Diay maes, seguro ya más de uno ha visto en redes o hasta por la ventana de la casa la foto de un coyote paseándose por Escazú, Heredia o Curri como si nada. Y la primera reacción de muchos es o de susto o de “¡qué chiva!”. Pero, seamos honestos, esta vara es un poquito más compleja. El SINAC ya salió a decir que es “normal” y que no les hagamos daño. Pero, ¿qué significa “normal”? ¿Normal que la fauna silvestre ahora tenga que pulsearla en media ciudad? Aquí es donde la cosa se pone color de hormiga.
El asunto, en buen tico, es que les estamos quitando el chante. Así de simple. Cada vez que se levanta un condominio nuevo en las faldas de una montaña o se deforesta un pedacito más de “monte” para ampliar una calle, estamos borrando un pedazo del mapa para ellos. El SINAC lo dice con palabras muy finas: “cambio de uso de suelo” y “pérdida de presas”. Traducido: les volamos el bosque, se quedaron sin supermercado y, diay, el coyote no es tonto. Si huele el concentrado que usted le deja al perro toda la noche en el patio, o la bolsa de basura que sacó desde el día antes, para él eso es un bufet con todo incluido. Es un despiche que hemos armado nosotros mismos, y ahora nos sorprendemos de las consecuencias.
Y aquí es donde hay que darles crédito. Estos animales son unos cargas para sobrevivir. O sea, mientras otras especies simplemente desaparecen, los coyotes se adaptan. Tienen una capacidad de resiliencia que ya quisiéramos muchos. Son la definición de “jugársela”. Se las ingenian para navegar nuestro desorden, encontrar comida y hasta formar familias en los parches de naturaleza que les dejamos. El problema no son ellos, es nuestro pésimo manejo de los chunches. La comida de las mascotas afuera es una invitación a cenar. Las bolsas de basura rotas son postre. Los estamos atrayendo con nuestra propia comodidad y desorden, convirtiendo nuestros barrios en el nuevo territorio de caza para ellos.
Ahora, que no panda el cúnico. El SINAC es clarísimo: los coyotes no son una amenaza para la gente. No andan buscando pleito con humanos. De hecho, su instinto es mantener la distancia. El verdadero peligro es para las mascotas pequeñas si las dejamos solas en el patio sin supervisión, porque para un coyote, un chihuahua puede parecerse mucho a un conejo. Y ojo, que a veces la gente los confunde con un zagüate flaco y sarnoso. Pero no, mae: el coyote tiene esas patas largas, orejas puntiagudas y una cola peluda con la punta negra que lo delata. Son familia del perro, pero no son lo mismo. No hay que darles comida, no hay que intentar domesticarlos. Simplemente, hay que respetar su espacio, que irónicamente es el que antes era de ellos.
Al final, este no es un problema de control de plagas, es un reto de coexistencia. El verdadero brete nos toca a nosotros. No se trata de llamar a la perrera, sino de ser más ordenados y responsables. Guardar la comida del perro, sacar la basura el día que pasa el camión, y mantener a las mascotas seguras. Los coyotes están aquí porque nosotros invadimos su espacio, y ahora cumplen un rol ecológico que dejaron vacante los pumas y jaguares que ahuyentamos hace décadas. Así que, en lugar de verlos como una amenaza, tal vez deberíamos verlos como un recordatorio viviente del impacto que tenemos. Un espejo de nuestro propio avance descontrolado.
Y ustedes, ¿qué opinan de toda esta vara? ¿Ya han visto alguno por el barrio? ¿Creen que de verdad podremos aprender a convivir con ellos o esto va a terminar mal?
El asunto, en buen tico, es que les estamos quitando el chante. Así de simple. Cada vez que se levanta un condominio nuevo en las faldas de una montaña o se deforesta un pedacito más de “monte” para ampliar una calle, estamos borrando un pedazo del mapa para ellos. El SINAC lo dice con palabras muy finas: “cambio de uso de suelo” y “pérdida de presas”. Traducido: les volamos el bosque, se quedaron sin supermercado y, diay, el coyote no es tonto. Si huele el concentrado que usted le deja al perro toda la noche en el patio, o la bolsa de basura que sacó desde el día antes, para él eso es un bufet con todo incluido. Es un despiche que hemos armado nosotros mismos, y ahora nos sorprendemos de las consecuencias.
Y aquí es donde hay que darles crédito. Estos animales son unos cargas para sobrevivir. O sea, mientras otras especies simplemente desaparecen, los coyotes se adaptan. Tienen una capacidad de resiliencia que ya quisiéramos muchos. Son la definición de “jugársela”. Se las ingenian para navegar nuestro desorden, encontrar comida y hasta formar familias en los parches de naturaleza que les dejamos. El problema no son ellos, es nuestro pésimo manejo de los chunches. La comida de las mascotas afuera es una invitación a cenar. Las bolsas de basura rotas son postre. Los estamos atrayendo con nuestra propia comodidad y desorden, convirtiendo nuestros barrios en el nuevo territorio de caza para ellos.
Ahora, que no panda el cúnico. El SINAC es clarísimo: los coyotes no son una amenaza para la gente. No andan buscando pleito con humanos. De hecho, su instinto es mantener la distancia. El verdadero peligro es para las mascotas pequeñas si las dejamos solas en el patio sin supervisión, porque para un coyote, un chihuahua puede parecerse mucho a un conejo. Y ojo, que a veces la gente los confunde con un zagüate flaco y sarnoso. Pero no, mae: el coyote tiene esas patas largas, orejas puntiagudas y una cola peluda con la punta negra que lo delata. Son familia del perro, pero no son lo mismo. No hay que darles comida, no hay que intentar domesticarlos. Simplemente, hay que respetar su espacio, que irónicamente es el que antes era de ellos.
Al final, este no es un problema de control de plagas, es un reto de coexistencia. El verdadero brete nos toca a nosotros. No se trata de llamar a la perrera, sino de ser más ordenados y responsables. Guardar la comida del perro, sacar la basura el día que pasa el camión, y mantener a las mascotas seguras. Los coyotes están aquí porque nosotros invadimos su espacio, y ahora cumplen un rol ecológico que dejaron vacante los pumas y jaguares que ahuyentamos hace décadas. Así que, en lugar de verlos como una amenaza, tal vez deberíamos verlos como un recordatorio viviente del impacto que tenemos. Un espejo de nuestro propio avance descontrolado.
Y ustedes, ¿qué opinan de toda esta vara? ¿Ya han visto alguno por el barrio? ¿Creen que de verdad podremos aprender a convivir con ellos o esto va a terminar mal?