¡Ay, mae! Se armó un temblorazo en las finanzas nacionales, pero no precisamente por volcanes ni terremotos. Resulta que el Banco Central nos soltó la bomba de que el trabajo doméstico no remunerado en Costa Rica alcanza los ¢9,6 billones al año. ¡Un dineral!, y eso sin contar el esfuerzo físico y emocional que implica mantener la casa a flote y criar a los peques.
Para ponerle pausa al asunto, esto equivale a casi el 23% del Producto Interno Bruto (PIB) del país. Imagínate, si contáramos todo ese trabajo como ingreso real, la economía tica estaría muchísimo más cargada. Pero claro, ahí va la bronca, no se incluye en las estadísticas oficiales porque supuestamente no tiene precio de mercado. Un despiche total, dicen algunos economistas, pues ignora una parte fundamental del bienestar familiar y social.
Max Soto, uno de los bigotes del BCCR, explicó que aunque siempre ha sido una actividad invisible para el PIB, ahora le están poniendo lupa desde una perspectiva de género. Quieren ver cómo hombres y mujeres contribuyen, y reconocen que es tarea pendiente darle visibilidad a esta labor. Lo bueno es que están empezando a mover el chunche para valorar económicamente esas horas que le echamos a la casa y al cuidado de la familia.
Y hablando de horas, ¡madre mía! Según el reporte, estamos dedicándole alrededor de 104.3 millones de horas semanales al trabajo doméstico en todo el país. Eso sí que es una vara alta. Pero lo más salado de todo es que las mujeres siguen llevando la peor parte. Representan el 67,2% del valor económico generado por estas labores, mientras que los hombres apenas suman el 32,8%. ¿Hasta cuándo vamos a seguir con esta desigualdad, eh?
Mariam Alfaro, otra funcionaria del Banco Central, nos aclaró que están tratando de asignar un valor económico a las tareas basándose en los salarios que cobrarían profesionales si estuvieran haciendo lo mismo. Así, por ejemplo, limpiar la casa, cocinar, lavar ropa… todo se traduce en números fríos. Y el resultado es que, de estar trabajando, los costarricenses ganaríamos unos ¢2,1 millones al año en actividades domésticas y de cuidado. Una suma considerable que demuestra la importancia de este trabajo.
Pero aquí viene el golpe bajo para muchas mamás. Más de 450 mil mujeres no tienen empleo debido a sus responsabilidades familiares. ¡Eso es casi la mitad de las personas que faltan en la fuerza laboral! Leonela Artavia, investigadora de la Universidad Nacional, explica que todavía existe una mentalidad cultural arraigada donde se espera que las mujeres permanezcan en casa cuidando a los hijos. Aunque la situación ha cambiado en las últimas décadas, la maternidad sigue siendo un factor determinante para que muchas renuncien a sus empleos o no busquen nuevos desafíos laborales.
El informe del INEC revela que la tasa de no participación laboral aumenta significativamente cuando hay hijos menores de cinco años (51,1%). Luego baja un poco cuando los niños entran a la escuela (35%), pero la realidad es que muchas mujeres siguen sacrificando sus carreras profesionales para estar presentes en la vida de sus familias. Es una decisión personal, claro, pero también refleja una sociedad que aún necesita hacer ajustes para apoyar la igualdad de oportunidades.
Ahora bien, con toda esta información, me pregunto: ¿Cómo podemos crear políticas públicas y cambios sociales que valoren realmente el trabajo doméstico y permitan a las mujeres conciliar su vida familiar y profesional sin tener que irse al traste en el proceso? ¿Será que ya llegó la hora de replantearnos el rol de hombres y mujeres en el hogar y en la sociedad?
Para ponerle pausa al asunto, esto equivale a casi el 23% del Producto Interno Bruto (PIB) del país. Imagínate, si contáramos todo ese trabajo como ingreso real, la economía tica estaría muchísimo más cargada. Pero claro, ahí va la bronca, no se incluye en las estadísticas oficiales porque supuestamente no tiene precio de mercado. Un despiche total, dicen algunos economistas, pues ignora una parte fundamental del bienestar familiar y social.
Max Soto, uno de los bigotes del BCCR, explicó que aunque siempre ha sido una actividad invisible para el PIB, ahora le están poniendo lupa desde una perspectiva de género. Quieren ver cómo hombres y mujeres contribuyen, y reconocen que es tarea pendiente darle visibilidad a esta labor. Lo bueno es que están empezando a mover el chunche para valorar económicamente esas horas que le echamos a la casa y al cuidado de la familia.
Y hablando de horas, ¡madre mía! Según el reporte, estamos dedicándole alrededor de 104.3 millones de horas semanales al trabajo doméstico en todo el país. Eso sí que es una vara alta. Pero lo más salado de todo es que las mujeres siguen llevando la peor parte. Representan el 67,2% del valor económico generado por estas labores, mientras que los hombres apenas suman el 32,8%. ¿Hasta cuándo vamos a seguir con esta desigualdad, eh?
Mariam Alfaro, otra funcionaria del Banco Central, nos aclaró que están tratando de asignar un valor económico a las tareas basándose en los salarios que cobrarían profesionales si estuvieran haciendo lo mismo. Así, por ejemplo, limpiar la casa, cocinar, lavar ropa… todo se traduce en números fríos. Y el resultado es que, de estar trabajando, los costarricenses ganaríamos unos ¢2,1 millones al año en actividades domésticas y de cuidado. Una suma considerable que demuestra la importancia de este trabajo.
Pero aquí viene el golpe bajo para muchas mamás. Más de 450 mil mujeres no tienen empleo debido a sus responsabilidades familiares. ¡Eso es casi la mitad de las personas que faltan en la fuerza laboral! Leonela Artavia, investigadora de la Universidad Nacional, explica que todavía existe una mentalidad cultural arraigada donde se espera que las mujeres permanezcan en casa cuidando a los hijos. Aunque la situación ha cambiado en las últimas décadas, la maternidad sigue siendo un factor determinante para que muchas renuncien a sus empleos o no busquen nuevos desafíos laborales.
El informe del INEC revela que la tasa de no participación laboral aumenta significativamente cuando hay hijos menores de cinco años (51,1%). Luego baja un poco cuando los niños entran a la escuela (35%), pero la realidad es que muchas mujeres siguen sacrificando sus carreras profesionales para estar presentes en la vida de sus familias. Es una decisión personal, claro, pero también refleja una sociedad que aún necesita hacer ajustes para apoyar la igualdad de oportunidades.
Ahora bien, con toda esta información, me pregunto: ¿Cómo podemos crear políticas públicas y cambios sociales que valoren realmente el trabajo doméstico y permitan a las mujeres conciliar su vida familiar y profesional sin tener que irse al traste en el proceso? ¿Será que ya llegó la hora de replantearnos el rol de hombres y mujeres en el hogar y en la sociedad?
