Tu sistema de creencias, por ejemplo, no es más que aquello que te parece cierto
del mundo, de las mujeres y de ti mismo. Pensamientos como: «A las mujeres solo les
atraen los chicos guapos o ricos» o «Ellas están menos interesadas en el sexo que
nosotros» o «No se me da bien interactuar con extraños» podrían formar parte del
sistema de creencias de un hombre que aún no ha aprendido a exprimir su potencial con
las mujeres. En suma, un Atrapado. Una persona con pocas opciones y de reacciones
predecibles:
Ella: Vienes a ligar, ¿verdad?
Atrapado (mal): No. Disculpa. Ya me voy.
Alguien, en cambio, convencido de cosas como «Cuanto más tiempo pasa cerca
de mí, más le pongo» o «Las mujeres son criaturas extremadamente sexuales,
especialmente conmigo» o «Es divertido ver cómo las que me ponen mala cara acaban
colgándose por mí» vivirá su relación con el universo femenino de una forma muy
distinta.
Alguien así va a disfrutar del impacto positivo que estas creencias ejercen sobre su
estado y, por consiguiente, no dudes de que lo harán también sobre su atractivo.
¿A cuál de esos dos hombres quieres parecerte? ¿Al que reacciona de forma
predecible y se va con el rabo entre las piernas? O a este:
Ella: Vienes a ligar, ¿verdad?
Tú: Con una sonrisa, todo es negociable.
Desarrolla creencias que jueguen en tu favor y no en tu contra. Recuerda que, tanto
si crees que puedes tener un gran éxito con las mujeres como si no, estás en lo cierto.
Vamos a dedicarnos ahora a tus valores, aquellas cosas que te parecen
importantes en la vida. Por ejemplo, la salud, el amor, la riqueza, la sinceridad, la
valentía, el compañerismo, la fuerza de voluntad, el conocimiento, el vitalismo, etc. Al
igual que las creencias, varían de persona a persona, pues no todo el mundo valora las
mismas cosas ni tampoco lo hace en la misma proporción. Y, por supuesto, en función
de los valores que abraces vas a experimentar unos estados u otros. A la larga, van
incluso a condicionar tu destino.
Si un valor fundamental para ti es la inmediatez de la recompensa, lo que termine
ocurriendo esa noche va a pesar sobre tu humor como el mochilón con el que te hacían
cargar en el colegio. Y, cualquier resultado no deseado, puede hacer que te vengas
abajo. Si en cambio otorgas mayor importancia al «Kaizen: mejora constante», puedes
disfrutar incluso de la reacción negativa de esa chica que te gusta por cuanto te brinda
valiosas enseñanzas y oportunidades de perfeccionamiento. Si otro valor básico en ti es
exprimir la vida al máximo, tu vitalismo se filtrará en cada una de tus actitudes, gestos y,
por supuesto, estado anímico. Ellas lo notarán y, solo por ello, te percibirán como si
tuvieras el pene más grande.
Hablemos ahora de tus actitudes, es decir, de cómo decides pensar y comportarte
en cada momento, en ocasiones de manera consciente y otras no tanto.
Ante una circunstancia indeseada puedes tomar la resolución de ver el lado
divertido y aprender una lección de ello, pero también puedes optar por compadecerte,
frustrarte, enfadarte, etc.
Para entenderlo mejor, toma el clásico ejemplo del boxeador. Estás en el quinto
asalto y el campeón ya te ha derribado varias veces. Tienes dos formas de enfocarlo.
• Enfoque A: decides que eres un pésimo rival, al que no hacen más que tumbar.
La próxima vez que muerdas la lona, ¿por qué levantarte?
• Enfoque B: te decantas por creer que eres un boxeador excepcional que no deja
de levantarse. Tu voluntad de acero terminará por aplastar cualquier rival. La
próxima vez... No. La próxima vez no serás tú el derribado.
¿Cómo crees que tienes más posibilidades de ganar el combate? ¿Si eres el
boxeador que no para de caer o si eres el boxeador que siempre vuelve a levantarse1?
Para el Atrapado, ambos son el mismo boxeador contemplados desde ángulos
diferentes. El Ganador, en cambio, entiende que se trata de boxeadores con destinos
diferentes. Y se reconoce a sí mismo en el segundo. Y ellas también.
Las mujeres saben diferenciar perfectamente entre ambas actitudes. Una les baja la
libido; la otra, les atrae. No hace falta que te diga cuál es cuál, ¿verdad?
