yercomrade7
Forero Regular
“En síntesis, por tanto, el principio del idealismo trascendental, difícil nombre que Kant da a su sistema, es sencillo: cuando se trata de conocer lo real, la mente humana no puede sino partir de la experiencia, pero eso no significa que sea una pura capacidad pasiva, pues, al contrario, impone a lo que percibimos ciertas estructuras que lo hacen inteligible, ordenándolo, y que convierten a la ciencia en algo seguro y universal. Hablando con toda propiedad, la experiencia es un producto mixto que procede de lo que toda razón humana capta de la realidad debido a su estructura peculiar. Y de esa realidad, como de la luna, sólo vemos su cara fenoménica y aparente, aunque eso tiene la ventaja de que lo que conocemos no es un caos de sensaciones en cuya estabilidad nos vemos obligados a confiar, sino un mundo de objetos, relaciones y leyes, ordenado de forma igual para todos. El conocimiento científico es, por tanto, fruto del orden que vamos introduciendo en el mundo (gracias a nuestras formas a priori), del que no podemos conocer más que lo que previamente hemos puesto.
Pero en su afán por sintetizar los fenómenos en menos principios cada vez, la razón pretende unificar todos sus conocimientos en ciertas ideas —alma, mundo y Dios— como resumen, causa y origen de cuanto hemos visto y comprendido; es aquí donde radica nuestro error, porque esas ideas, por su misma naturaleza, trascienden los límites de la experiencia y ya no pueden ser consideradas como ideas científicas. Estamos, entonces, en el campo de la metafísica, en el que rigurosamente es posible encontrar argumentos para cualquier tesis, lo que explica su continua confusión y, por tanto, el descrédito en el que ha caído. Podemos, y de hecho lo hacemos, conocernos a nosotros mismos como sustancias; somos conscientes de que pensamos, deseamos y amamos según los casos, pero jamás podremos averiguar dónde radica y en qué consiste la química de todos esos procesos, llámese alma o como se quiera. ¿Y qué podemos decir del mundo como totalidad?, ¿es finito o infinito?; ¿procede de una causa última o no? Y de Dios, la idea por excelencia, ¿afirmaremos que existe o que no? Todo lo que pretendamos decir serán paralogismos, antinomias, sofismas en definitiva, errores de una pretenciosa razón que aspira vanamente a desentrañarlo todo.”
Como podemos leer en este resumen, la razón humana comete ciertos errores estructurales cuando quiere pasar desde la consideración fenoménica de las ideas metafísicas hasta la nouménica. Una de estas ideas es la de mundo, objeto de la cosmología racional, que no se entiende como simple conjunto de fenómenos regulados por leyes, sino como un todo metafísico, lo que no deja de ser una ilusión trascendental que sólo nos conduce a una serie de antinomias que ponen en jaque a nuestra “pretenciosa razón”.
El término «antinomia» significa literalmente «conflicto entre leyes» y Kant lo utiliza en el sentido de «contradicción estructural», y por lo tanto insoluble. Según Kant, estas antinomias se producen cuando intentamos responder a las siguientes cuestiones:
¿Hay que pensar metafísicamente el mundo como algo finito o infinito?
¿Se puede reducir a partes simples e indivisibles, o no?
¿Sus causas últimas son todas de tipo mecanicista, y por lo tanto necesarias, o en él también hay causas libres?
¿Supone el mundo una causa última, incondicionada y absolutamente necesaria, o no?
Tanto si las respuestas son afirmativas (tesis) como si son negativas (antítesis), todas son defendibles desde el punto de vista de la pura razón, y además la experiencia no puede confirmar ni refutar a unas ni a otras. Es lo que ocurre cuando la razón cruza los límites de la experiencia. Además, Kant señala que las afirmaciones que se expresan en las tesis son las propias del racionalismo, mientras que las mostradas por las cuatro antítesis son típicas del empirismo. Las tesis, consideradas en sí mismas, poseen la ventaja de ser más provechosas para la ética y la religión y, también, más populares, ya que reflejan las opiniones de la mayoría. Las antítesis, en cambio, están más acordes con la actitud y el espíritu científico.
Pequeño ejemplo: ¿Existe Dios, o no?
Creyente: Dios si existe, el universo está finamente ajustado para la existencia de la vida inteligente; simplemente las constantes y las cantidades fundamentales de la naturaleza caen en un rango exquisitamente estrecho de valores que hacen que nuestro universo permita vida. Si esas constantes y cantidades fuesen alteradas hasta por una hebra de cabello, el delicado equilibrio sería alterado y no podría existir vida. Nada sale de la nada.
