Diay, maes, pónganse a pensar en esta vara un segundo. ¿Cuántas veces no hemos oído la historia de alguien que manda todo para el carajo —matrimonio, casa, la rutina de años— por una nueva ilusión? Suena a película, a un arranque de valentía para buscar la felicidad. Pero, ¿qué pasa cuando se apagan las luces y la película no termina con un “felices para siempre”? Un estudio reciente de la UNAM en México le acaba de poner números a esa duda que a todos nos ha pasado por la jupa, y el resultado es para sentarse a meditar: 7 de cada 10 mujeres que se divorcian para empezar con otra persona, terminan sintiendo que se jalaron una torta.
El estudio no es cualquier ocurrencia; entrevistaron a casi 3,000 mujeres. La conclusión es un bombazo a la idea romántica de que el nuevo amor todo lo cura. La vara es que muchas dejaron a un esposo que, viéndolo en retrospectiva, describen como “trabajador y responsable”. Un mae que tal vez no les daba mariposas en la panza todos los días, pero que era un pilar en el brete, en la casa y con las finanzas. La bronca es que la nueva aventura, que al principio pintaba como la salvación a la monotonía, a la larga no ofrecía esa misma estabilidad. Y seamos honestos, la estabilidad no es cualquier chunche que uno encuentra botado. Al final, el plan de una vida más emocionante se les fue al traste.
Y aquí es donde el asunto se pone color de hormiga. Lo que empezó como una emoción se transformó en nostalgia y un arrepentimiento que cala hondo. Los investigadores lo llaman un “duelo emocional complejo”, pero en buen tico es un despiche de sentimientos que ni les cuento. Es darse cuenta de que la fantasía que uno se montó en la cabeza choca de frente con la realidad. Y el resultado, para la mayoría de estas mujeres, fue un solo: ¡qué torta! Pasar de la ilusión a la decepción es un golpe durísimo, sobre todo cuando implica haber desarmado una vida entera por un castillo que terminó siendo de arena.
Pero ojo, esto no es solo un tema de “pobrecitas, qué sal”. El estudio destapa un desafío social más grande. Refleja cómo, a veces, las expectativas que nos vende la sociedad (o que nos vendemos a nosotros mismos) sobre el amor y la felicidad son completamente irreales. La promesa de una vida más “pura vida”, más emocionante y libre, no siempre termina siendo a cachete. Para muchas de estas mujeres, la decisión no solo no mejoró su calidad de vida, sino que la empeoró, dejándolas en una situación emocional y a veces hasta económica más precaria que antes. Es un recordatorio de que las decisiones tomadas con el corazón caliente a veces dejan el alma bien fría.
Al final, este estudio nos deja con más preguntas que respuestas y es un tema que da para cortar muchísima tela aquí en el foro. Nos obliga a cuestionar qué valoramos realmente en una pareja y en la vida. ¿Será que idealizamos demasiado las “nuevas oportunidades” y menospreciamos la estabilidad que ya tenemos construida? ¿O es que a veces simplemente hay que jugársela y aceptar el riesgo, aunque uno pueda terminar bien salado? Me encantaría saber qué piensan ustedes. ¡Abro el debate, maes!
El estudio no es cualquier ocurrencia; entrevistaron a casi 3,000 mujeres. La conclusión es un bombazo a la idea romántica de que el nuevo amor todo lo cura. La vara es que muchas dejaron a un esposo que, viéndolo en retrospectiva, describen como “trabajador y responsable”. Un mae que tal vez no les daba mariposas en la panza todos los días, pero que era un pilar en el brete, en la casa y con las finanzas. La bronca es que la nueva aventura, que al principio pintaba como la salvación a la monotonía, a la larga no ofrecía esa misma estabilidad. Y seamos honestos, la estabilidad no es cualquier chunche que uno encuentra botado. Al final, el plan de una vida más emocionante se les fue al traste.
Y aquí es donde el asunto se pone color de hormiga. Lo que empezó como una emoción se transformó en nostalgia y un arrepentimiento que cala hondo. Los investigadores lo llaman un “duelo emocional complejo”, pero en buen tico es un despiche de sentimientos que ni les cuento. Es darse cuenta de que la fantasía que uno se montó en la cabeza choca de frente con la realidad. Y el resultado, para la mayoría de estas mujeres, fue un solo: ¡qué torta! Pasar de la ilusión a la decepción es un golpe durísimo, sobre todo cuando implica haber desarmado una vida entera por un castillo que terminó siendo de arena.
Pero ojo, esto no es solo un tema de “pobrecitas, qué sal”. El estudio destapa un desafío social más grande. Refleja cómo, a veces, las expectativas que nos vende la sociedad (o que nos vendemos a nosotros mismos) sobre el amor y la felicidad son completamente irreales. La promesa de una vida más “pura vida”, más emocionante y libre, no siempre termina siendo a cachete. Para muchas de estas mujeres, la decisión no solo no mejoró su calidad de vida, sino que la empeoró, dejándolas en una situación emocional y a veces hasta económica más precaria que antes. Es un recordatorio de que las decisiones tomadas con el corazón caliente a veces dejan el alma bien fría.
Al final, este estudio nos deja con más preguntas que respuestas y es un tema que da para cortar muchísima tela aquí en el foro. Nos obliga a cuestionar qué valoramos realmente en una pareja y en la vida. ¿Será que idealizamos demasiado las “nuevas oportunidades” y menospreciamos la estabilidad que ya tenemos construida? ¿O es que a veces simplemente hay que jugársela y aceptar el riesgo, aunque uno pueda terminar bien salado? Me encantaría saber qué piensan ustedes. ¡Abro el debate, maes!