A partir de ahora, adopta contigo mismo el compromiso de sacar lo máximo de
cada interacción, tanto en términos de diversión como de aprendizaje. Y, ya que
estamos, sácale también el jugo a tu propia soledad. Pásalo en grande también cuando
nadie te vea. Presta atención a lo que te recrea o inspira. Conviértete en un estudiante de
tu propia diversión. Hagas lo que hagas y estés con quien estés, acostúmbrate a
preguntarte: ¿cómo podría hacer esta situación más estimulante?
Quizá al principio no obtengas buenas respuestas. Aun así, haz de dicha pregunta
un hábito. Un hábito que, ya te he dicho, debe manifestarse tanto cuando te encuentras
acompañado como solo. La cuestión es que la búsqueda de la diversión se convierta,
cada vez más, en una actitud cotidiana.
Ahora que ya sabes más sobre creencias, valores y actitudes, ¿recuerdas cuál era
la segunda clave para controlar tu estado? Estoy a punto de hablarte de ella.
b. Tu diálogo interno y representaciones mentales
El diálogo interno hace, sobre todo, referencia a cómo te hablas a ti mismo. ¿Te
dices frases de ánimo como: «¡Venga, es pan comido!», «¡Muy bien, bonito, si lo sigues
intentando así el mundo es tuyo!», «¡Pero cómo es posible que mole tanto!» o por el
contrario te hablas en un tono aplastante y destructivo?: «Ya la has vuelto a cagar», «Ya
sabía yo que esto no podía salir bien» o «Si es que, el que es un negado como yo, lo
será siempre»?
Quizá creas que eres de esas personas que no se hablan a sí mismas. Pues bien,
tengo noticias para ti. Lo haces. Aunque no seas consciente de ello, lo haces. La mejor
forma de sacar dicho diálogo al exterior es escribir un diario. Hacerlo te obligará a ir
plasmando en el papel cuanto te venga a la mente. Gracias a ello podrás,
progresivamente, detectar aquellos términos y tonos en los que piensas y ganar mayor
control sobre ellos.
Y presta atención a las expresiones que usas con los demás. Pues aquello que
aflora en tu boca, no es sino el reflejo del silencioso riachuelo de palabras que discurren
por las profundidades de tu ser.
Reemplaza respuestas como «Tío, no imaginas el día de mierda que he tenido.
Estoy hasta los mismísimos de todo. Me voy a la cama para olvidarme del mundo», por
otras del tipo: «Tío, no imaginas lo didáctico que ha sido mi día. Tanto, que quiero
descansar».
Otro consejo es que te hables más. Hacia adentro. Hazlo con esa voz atronadora,
poderosa y masculina que, cargada de complicidad, apuesta al cien por cien por ti. La
que te anima a seguir mejorando pase lo que pase. Si va a motivarte más, también
puedes servirte de una voz femenina, sexy e irremisiblemente enamorada de ti.
Puede que te cueste. Quizá al estudio de sonido de tu mente le falte un poco de
rodaje, pero no importa. Háblate en voz alta si es preciso. Eso sí, procura que no haya
gente delante.
Personalmente, no soy un buen ejemplo. A veces me han parado por la calle
dialogando solo. Y eso que mis voces abarcan desde mis ex novias y Son Goku en
plena transformación a los Teleñecos, pasando por Bugs Bunny y los Pitufos. Un día
incluso me sorprendí hablando frente al espejo con los ademanes del presidente Obama.
Dediquémonos ahora a representaciones mentales.
Se trata de la ampliación natural de tu diálogo interno. Es decir, ¿por qué limitarnos
a las palabras y tonos? ¿Por qué no acompañarlos con música? ¿Y si nos zambullimos
en el colorido y brillante mundo de la imagen? ¿Le añadimos sensaciones, olores y
sabor? Tus representaciones mentales son las imágenes, sonidos y demás percepciones
que reproduces en tu mente y el modo en que lo haces. O sea, tu «película interior».
Dicha «película» la vives en tres modalidades: visual, auditiva y kinestésica. Esta
última incluye todo lo que se refiere a sensaciones —tacto, olfato y gusto—, además de
las emociones.
La importancia de esta sucesión de cortometrajes mentales estriba en el enorme
impacto que tiene sobre tus emociones, las cuales variarán en función de lo que en PNL
(Programación Neurolingüística) se conoce como submodalidades o matices de cada
modalidad.