Ateo: Dios no existe, no hay evidencia aplicable a la realidad que nos demuestre la necesidad y la existencia de una entidad inteligente para la aparición de la vida. La vida evoluciona, sin necesidad de interversión y la materia jamás desaparece, simplemente se transforma, por tanto la pregunta ¿Hubo un principio? Ni siquiera se puede preguntar.
Por medio de la razón podemos llegar a ambas conclusiones. En fin el alienarnos a una u otra posición, como resultado de creer tener más o la razón por completo, es un asunto puro de la emoción.
Pero en su afán por sintetizar los fenómenos en menos principios cada vez, la razón pretende unificar todos sus conocimientos en ciertas ideas —alma, mundo y Dios— como resumen, causa y origen de cuanto hemos visto y comprendido; es aquí donde radica nuestro error, porque esas ideas, por su misma naturaleza, trascienden los límites de la experiencia y ya no pueden ser consideradas como ideas científicas. Estamos, entonces, en el campo de la metafísica, en el que rigurosamente es posible encontrar argumentos para cualquier tesis, lo que explica su continua confusión y, por tanto, el descrédito en el que ha caído. Podemos, y de hecho lo hacemos, conocernos a nosotros mismos como sustancias; somos conscientes de que pensamos, deseamos y amamos según los casos, pero jamás podremos averiguar dónde radica y en qué consiste la química de todos esos procesos, llámese alma o como se quiera. ¿Y qué podemos decir del mundo como totalidad?, ¿es finito o infinito?; ¿procede de una causa última o no? Y de Dios, la idea por excelencia, ¿afirmaremos que existe o que no? Todo lo que pretendamos decir serán paralogismos, antinomias, sofismas en definitiva, errores de una pretenciosa razón que aspira vanamente a desentrañarlo todo.”
Como podemos leer en este resumen, la razón humana comete ciertos errores estructurales cuando quiere pasar desde la consideración fenoménica de las ideas metafísicas hasta la nouménica. Una de estas ideas es la de mundo, objeto de la cosmología racional, que no se entiende como simple conjunto de fenómenos regulados por leyes, sino como un todo metafísico, lo que no deja de ser una ilusión trascendental que sólo nos conduce a una serie de antinomias que ponen en jaque a nuestra “pretenciosa razón”.
El término «antinomia» significa literalmente «conflicto entre leyes» y Kant lo utiliza en el sentido de «contradicción estructural», y por lo tanto insoluble. Según Kant, estas antinomias se producen cuando intentamos responder a las siguientes cuestiones:
¿Hay que pensar metafísicamente el mundo como algo finito o infinito?
¿Se puede reducir a partes simples e indivisibles, o no?
¿Sus causas últimas son todas de tipo mecanicista, y por lo tanto necesarias, o en él también hay causas libres?
¿Supone el mundo una causa última, incondicionada y absolutamente necesaria, o no?
Tanto si las respuestas son afirmativas (tesis) como si son negativas (antítesis), todas son defendibles desde el punto de vista de la pura razón, y además la experiencia no puede confirmar ni refutar a unas ni a otras. Es lo que ocurre cuando la razón cruza los límites de la experiencia. Además, Kant señala que las afirmaciones que se expresan en las tesis son las propias del racionalismo, mientras que las mostradas por las cuatro antítesis son típicas del empirismo. Las tesis, consideradas en sí mismas, poseen la ventaja de ser más provechosas para la ética y la religión y, también, más populares, ya que reflejan las opiniones de la mayoría. Las antítesis, en cambio, están más acordes con la actitud y el espíritu científico.
Pequeño ejemplo: ¿Existe Dios, o no?
Creyente: Dios si existe, el universo está finamente ajustado para la existencia de la vida inteligente; simplemente las constantes y las cantidades fundamentales de la naturaleza caen en un rango exquisitamente estrecho de valores que hacen que nuestro universo permita vida. Si esas constantes y cantidades fuesen alteradas hasta por una hebra de cabello, el delicado equilibrio sería alterado y no podría existir vida. Nada sale de la nada.
Ateo: Dios no existe, no hay evidencia aplicable a la realidad que nos demuestre la necesidad y la existencia de una entidad inteligente para la aparición de la vida. La vida evoluciona, sin necesidad de interversión y la materia jamás desaparece, simplemente se transforma, por tanto la pregunta ¿Hubo un principio? Ni siquiera se puede preguntar.
Por medio de la razón podemos llegar a ambas conclusiones. En fin el alienarnos a una u otra posición, como resultado de creer tener más o la razón por completo, es un asunto puro de la emoción.