¡Ay, papá! Qué pena ajena esta situación en León XIII. La comunidad amaneció con un panorama digno de película de terror: casas hechas trizas, familias botadas a la calle y la incertidumbre pegándose como garrapata. Un derrumbe monumental sacudió el barrio en medio de la noche, dejando a más de treinta personas sin techo ni un chunche.
Todo empezó alrededor de la una de la mañana, cuando varios vecinos empezaron a escuchar ruidos extraños, como si el mismo suelo se estuviera moviendo. Ana González, una de las afectadas, nos cuenta que pensó que era un temblor. «Me levanté y lo primero que hice fue agarrar a los chiquitos», relata con la voz quebrada. Lo que siguió fue una cadena de estruendos a medida que las viviendas, unas de un nivel y otras de dos, cedían ante la fuerza de la tierra.
Lo increíble es que, milagrosamente, no hubo víctimas mortales ni heridos graves. Diay, se pudo haber ido todo al traste. Pero eso no quita que el daño material es de infarto. Casas que quedaron colgando al borde del barranco, paredes derribadas, objetos personales destrozados... un verdadero desastre. Imágenes de colchones y muebles flotando en el vacío dan escalofríos a cualquiera.
Pero lo que realmente sacó la cara a muchos fue la aparente ausencia de ayuda oficial. Según cuentan los damnificados, representantes del gobierno llegaron, echaron unos vistazoazos y luego se fueron. «Vinieron, miraron y se fueron», se lamenta González. «No rescataron nada. Estamos en la calle, no sabemos qué va a pasar ni qué vamos a hacer. No tenemos ni dónde hacernos un café». ¿Dónde quedó la solidaridad, mae?
Entre los afectados hay niños pequeños, adultos mayores y personas con discapacidades, quienes ahora enfrentan una situación aún más precaria. Scarlett Balmaceda, otra vecina, recuerda el pánico del momento. «Como a la una se escuchó el río muy lejos, después se oyó más cerca. Mi tía nos avisó que se estaba derrumbando. Corrimos para salvarnos», explica entre lágrimas.
Algunos vecinos sospechan que el colapso de una tubería subterránea pudo ser la causa del desastre, pero esto aún necesita confirmación por parte de las autoridades competentes. Lo cierto es que la zona siempre ha sido vulnerable debido a su ubicación cercana a un cauce y a la precariedad de las construcciones. Parece que nadie prestó atención a las señales, y ahora toca pagar las consecuencias.
Mientras tanto, los afectados se han unido para apoyarse mutuamente, compartiendo comida y cobijo con quien pueda ofrecerlo. Colchones, ropas, ollas y sartenes se amontonan en la calle, testimonio de la pérdida y la resiliencia de estas familias. Es admirable ver cómo, a pesar de la adversidad, intentan mantener la esperanza y buscar soluciones. ¡Qué carga tener que empezar de cero!
Esta tragedia pone en evidencia la importancia de fortalecer los sistemas de prevención de riesgos y garantizar condiciones de vida seguras para todos los ciudadanos. El Estado debe actuar rápido y brindar apoyo integral a las familias afectadas, asegurando su reubicación y acceso a servicios básicos. Pero dime, ¿crees que la respuesta de las autoridades será suficiente para aliviar el sufrimiento de estos vecinos y evitar que tragedias similares se repitan en el futuro?
Todo empezó alrededor de la una de la mañana, cuando varios vecinos empezaron a escuchar ruidos extraños, como si el mismo suelo se estuviera moviendo. Ana González, una de las afectadas, nos cuenta que pensó que era un temblor. «Me levanté y lo primero que hice fue agarrar a los chiquitos», relata con la voz quebrada. Lo que siguió fue una cadena de estruendos a medida que las viviendas, unas de un nivel y otras de dos, cedían ante la fuerza de la tierra.
Lo increíble es que, milagrosamente, no hubo víctimas mortales ni heridos graves. Diay, se pudo haber ido todo al traste. Pero eso no quita que el daño material es de infarto. Casas que quedaron colgando al borde del barranco, paredes derribadas, objetos personales destrozados... un verdadero desastre. Imágenes de colchones y muebles flotando en el vacío dan escalofríos a cualquiera.
Pero lo que realmente sacó la cara a muchos fue la aparente ausencia de ayuda oficial. Según cuentan los damnificados, representantes del gobierno llegaron, echaron unos vistazoazos y luego se fueron. «Vinieron, miraron y se fueron», se lamenta González. «No rescataron nada. Estamos en la calle, no sabemos qué va a pasar ni qué vamos a hacer. No tenemos ni dónde hacernos un café». ¿Dónde quedó la solidaridad, mae?
Entre los afectados hay niños pequeños, adultos mayores y personas con discapacidades, quienes ahora enfrentan una situación aún más precaria. Scarlett Balmaceda, otra vecina, recuerda el pánico del momento. «Como a la una se escuchó el río muy lejos, después se oyó más cerca. Mi tía nos avisó que se estaba derrumbando. Corrimos para salvarnos», explica entre lágrimas.
Algunos vecinos sospechan que el colapso de una tubería subterránea pudo ser la causa del desastre, pero esto aún necesita confirmación por parte de las autoridades competentes. Lo cierto es que la zona siempre ha sido vulnerable debido a su ubicación cercana a un cauce y a la precariedad de las construcciones. Parece que nadie prestó atención a las señales, y ahora toca pagar las consecuencias.
Mientras tanto, los afectados se han unido para apoyarse mutuamente, compartiendo comida y cobijo con quien pueda ofrecerlo. Colchones, ropas, ollas y sartenes se amontonan en la calle, testimonio de la pérdida y la resiliencia de estas familias. Es admirable ver cómo, a pesar de la adversidad, intentan mantener la esperanza y buscar soluciones. ¡Qué carga tener que empezar de cero!
Esta tragedia pone en evidencia la importancia de fortalecer los sistemas de prevención de riesgos y garantizar condiciones de vida seguras para todos los ciudadanos. El Estado debe actuar rápido y brindar apoyo integral a las familias afectadas, asegurando su reubicación y acceso a servicios básicos. Pero dime, ¿crees que la respuesta de las autoridades será suficiente para aliviar el sufrimiento de estos vecinos y evitar que tragedias similares se repitan en el futuro?
