He leído muchas críticas sobre este artículo, entre algunas le critican el “irrespeto” hacia una misma mujer. Sin embargo más que irrespeto me parece que lo que Sagot trata de resaltar en el artículo es que la mujer es mucho más que eso.
Soy de respetar gustos, pero me parece que más que un gusto se ha convertido en una ofensa para la mujer y para la música y que lamentablemente muchos siguen por la fuerte influencia que tiene.
Aquí les dejo el polémico artículo para que comenten.
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La chiquita tiene muy bonitas nalguitas. La chiquita corre por la escena dando saltitos y pegando grititos. La chiquita pretende tener dos registros vocales: soprano y contralto, y pasa de uno a otro a través de la técnica llamada falsetto. La chiquita practica una danza del vientre que no es coreográfica ni étnicamente auténtica. La chiquita cultiva un orientalismo kitsch, de bazar, de mentirillas.
La chiquita da bandazos a babor y a estribor. Su truco: dejar que las nalguitas sigan, por la ley de la inercia, su movimiento a la derecha o a la izquierda, mientras las caderas ya van para el otro lado, es decir, que las nalguitas siempre van retrasadas con respecto a los bandazos, y eso las pone a vibrar, a prolongar los golpes de cadera.
La chiquita desafina.
La chiquita es un producto manufacturado, patentado y mercadeado.
La chiquita es tratada como una deidad pagana: emerge sobre la escena por medio de una tramoya, envuelta en incienso e iluminada por reflectores que le confieren sobrenatural aura y nos mueven a la prosternación. La chiquita es autora de frases de una profundidad que hacen ver la Fenomenología del Espíritu de Hegel como una vulgar Vanidades: “Él está por mí, y por eso borró eso que tú tienes to y yo ni un Kikí” y “soy loca por mi tigre, loca, loca, loca” –reminiscencia de aquel otro gran filósofo que se hiciera célebre por “un, dos, tres: viva la vida loca”, y que ahora lo es más bien gracias a sus por fin confesas preferencias sexuales.
Sabios del mundo entero han convocado sesudísimos congresos para desentrañar el críptico menaje de “soy loca por mi tigre, loca, loca, loca”, pero han chocado con la densidad metafísica del mensaje.
La chiquita sale en un video embarrada de alquitrán, revolcándose con un guapetorro de moda, y se supone que eso es el ápex de la sensualidad.
La chiquita confirma la frase de Sartre: “Ni la libertad, ni la justicia, ni la patria, ni el honor: lo que mueve al mundo son un par de nalgas”.
La chiquita va a inaugurar nuestro Estadio Nacional, y esos mismos que se quejan de la falta de ingresos, de los recortes presupuestarios y de la inflación, van a pagar ¢72.000 por ir a ver sus monerías y cimbreos “a la Salomé”. La chiquita tiene, en efecto, muy bonitas nalguitas, y por lo visto, eso –y un buen agente– es lo único que una mujer necesita hoy en día para triunfar en la vida.
La chiquita niega, con un solo vaivén de nalguitas, todo lo que la teoría del género y el feminismo han construido desde hace 65 años, cuando la pobre de Simone De Beauvoir –que posiblemente no tenía nalguitas tan bonitas– redefinió la femineidad.
Soy de respetar gustos, pero me parece que más que un gusto se ha convertido en una ofensa para la mujer y para la música y que lamentablemente muchos siguen por la fuerte influencia que tiene.
Aquí les dejo el polémico artículo para que comenten.
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La chiquita tiene muy bonitas nalguitas. La chiquita corre por la escena dando saltitos y pegando grititos. La chiquita pretende tener dos registros vocales: soprano y contralto, y pasa de uno a otro a través de la técnica llamada falsetto. La chiquita practica una danza del vientre que no es coreográfica ni étnicamente auténtica. La chiquita cultiva un orientalismo kitsch, de bazar, de mentirillas.
La chiquita da bandazos a babor y a estribor. Su truco: dejar que las nalguitas sigan, por la ley de la inercia, su movimiento a la derecha o a la izquierda, mientras las caderas ya van para el otro lado, es decir, que las nalguitas siempre van retrasadas con respecto a los bandazos, y eso las pone a vibrar, a prolongar los golpes de cadera.
La chiquita desafina.
La chiquita es un producto manufacturado, patentado y mercadeado.
La chiquita es tratada como una deidad pagana: emerge sobre la escena por medio de una tramoya, envuelta en incienso e iluminada por reflectores que le confieren sobrenatural aura y nos mueven a la prosternación. La chiquita es autora de frases de una profundidad que hacen ver la Fenomenología del Espíritu de Hegel como una vulgar Vanidades: “Él está por mí, y por eso borró eso que tú tienes to y yo ni un Kikí” y “soy loca por mi tigre, loca, loca, loca” –reminiscencia de aquel otro gran filósofo que se hiciera célebre por “un, dos, tres: viva la vida loca”, y que ahora lo es más bien gracias a sus por fin confesas preferencias sexuales.
Sabios del mundo entero han convocado sesudísimos congresos para desentrañar el críptico menaje de “soy loca por mi tigre, loca, loca, loca”, pero han chocado con la densidad metafísica del mensaje.
La chiquita sale en un video embarrada de alquitrán, revolcándose con un guapetorro de moda, y se supone que eso es el ápex de la sensualidad.
La chiquita confirma la frase de Sartre: “Ni la libertad, ni la justicia, ni la patria, ni el honor: lo que mueve al mundo son un par de nalgas”.
La chiquita va a inaugurar nuestro Estadio Nacional, y esos mismos que se quejan de la falta de ingresos, de los recortes presupuestarios y de la inflación, van a pagar ¢72.000 por ir a ver sus monerías y cimbreos “a la Salomé”. La chiquita tiene, en efecto, muy bonitas nalguitas, y por lo visto, eso –y un buen agente– es lo único que una mujer necesita hoy en día para triunfar en la vida.
La chiquita niega, con un solo vaivén de nalguitas, todo lo que la teoría del género y el feminismo han construido desde hace 65 años, cuando la pobre de Simone De Beauvoir –que posiblemente no tenía nalguitas tan bonitas– redefinió la femineidad.