Por ejemplo, una representación mental te afectará mucho menos si las imágenes
que ves en tu cabeza son en blanco y negro, pequeñas, borrosas, estáticas —como
fotografías—. Sin embargo, las sensaciones serán más intensas con imágenes dinámicas,
grandes, nítidas y de colores vivos. Si la «película» también incluye sensaciones táctiles,
olfativas y gustativas, su carga emocional aumentará aún más. Y también lo hará en la
medida en que te metas dentro del personaje y percibas las cosas como las percibiría él
—representación asociada— en lugar de verlas como un espectador —representación
disociada.
Sabiendo esto, la próxima vez que te venga a la mente aquella escena de un
pasado desagradable, ¿qué vas a hacer con ella? Pon que son las imágenes de tu novia
dejándote por otro o las de aquella chica que jamás te hizo ni caso. Pues bien, te
recuerdo que en tu cabeza tienes el mejor programa de edición de imágenes, audio y
sensaciones jamás creado. Así que... ¿cómo vas a «editar» dicha película?
Las posibilidades son infinitas. Convierte la escena en una sucesión de fotos roídas
y mugrientas, color sepia, sin fuerza ni vida. O haz que tu ex novia cobre el tamaño de un
garbanzo, de movimientos desesperados, con la voz aguda y débil que tendría un
mosquito. Transfórmala si quieres en un dibujo animado o una caricatura. Haz que sea
un garabato que intenta, sin éxito, afectar las emociones de ese gigante atronador: tú. A
ella píntala borrosa, desenfocada, apagada o gris; y a ti, resplandeciente como la
cegadora luz del sol.
Si en lugar de un mal recuerdo se trata de recrear un triunfo pasado o futuro,
seguramente te interesa usar colores intensos y nítidos, imágenes dinámicas de gran
tamaño, sonidos envolventes de sala de cine, sensaciones táctiles, olores y sabores. Es
probable, además, que quieras —y te convenga— zambullirte en dicha vivencia en lugar
de limitarte a verla desde la butaca. Y no te cortes con los efectos especiales.
Al tratarse de tu propio espacio virtual también puedes decidir qué escenas se
proyectan y cuáles no.Tu sistema de creencias, por ejemplo, no es más que aquello que te parece cierto
del mundo, de las mujeres y de ti mismo. Pensamientos como: «A las mujeres solo les
atraen los chicos guapos o ricos» o «Ellas están menos interesadas en el sexo que
nosotros» o «No se me da bien interactuar con extraños» podrían formar parte del
sistema de creencias de un hombre que aún no ha aprendido a exprimir su potencial con
las mujeres. En suma, un Atrapado. Una persona con pocas opciones y de reacciones
predecibles:
Ella: Vienes a ligar, ¿verdad?
Atrapado (mal): No. Disculpa. Ya me voy.
Alguien, en cambio, convencido de cosas como «Cuanto más tiempo pasa cerca
de mí, más le pongo» o «Las mujeres son criaturas extremadamente sexuales,
especialmente conmigo» o «Es divertido ver cómo las que me ponen mala cara acaban
colgándose por mí» vivirá su relación con el universo femenino de una forma muy
distinta.
Alguien así va a disfrutar del impacto positivo que estas creencias ejercen sobre su
estado y, por consiguiente, no dudes de que lo harán también sobre su atractivo.
¿A cuál de esos dos hombres quieres parecerte? ¿Al que reacciona de forma
predecible y se va con el rabo entre las piernas? O a este:
Ella: Vienes a ligar, ¿verdad?
Tú: Con una sonrisa, todo es negociable.
Desarrolla creencias que jueguen en tu favor y no en tu contra. Recuerda que, tanto
si crees que puedes tener un gran éxito con las mujeres como si no, estás en lo cierto.
En el «Mandamiento 4.º Créetelo», profundizaremos más en el poder que tus
creencias tienen para afectar tu entorno al tratar de la ley de la realidad dominante.
Vamos a dedicarnos ahora a tus valores, aquellas cosas que te parecen
importantes en la vida. Por ejemplo, la salud, el amor, la riqueza, la sinceridad, la
valentía, el compañerismo, la fuerza de voluntad, el conocimiento, el vitalismo, etc. Al
igual que las creencias, varían de persona a persona, pues no todo el mundo valora las
mismas cosas ni tampoco lo hace en la misma proporción. Y, por supuesto, en función
de los valores que abraces vas a experimentar unos estados u otros. A la larga, van
incluso a condicionar tu destino.
