en Navidad… eso me motiva a seguir manteniendo viva esta tradición”. Muchas veces funciona como una especie de Santa Claus, creando máscaras personalizadas que se convierten en regalos inolvidables. No es cualquier cosa, ¡este mae le pone cariño a cada creación!
Pero la historia de Juan K no termina con las máscaras. Ahora, anda revolucionando el panorama musical con su agrupación de cimarrona. “Sin mascaradas no hay cimarrona, y sin cimarrona no hay mascaradas”, afirma. Al principio tuvo que contratar músicos, pero luego se animó a formar su propia banda y, para sorpresa de todos, ¡aprendió a tocar la trompeta! Hoy es el trompetista principal del grupo, demostrando que tiene talento pa’ to’. Qué carga estar tan metido en el arte, ¡pero lo disfruta a full!
Aunque estudió administración de empresas, Juan K confiesa que su verdadera pasión siempre fue ser mascarero. “Siempre he sentido esto en lo más profundo de mi alma”, me dijo mientras me mostraba su taller lleno de herramientas, moldes y máscaras coloridas. Ese lugar, impregnado de olor a arcilla y pintura, es su reino, donde la creatividad fluye libremente y la tradición cobra vida. Se nota que respira arte en cada poro, diay.
El proceso de creación de una máscara es meticuloso. Primero, Juan K pide fotos de la persona en diferentes expresiones porque, como él explica, “el rostro cambia según la expresión”. Usa moldes de bombillos para darle forma a la arcilla, envia una foto de prueba al cliente para confirmar que le gusta y despues trabaja la fibra de vidrio y la pintura. Según el diseño, puede tardar hasta 24 horas en terminar una máscara, que oscilan entre los 80 mil y los 200 mil colones. Un trabajo complejo, sí señor, pero digno del reconocimiento nacional.
Así que ya saben, la próxima vez que vean desfilar una mascarada en las calles de Costa Rica, recuerden a Juan K, el mascarero que le da vida a octubre y que, con su cimarrona, aviva la magia de nuestra cultura. ¡Qué tuanis es conocer historias así! Ahora me pregunto, ¿cree usted que es importante apoyar a estos artesanos locales para que continúen preservando nuestras tradiciones y cuál sería la medida que propondría para impulsar aún más este tipo de expresiones artísticas en nuestro país?