Maes, ¿vieron la última de Fabricio Alvarado? Diay, parece que el candidato de Nueva República se levantó un día de estos y se dio cuenta de que encasillarse es mal negocio en política. Ahora sale a decir, con todo el pecho inflado, que su partido no es “un partido evangélico”. No no, qué va. Según él, ahí hay de todo como en botica: católicos, gente sin religión… El único requisito para entrar al club es una membresía ideológica bien clara: ser conservador y provida. Básicamente, está abriendo un casting para su base de votantes, pero con un filtro bien específico.
Y aquí es donde la vara se pone interesante. Fabricio no está diciendo nada nuevo sobre su ideología, eso lo tenemos clarísimo desde hace años. Lo que está cambiando es el empaque del producto. El mae sabe que la etiqueta de “partido evangélico” le suma por un lado, pero le resta un montón por otro. Le asegura un voto durísimo, leal como pocos, pero al mismo tiempo espanta a un montón de gente que, aunque comparta sus ideas sobre la familia o la economía, no quiere meterse en un brete que suene a iglesia. Es una jugada de manual: ampliar la base sin perder el núcleo. Un intento de decirle al votante católico conservador o al agnóstico pro-empresa: “Mae, no se asuste, usted también cabe aquí. La fe la deja en la puerta, pero las ideas conservadoras sí me las trae, por favor”.
Recordemos el 2018. Esa elección se partió en dos, en gran parte por el tema religioso y de “valores”. Fabricio capitalizó ese descontento y llegó a una segunda ronda que nadie veía venir. Pero esa misma fuerza fue su debilidad. No pudo crecer más allá de ese nicho. Ahora, para el 2026, la estrategia parece ser diferente. Mientras otros candidatos, como Álvaro Ramos, andan con la rajonada de que en el PLN “están sobrados de gente”, Fabricio está haciendo el brete de hormiga, tratando de pescar en todas las peceras conservadoras. Es un cálculo político frío. Se dio cuenta de que para ganar no le alcanza solo con sus hermanos de fe; necesita a los primos, a los vecinos y hasta al compa del trabajo que, aunque no vaya al culto, piensa que “las cosas antes estaban mejor”.
El despiche para él es que la gente tiene memoria. Por más que ahora quiera vender una imagen más “plural”, el ADN de Nueva República y su propia carrera política están amarrados a una agenda religiosa muy específica. Es como si un restaurante que solo ha vendido gallo pinto por diez años, de repente pone un rótulo que dice “Cocina internacional”. La gente va a entrar con una ceja levantada, esperando que en cualquier momento le sirvan el pinto con un perejil encima para disimular. La credibilidad es un chunche difícil de construir y facilísimo de perder, y en este caso, el reto es convencer a los indecisos de que el cambio es genuino y no solo una capa de pintura para la campaña que se viene.
Al final, esta movida nos deja claro que la carrera presidencial ya arrancó con todo. Fabricio está ajustando su discurso, puliendo su perfil y tratando de evitar los errores del pasado. Ya no es solo el predicador que se metió a político; ahora es un político que sabe usar su pasado de predicador como una herramienta más, pero no la única. La pregunta que queda en el aire es si el electorado está dispuesto a comprar esta nueva versión. Es una estrategia lógica, pero el camino para que funcione está cuesta arriba y lleno de escépticos.
Así que, maes, abro el debate: ¿Ustedes se creen el cuento de este “nuevo” Fabricio más inclusivo? ¿O sienten que es la misma vara de siempre, pero con un lazo diferente para ver quién cae?
Y aquí es donde la vara se pone interesante. Fabricio no está diciendo nada nuevo sobre su ideología, eso lo tenemos clarísimo desde hace años. Lo que está cambiando es el empaque del producto. El mae sabe que la etiqueta de “partido evangélico” le suma por un lado, pero le resta un montón por otro. Le asegura un voto durísimo, leal como pocos, pero al mismo tiempo espanta a un montón de gente que, aunque comparta sus ideas sobre la familia o la economía, no quiere meterse en un brete que suene a iglesia. Es una jugada de manual: ampliar la base sin perder el núcleo. Un intento de decirle al votante católico conservador o al agnóstico pro-empresa: “Mae, no se asuste, usted también cabe aquí. La fe la deja en la puerta, pero las ideas conservadoras sí me las trae, por favor”.
Recordemos el 2018. Esa elección se partió en dos, en gran parte por el tema religioso y de “valores”. Fabricio capitalizó ese descontento y llegó a una segunda ronda que nadie veía venir. Pero esa misma fuerza fue su debilidad. No pudo crecer más allá de ese nicho. Ahora, para el 2026, la estrategia parece ser diferente. Mientras otros candidatos, como Álvaro Ramos, andan con la rajonada de que en el PLN “están sobrados de gente”, Fabricio está haciendo el brete de hormiga, tratando de pescar en todas las peceras conservadoras. Es un cálculo político frío. Se dio cuenta de que para ganar no le alcanza solo con sus hermanos de fe; necesita a los primos, a los vecinos y hasta al compa del trabajo que, aunque no vaya al culto, piensa que “las cosas antes estaban mejor”.
El despiche para él es que la gente tiene memoria. Por más que ahora quiera vender una imagen más “plural”, el ADN de Nueva República y su propia carrera política están amarrados a una agenda religiosa muy específica. Es como si un restaurante que solo ha vendido gallo pinto por diez años, de repente pone un rótulo que dice “Cocina internacional”. La gente va a entrar con una ceja levantada, esperando que en cualquier momento le sirvan el pinto con un perejil encima para disimular. La credibilidad es un chunche difícil de construir y facilísimo de perder, y en este caso, el reto es convencer a los indecisos de que el cambio es genuino y no solo una capa de pintura para la campaña que se viene.
Al final, esta movida nos deja claro que la carrera presidencial ya arrancó con todo. Fabricio está ajustando su discurso, puliendo su perfil y tratando de evitar los errores del pasado. Ya no es solo el predicador que se metió a político; ahora es un político que sabe usar su pasado de predicador como una herramienta más, pero no la única. La pregunta que queda en el aire es si el electorado está dispuesto a comprar esta nueva versión. Es una estrategia lógica, pero el camino para que funcione está cuesta arriba y lleno de escépticos.
Así que, maes, abro el debate: ¿Ustedes se creen el cuento de este “nuevo” Fabricio más inclusivo? ¿O sienten que es la misma vara de siempre, pero con un lazo diferente para ver quién cae?
