¡Ay, Dios mío! Resulta que la pobreza bajó en Costa Rica, sí señor, como quien diría, ¡qué alivio!, pero pa’ treparnos a esa estadística hay que rascarle a la realidad. Un nuevo informe del Estado de la Nación 2025 nos da la bienvenida a este panorama agridulce, donde la reducción de la pobreza parece más bien un parche que una solución sólida. Estamos hablando de unas 63 mil familias que salieron de la canasta básica, sí, pero ¿sobre qué cimientos estamos construyendo esto?
Verán, la última vez que vimos números parecidos fue allá por el 2007, cuando el país estaba to’ ché con un PIB creciendo a toda máquina y generando montones de empleos formales. Eso sí, la cosa andaba diferente: el crecimiento venía acompañado de oportunidades reales y sostenibles. Ahora, el asunto es otro bal; el PIB sube, sí, pero el motor principal está en las Zonas Francas, donde se generan empleos que requieren gente con estudios, y eso no llega mucho a las comunidades más necesitadas. Se crean puestos de trabajo, claro, pero muchos son como un respingo, rebotando después de la crisis del 2023, sin llegar a recuperar los niveles prepandemia.
Y aquí viene la gran vaina, mi raza: la mayoría de estos nuevos empleos son informales. Más del 60% de la reducción de la pobreza, según el informe, se explica por ingresos informales, ayudas familiares y hasta donaciones. ¡Imagínate! Dependemos de la buena voluntad ajena y de la economía sumergida para salir del hoyo. Esto no es sostenible, compadre, es como construir una casa sobre arena movediza. ¿Cómo vamos a hablar de progreso real si la base de nuestra recuperación es tan endeble?
Lo peor de todo es que ahora mismo, hasta la gente que tiene títulos universitarios anda buscando bretes en el sector informal. El informe dice que casi el 34% de las personas con educación media o superior están trabajando sin contrato, sin prestaciones, sin seguridad social. ¡Un tremendo despiche! Esto demuestra que la calidad del empleo, mi querido público, es tan importante como la cantidad. No sirve de mucho tener más gente trabajando si ese trabajo no les garantiza una vida digna.
Además, parece ser que estamos teniendo menos gente en el mercado laboral. La tasa de participación laboral se mantiene baja, apenas un 54%. Una de las más bajas que hemos visto en décadas. Las mujeres, especialmente, siguen estando fuera de la fuerza laboral, lo cual es una lástima porque ellas también tienen talentos y ganas de aportar. Esto es un problema estructural, compa, que requiere soluciones urgentes y a largo plazo. Necesitamos políticas públicas que incentiven la creación de empleos formales, que promuevan la igualdad de género y que brinden oportunidades a todos los costarricenses, sin importar su nivel educativo o su ubicación geográfica.
Para rematar, la desigualdad sigue siendo un problemón. El coeficiente de Gini bajó un poquito, sí, pero seguimos siendo uno de los países más desiguales de América Latina. Mientras unos pocos viven como reyes, muchos otros luchan para llegar a fin de mes. Los grupos con baja escolaridad, las mujeres y los jóvenes son los que más sufren. Es evidente que necesitamos un modelo de desarrollo económico más justo e inclusivo, que beneficie a todos los ciudadanos, no solo a unos pocos privilegiados.
El informe también destaca que la Encuesta Nacional de Hogares (ENAH) no nos dice de dónde sale ese dinerito extra que le permite a algunas familias salir de la pobreza. Pueden ser ayudas de familiares, donaciones de iglesias, o hasta algún favorcito que le dieron. Nosotros no sabemos, y eso dificulta aún más la tarea de diseñar políticas públicas efectivas. Es como tratar de resolver un rompecabezas sin saber todas las piezas que faltan. ¡Una verdadera torta!