Si un valor fundamental para ti es la inmediatez de la recompensa, lo que termine
ocurriendo esa noche va a pesar sobre tu humor como el mochilón con el que te hacían
cargar en el colegio. Y, cualquier resultado no deseado, puede hacer que te vengas
abajo. Si en cambio otorgas mayor importancia al «Kaizen: mejora constante», puedes
disfrutar incluso de la reacción negativa de esa chica que te gusta por cuanto te brinda
valiosas enseñanzas y oportunidades de perfeccionamiento. Si otro valor básico en ti es
exprimir la vida al máximo, tu vitalismo se filtrará en cada una de tus actitudes, gestos y,
por supuesto, estado anímico. Ellas lo notarán y, solo por ello, te percibirán como si
tuvieras el pene más grande.
Hablemos ahora de tus actitudes, es decir, de cómo decides pensar y comportarte
en cada momento, en ocasiones de manera consciente y otras no tanto.
Ante una circunstancia indeseada puedes tomar la resolución de ver el lado
divertido y aprender una lección de ello, pero también puedes optar por compadecerte,
frustrarte, enfadarte, etc.
Para entenderlo mejor, toma el clásico ejemplo del boxeador. Estás en el quinto
asalto y el campeón ya te ha derribado varias veces. Tienes dos formas de enfocarlo.
• Enfoque A: decides que eres un pésimo rival, al que no hacen más que tumbar.
La próxima vez que muerdas la lona, ¿por qué levantarte?
• Enfoque B: te decantas por creer que eres un boxeador excepcional que no deja
de levantarse. Tu voluntad de acero terminará por aplastar cualquier rival. La
próxima vez... No. La próxima vez no serás tú el derribado.
¿Cómo crees que tienes más posibilidades de ganar el combate? ¿Si eres el
boxeador que no para de caer o si eres el boxeador que siempre vuelve a levantarse1?
Para el Atrapado, ambos son el mismo boxeador contemplados desde ángulos
diferentes. El Ganador, en cambio, entiende que se trata de boxeadores con destinos
diferentes. Y se reconoce a sí mismo en el segundo. Y ellas también.
Las mujeres saben diferenciar perfectamente entre ambas actitudes. Una les baja la
libido; la otra, les atrae. No hace falta que te diga cuál es cuál, ¿verdad?
A partir de ahora, adopta contigo mismo el compromiso de sacar lo máximo de
cada interacción, tanto en términos de diversión como de aprendizaje. Y, ya que
estamos, sácale también el jugo a tu propia soledad. Pásalo en grande también cuando
nadie te vea. Presta atención a lo que te recrea o inspira. Conviértete en un estudiante de
tu propia diversión. Hagas lo que hagas y estés con quien estés, acostúmbrate a
preguntarte: ¿cómo podría hacer esta situación más estimulante?
Quizá al principio no obtengas buenas respuestas. Aun así, haz de dicha pregunta
un hábito. Un hábito que, ya te he dicho, debe manifestarse tanto cuando te encuentras
acompañado como solo. La cuestión es que la búsqueda de la diversión se convierta,
cada vez más, en una actitud cotidiana.
Ahora que ya sabes más sobre creencias, valores y actitudes, ¿recuerdas cuál era
la segunda clave para controlar tu estado? Estoy a punto de hablarte de ella.
b. Tu diálogo interno y representaciones mentales
El diálogo interno hace, sobre todo, referencia a cómo te hablas a ti mismo. ¿Te
dices frases de ánimo como: «¡Venga, es pan comido!», «¡Muy bien, bonito, si lo sigues
intentando así el mundo es tuyo!», «¡Pero cómo es posible que mole tanto!» o por el
contrario te hablas en un tono aplastante y destructivo?: «Ya la has vuelto a cagar», «Ya
sabía yo que esto no podía salir bien» o «Si es que, el que es un negado como yo, lo
será siempre»?
Quizá creas que eres de esas personas que no se hablan a sí mismas. Pues bien,
tengo noticias para ti. Lo haces. Aunque no seas consciente de ello, lo haces. La mejor
forma de sacar dicho diálogo al exterior es escribir un diario. Hacerlo te obligará a ir
plasmando en el papel cuanto te venga a la mente. Gracias a ello podrás,
progresivamente, detectar aquellos términos y tonos en los que piensas y ganar mayor
control sobre ellos.
