Mae, a veces la realidad te pega un sopapo desde el lugar menos esperado. Y esta semana, el sopapo vino con un bronceado naranja y un peinado que desafía la gravedad. Resulta que Donald Trump, en medio de uno de sus discursos apocalípticos sobre Washington D.C., decidió que era buena idea meter a San José en el mismo saco de las capitales más inseguras del mundo. Y claro, aquí se armó el zafarrancho. Pero la vara no es que Trump diga lo que dijo —a estas alturas, ¿qué no ha dicho ese señor?—; la verdadera torta, el clavo en el zapato que de verdad molesta, es ver a un diputado tico, en plena Asamblea Legislativa, levantarse y decir: “Mae, sí, ¡qué capo Trump, tiene toda la razón!”.
Hablemos claro. El diputado del PUSC, Carlos Felipe García, se mandó a decir que compartía las “impresiones” del expresidente gringo. Agarró los periódicos y, casi con orgullo, citó a Trump para tirarle al gobierno de Chaves. Y uno se queda pensando… ¿en serio? Entiendo la jugada política, el eterno pleito en la Cuesta de Moras y las ganas de usar cualquier cosa para atacar al rival. Aprovechar el “papayazo” es deporte nacional en Zapote. Pero hay una línea muy delgada entre la crítica constructiva y, diay, básicamente validar que una figura como Trump nos use de piñata para sus propios fines. Es como si el vecino te grita que tu casa está hecha un desastre, y en lugar de defenderla, salís a decirle: “¡Usted sí sabe! ¡Venga y le enseño las goteras!”.
Y aquí viene la parte más irónica de todo este asunto, la que hace que uno se ría para no llorar. Trump hizo estas declaraciones mientras anunciaba un estado de emergencia en su propia capital, Washington D.C., con despliegue de la Guardia Nacional y todo el show. O sea, el mae está describiendo su ciudad como una zona de guerra, un caos que necesita militares para “restablecer el orden”, pero el problema de seguridad regional somos nosotros. El chiste se cuenta solo. Es el nivel máximo de “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. Mientras él lidiaba con su propio despiche en casa, decidió que era un buen momento para exportar su opinión sobre la seguridad de Chepe.
Ahora, y aquí es donde la cosa se pone incómoda: por más que nos duela el orgullo y nos hierva la sangre la hipocresía de Trump, no podemos simplemente tapar el sol con un dedo. El diputado García, aunque su método fue un desastre, tocó una fibra sensible porque la percepción de inseguridad es real. Las estadísticas de homicidios no mienten y la gente en la calle siente el miedo. Uno habla con los compas, con la familia, y la historia se repite: que ya no se puede salir tranquilo, que a tal le robaron el celular, que en tal barrio hay balaceras. Esa es una verdad que duele más que cualquier tuit o discurso de un político extranjero.
Entonces, ¿en qué quedamos? Nos encontramos en el peor de los mundos: con un problema de violencia que es innegable y con una clase política que, en lugar de unirse para buscar soluciones serias, prefiere usar la crisis como un arma para su circo personal. La crítica de Trump es un síntoma, no la enfermedad. La enfermedad está aquí, en la falta de estrategia, en la politiquería barata y en la normalización de la violencia. El verdadero brete no es contestarle a Trump, es hacer que no tenga motivos para volver a mencionarnos en una lista así. Pero eso, parece, es pedir demasiado.
Al final del día, ¿qué pesa más? ¿La bronca de que un personaje como Trump nos señale, o la sal de que, en el fondo, tal vez tenga un punto? ¿O el verdadero problema es que nuestros propios políticos usen eso como munición en lugar de como un llamado de atención urgente? Los leo.
Hablemos claro. El diputado del PUSC, Carlos Felipe García, se mandó a decir que compartía las “impresiones” del expresidente gringo. Agarró los periódicos y, casi con orgullo, citó a Trump para tirarle al gobierno de Chaves. Y uno se queda pensando… ¿en serio? Entiendo la jugada política, el eterno pleito en la Cuesta de Moras y las ganas de usar cualquier cosa para atacar al rival. Aprovechar el “papayazo” es deporte nacional en Zapote. Pero hay una línea muy delgada entre la crítica constructiva y, diay, básicamente validar que una figura como Trump nos use de piñata para sus propios fines. Es como si el vecino te grita que tu casa está hecha un desastre, y en lugar de defenderla, salís a decirle: “¡Usted sí sabe! ¡Venga y le enseño las goteras!”.
Y aquí viene la parte más irónica de todo este asunto, la que hace que uno se ría para no llorar. Trump hizo estas declaraciones mientras anunciaba un estado de emergencia en su propia capital, Washington D.C., con despliegue de la Guardia Nacional y todo el show. O sea, el mae está describiendo su ciudad como una zona de guerra, un caos que necesita militares para “restablecer el orden”, pero el problema de seguridad regional somos nosotros. El chiste se cuenta solo. Es el nivel máximo de “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. Mientras él lidiaba con su propio despiche en casa, decidió que era un buen momento para exportar su opinión sobre la seguridad de Chepe.
Ahora, y aquí es donde la cosa se pone incómoda: por más que nos duela el orgullo y nos hierva la sangre la hipocresía de Trump, no podemos simplemente tapar el sol con un dedo. El diputado García, aunque su método fue un desastre, tocó una fibra sensible porque la percepción de inseguridad es real. Las estadísticas de homicidios no mienten y la gente en la calle siente el miedo. Uno habla con los compas, con la familia, y la historia se repite: que ya no se puede salir tranquilo, que a tal le robaron el celular, que en tal barrio hay balaceras. Esa es una verdad que duele más que cualquier tuit o discurso de un político extranjero.
Entonces, ¿en qué quedamos? Nos encontramos en el peor de los mundos: con un problema de violencia que es innegable y con una clase política que, en lugar de unirse para buscar soluciones serias, prefiere usar la crisis como un arma para su circo personal. La crítica de Trump es un síntoma, no la enfermedad. La enfermedad está aquí, en la falta de estrategia, en la politiquería barata y en la normalización de la violencia. El verdadero brete no es contestarle a Trump, es hacer que no tenga motivos para volver a mencionarnos en una lista así. Pero eso, parece, es pedir demasiado.
Al final del día, ¿qué pesa más? ¿La bronca de que un personaje como Trump nos señale, o la sal de que, en el fondo, tal vez tenga un punto? ¿O el verdadero problema es que nuestros propios políticos usen eso como munición en lugar de como un llamado de atención urgente? Los leo.