Así que ahí lo tienen, mis queridos lectores: la pobreza bajó, sí, pero a qué precio. Parece que estamos poniendo parches a una herida profunda, sin atacar las causas fundamentales del problema. La pregunta que me hago es: ¿Podemos realmente considerar un avance significativo la reducción de la pobreza si ésta se basa en ingresos informales e inestables, y no en un crecimiento económico inclusivo y sostenible? ¿Cuál creen ustedes debería ser la prioridad del gobierno para abordar este desafío?
Verán, la última vez que vimos números parecidos fue allá por el 2007, cuando el país estaba to’ ché con un PIB creciendo a toda máquina y generando montones de empleos formales. Eso sí, la cosa andaba diferente: el crecimiento venía acompañado de oportunidades reales y sostenibles. Ahora, el asunto es otro bal; el PIB sube, sí, pero el motor principal está en las Zonas Francas, donde se generan empleos que requieren gente con estudios, y eso no llega mucho a las comunidades más necesitadas. Se crean puestos de trabajo, claro, pero muchos son como un respingo, rebotando después de la crisis del 2023, sin llegar a recuperar los niveles prepandemia.
Y aquí viene la gran vaina, mi raza: la mayoría de estos nuevos empleos son informales. Más del 60% de la reducción de la pobreza, según el informe, se explica por ingresos informales, ayudas familiares y hasta donaciones. ¡Imagínate! Dependemos de la buena voluntad ajena y de la economía sumergida para salir del hoyo. Esto no es sostenible, compadre, es como construir una casa sobre arena movediza. ¿Cómo vamos a hablar de progreso real si la base de nuestra recuperación es tan endeble?
Lo peor de todo es que ahora mismo, hasta la gente que tiene títulos universitarios anda buscando bretes en el sector informal. El informe dice que casi el 34% de las personas con educación media o superior están trabajando sin contrato, sin prestaciones, sin seguridad social. ¡Un tremendo despiche! Esto demuestra que la calidad del empleo, mi querido público, es tan importante como la cantidad. No sirve de mucho tener más gente trabajando si ese trabajo no les garantiza una vida digna.
Además, parece ser que estamos teniendo menos gente en el mercado laboral. La tasa de participación laboral se mantiene baja, apenas un 54%. Una de las más bajas que hemos visto en décadas. Las mujeres, especialmente, siguen estando fuera de la fuerza laboral, lo cual es una lástima porque ellas también tienen talentos y ganas de aportar. Esto es un problema estructural, compa, que requiere soluciones urgentes y a largo plazo. Necesitamos políticas públicas que incentiven la creación de empleos formales, que promuevan la igualdad de género y que brinden oportunidades a todos los costarricenses, sin importar su nivel educativo o su ubicación geográfica.
Para rematar, la desigualdad sigue siendo un problemón. El coeficiente de Gini bajó un poquito, sí, pero seguimos siendo uno de los países más desiguales de América Latina. Mientras unos pocos viven como reyes, muchos otros luchan para llegar a fin de mes. Los grupos con baja escolaridad, las mujeres y los jóvenes son los que más sufren. Es evidente que necesitamos un modelo de desarrollo económico más justo e inclusivo, que beneficie a todos los ciudadanos, no solo a unos pocos privilegiados.
El informe también destaca que la Encuesta Nacional de Hogares (ENAH) no nos dice de dónde sale ese dinerito extra que le permite a algunas familias salir de la pobreza. Pueden ser ayudas de familiares, donaciones de iglesias, o hasta algún favorcito que le dieron. Nosotros no sabemos, y eso dificulta aún más la tarea de diseñar políticas públicas efectivas. Es como tratar de resolver un rompecabezas sin saber todas las piezas que faltan. ¡Una verdadera torta!
Así que ahí lo tienen, mis queridos lectores: la pobreza bajó, sí, pero a qué precio. Parece que estamos poniendo parches a una herida profunda, sin atacar las causas fundamentales del problema. La pregunta que me hago es: ¿Podemos realmente considerar un avance significativo la reducción de la pobreza si ésta se basa en ingresos informales e inestables, y no en un crecimiento económico inclusivo y sostenible? ¿Cuál creen ustedes debería ser la prioridad del gobierno para abordar este desafío?