Y presta atención a las expresiones que usas con los demás. Pues aquello que
aflora en tu boca, no es sino el reflejo del silencioso riachuelo de palabras que discurren
por las profundidades de tu ser.
Reemplaza respuestas como «Tío, no imaginas el día de mierda que he tenido.
Estoy hasta los mismísimos de todo. Me voy a la cama para olvidarme del mundo», por
otras del tipo: «Tío, no imaginas lo didáctico que ha sido mi día. Tanto, que quiero
descansar».
Otro consejo es que te hables más. Hacia adentro. Hazlo con esa voz atronadora,
poderosa y masculina que, cargada de complicidad, apuesta al cien por cien por ti. La
que te anima a seguir mejorando pase lo que pase. Si va a motivarte más, también
puedes servirte de una voz femenina, sexy e irremisiblemente enamorada de ti.
Puede que te cueste. Quizá al estudio de sonido de tu mente le falte un poco de
rodaje, pero no importa. Háblate en voz alta si es preciso. Eso sí, procura que no haya
gente delante.
Personalmente, no soy un buen ejemplo. A veces me han parado por la calle
dialogando solo. Y eso que mis voces abarcan desde mis ex novias y Son Goku en
plena transformación a los Teleñecos, pasando por Bugs Bunny y los Pitufos. Un día
incluso me sorprendí hablando frente al espejo con los ademanes del presidente Obama.
Dediquémonos ahora a representaciones mentales.
Se trata de la ampliación natural de tu diálogo interno. Es decir, ¿por qué limitarnos
a las palabras y tonos? ¿Por qué no acompañarlos con música? ¿Y si nos zambullimos
en el colorido y brillante mundo de la imagen? ¿Le añadimos sensaciones, olores y
sabor? Tus representaciones mentales son las imágenes, sonidos y demás percepciones
que reproduces en tu mente y el modo en que lo haces. O sea, tu «película interior».
Dicha «película» la vives en tres modalidades: visual, auditiva y kinestésica. Esta
última incluye todo lo que se refiere a sensaciones —tacto, olfato y gusto—, además de
las emociones.
La importancia de esta sucesión de cortometrajes mentales estriba en el enorme
impacto que tiene sobre tus emociones, las cuales variarán en función de lo que en PNL
(Programación Neurolingüística) se conoce como submodalidades o matices de cada
modalidad.
Por ejemplo, una representación mental te afectará mucho menos si las imágenes
que ves en tu cabeza son en blanco y negro, pequeñas, borrosas, estáticas —como
fotografías—. Sin embargo, las sensaciones serán más intensas con imágenes dinámicas,
grandes, nítidas y de colores vivos. Si la «película» también incluye sensaciones táctiles,
olfativas y gustativas, su carga emocional aumentará aún más. Y también lo hará en la
medida en que te metas dentro del personaje y percibas las cosas como las percibiría él
—representación asociada— en lugar de verlas como un espectador —representación
disociada.
Sabiendo esto, la próxima vez que te venga a la mente aquella escena de un
pasado desagradable, ¿qué vas a hacer con ella? Pon que son las imágenes de tu novia
dejándote por otro o las de aquella chica que jamás te hizo ni caso. Pues bien, te
recuerdo que en tu cabeza tienes el mejor programa de edición de imágenes, audio y
sensaciones jamás creado. Así que... ¿cómo vas a «editar» dicha película?
Las posibilidades son infinitas. Convierte la escena en una sucesión de fotos roídas
y mugrientas, color sepia, sin fuerza ni vida. O haz que tu ex novia cobre el tamaño de un
garbanzo, de movimientos desesperados, con la voz aguda y débil que tendría un
mosquito. Transfórmala si quieres en un dibujo animado o una caricatura. Haz que sea
un garabato que intenta, sin éxito, afectar las emociones de ese gigante atronador: tú. A
ella píntala borrosa, desenfocada, apagada o gris; y a ti, resplandeciente como la
cegadora luz del sol.
Si en lugar de un mal recuerdo se trata de recrear un triunfo pasado o futuro,
seguramente te interesa usar colores intensos y nítidos, imágenes dinámicas de gran
tamaño, sonidos envolventes de sala de cine, sensaciones táctiles, olores y sabores. Es
probable, además, que quieras —y te convenga— zambullirte en dicha vivencia en lugar
de limitarte a verla desde la butaca. Y no te cortes con los efectos especiales.
Al tratarse de tu propio espacio virtual también puedes decidir qué escenas se
proyectan y cuáles no.