¡Ay, Dios mío! ¿Se imaginan esto, compas? Ronny Castillo, con su propuesta de cambiarle la cara a Costa Rica, ha encendido todas las alarmas. El candidato del Partido Aquí Costa Rica Manda quiere acabar con los partidos tradicionales y darle el control al pueblo directamente. Suena ambicioso, ¿verdad? Más que eso, suena a 'qué carga' si sale mal, pero también a 'qué tuanis' si funciona.
Castillo plantea que ya estamos hartos de los mismos rostros, de las mismas promesas vacías y de ver cómo los políticos se olvidan de nosotros una vez que llegan al poder. La gente está cansada de la bronca partidista y busca una salida, una forma de sentirse escuchada y representada realmente. Y ahí entra su idea de una “Costa Rica Cívica”, basada en empoderar a las comunidades y poner el foco en la participación ciudadana.
La propuesta principal es modificar la Constitución para implementar la democracia directa vinculante. En otras palabras, dejar atrás las votaciones indirectas y permitir que el pueblo decida directamente sobre los temas importantes. Referendums, plebiscitos, presupuestos participativos... todo tendría que estar al alcance de la mano del ciudadano. Ya no más que unos pocos en San José tomen las decisiones que afectan a todos los demás. Eso sí, 'brete' complicado porque la oposición no se va a quedar de brazos cruzados, muchacho.
Para llevar adelante esta visión, Castillo propone crear una Red Nacional de Consejos Cívicos, elegidos anualmente en cada comunidad. Estos consejos serían autónomos, libres de ataduras partidistas, y se reunirían para discutir y proponer soluciones a los problemas locales y nacionales. Además, sugiere la posibilidad de seleccionar algunos miembros por sorteo, como se hace con los jurados en Estados Unidos, para garantizar una representación aún más diversa y alejada de intereses particulares. ¡Imaginen la maraña de opiniones!
Pero ojo, que este cambio no es pa’ bromear. Castillo reconoce que el camino será largo y difícil, lleno de obstáculos y resistencias. Las élites políticas no van a renunciar al poder tan fácil, y existe el riesgo de que surjan nuevos líderes autoritarios o que la sociedad se fracture aún más. Por eso, insiste en que la transición debe ser gradual, comenzando con proyectos piloto en algunos municipios y estableciendo controles estrictos para evitar abusos.
Un elemento fundamental de esta propuesta es la ética cívica. No basta con votar cada cuatro años, argumenta Castillo. Hay que fomentar una cultura de responsabilidad, transparencia y rendición de cuentas. Una plataforma digital nacional permitiría a los ciudadanos debatir, fiscalizar y votar temas clave en tiempo real, mientras que el servicio cívico obligatorio para los jóvenes promovería el compromiso con la comunidad y el desarrollo del país. Un ‘chunche’ interesante sería que hasta nos enseñaran a debatir como Dios manda.
Ahora bien, claro que hay críticos. Algunos dicen que es utópico, que la gente es demasiado individualista para participar activamente en asuntos públicos. Otros temen que la democracia directa termine siendo manipulada por grupos de interés o que genere inestabilidad política. También hay quien dice que es más fácil vender el alma al diablo que lograr un consenso en Costa Rica. Pero Castillo defiende su visión con vehemencia, afirmando que el pueblo es capaz de tomar decisiones informadas y responsables si se le da la oportunidad.
En fin, la propuesta de Castillo es audaz, innovadora y, quizás, necesaria. Nos reta a pensar diferente, a construir un modelo político más justo y participativo. Pero, ¿realmente creen que es posible transformar Costa Rica en un movimiento cívico permanente, liberándola de la influencia de los partidos políticos? ¿Están dispuestos a asumir la responsabilidad de ser protagonistas activos de nuestro destino o prefieren seguir siendo meros espectadores?
Castillo plantea que ya estamos hartos de los mismos rostros, de las mismas promesas vacías y de ver cómo los políticos se olvidan de nosotros una vez que llegan al poder. La gente está cansada de la bronca partidista y busca una salida, una forma de sentirse escuchada y representada realmente. Y ahí entra su idea de una “Costa Rica Cívica”, basada en empoderar a las comunidades y poner el foco en la participación ciudadana.
La propuesta principal es modificar la Constitución para implementar la democracia directa vinculante. En otras palabras, dejar atrás las votaciones indirectas y permitir que el pueblo decida directamente sobre los temas importantes. Referendums, plebiscitos, presupuestos participativos... todo tendría que estar al alcance de la mano del ciudadano. Ya no más que unos pocos en San José tomen las decisiones que afectan a todos los demás. Eso sí, 'brete' complicado porque la oposición no se va a quedar de brazos cruzados, muchacho.
Para llevar adelante esta visión, Castillo propone crear una Red Nacional de Consejos Cívicos, elegidos anualmente en cada comunidad. Estos consejos serían autónomos, libres de ataduras partidistas, y se reunirían para discutir y proponer soluciones a los problemas locales y nacionales. Además, sugiere la posibilidad de seleccionar algunos miembros por sorteo, como se hace con los jurados en Estados Unidos, para garantizar una representación aún más diversa y alejada de intereses particulares. ¡Imaginen la maraña de opiniones!
Pero ojo, que este cambio no es pa’ bromear. Castillo reconoce que el camino será largo y difícil, lleno de obstáculos y resistencias. Las élites políticas no van a renunciar al poder tan fácil, y existe el riesgo de que surjan nuevos líderes autoritarios o que la sociedad se fracture aún más. Por eso, insiste en que la transición debe ser gradual, comenzando con proyectos piloto en algunos municipios y estableciendo controles estrictos para evitar abusos.
Un elemento fundamental de esta propuesta es la ética cívica. No basta con votar cada cuatro años, argumenta Castillo. Hay que fomentar una cultura de responsabilidad, transparencia y rendición de cuentas. Una plataforma digital nacional permitiría a los ciudadanos debatir, fiscalizar y votar temas clave en tiempo real, mientras que el servicio cívico obligatorio para los jóvenes promovería el compromiso con la comunidad y el desarrollo del país. Un ‘chunche’ interesante sería que hasta nos enseñaran a debatir como Dios manda.
Ahora bien, claro que hay críticos. Algunos dicen que es utópico, que la gente es demasiado individualista para participar activamente en asuntos públicos. Otros temen que la democracia directa termine siendo manipulada por grupos de interés o que genere inestabilidad política. También hay quien dice que es más fácil vender el alma al diablo que lograr un consenso en Costa Rica. Pero Castillo defiende su visión con vehemencia, afirmando que el pueblo es capaz de tomar decisiones informadas y responsables si se le da la oportunidad.
En fin, la propuesta de Castillo es audaz, innovadora y, quizás, necesaria. Nos reta a pensar diferente, a construir un modelo político más justo y participativo. Pero, ¿realmente creen que es posible transformar Costa Rica en un movimiento cívico permanente, liberándola de la influencia de los partidos políticos? ¿Están dispuestos a asumir la responsabilidad de ser protagonistas activos de nuestro destino o prefieren seguir siendo meros espectadores?
