¡Ay, Dios mío! Resulta que somos el segundo peor país de la OCDE en camas de hospital. Sí, chocaste contra la pared, mi pana. De acuerdo a un nuevo informe, estamos dando tumbos en materia de infraestructura sanitaria, dejando atrás a casi todos nuestros vecinos del bloque económico. Ya sé lo que estás pensando: '¿Pero cómo puede ser?', y te digo, ¡esta vara está salada!
La cosa es clara: mientras países como Japón y Corea del Sur tienen más de 12 camas por cada mil habitantes, nosotros rondamos los míseros 1.1. Eso quiere decir que, si tienes un problemón de salud, quizá tengas que esperar más tiempo del debido para conseguir una cama. Y ni hablar si vives en alguna comunidad más lejana como Golfito, donde el hospital local está trabajando al límite, ¡con apenas 57 camas atendiendo a miles de personas! Qué torta.
Y no pienses que esto es algo reciente. La tendencia a la baja viene de hace décadas. Revisando los archivos de la Caja, vemos que en 1982 teníamos 7,085 camas. Luego, poco a poco, fueron desapareciendo: en 1995, 5,900; hace 20 años, 5,600, y ahora, alrededor de 5,300. Parece que alguien andaba jugando con los números y no entendió que la salud pública es un tema serio, no un chunche para echarle ganas.
Lo preocupante es que esta situación se agrava con el paso del tiempo. Con el envejecimiento de la población, la demanda de servicios médicos aumenta exponencialmente. Según Román Macaya, exjerarca de la Caja, para el año 2050 podríamos tener hasta 3.2 millones de días de estancia en hospitales, ¡casi el 70% de todas las camas ocupadas por adultos mayores! Si hacemos cuentas sencillas, multiplicando las camas actuales por los días del año, ni siquiera llegamos a esa cifra. ¡Esto es un llamado de atención gigante, mae!
Además, parece que estamos apretándole mucho al bolsillo de la gente. El informe señala que invertimos tres veces menos que el promedio de la OCDE en salud. Mientras ellos gastan unos $5,967 por persona al año, nosotros apenas alcanzamos los $1,935. Y eso sí duele, especialmente para aquellos que ya están luchando para llegar a fin de mes. Gustavo Picado, gerente financiero de la Caja, dice que necesitamos buscar nuevas formas de financiar el sistema, y claro, eficientizar la inversión de los recursos. Pero a ver, ¿cómo se hace eso cuando siempre hay recortes y prioridades políticas?
No podemos olvidarnos de la informalidad laboral, que afecta directamente la capacidad de financiar la Caja. Cuanta más gente trabaje en la sombra, menos ingresos tendrá el sistema. Necesitamos encontrar soluciones creativas para garantizar la sostenibilidad del servicio público de salud, porque si no, nos vamos a ir al traste, diay.
La situación en Golfito es particularmente alarmante. Esa zona, con sus comunidades dispersas y acceso limitado a servicios básicos, depende enormemente del hospital local. Y con solo 57 camas, la capacidad de respuesta ante emergencias o brotes de enfermedades se ve seriamente comprometida. La Defensoría de los Habitantes ha alertado sobre esta problemática, insistiendo en la necesidad urgente de ampliar la infraestructura, pero parece que la burocracia y las limitaciones geográficas están complicando las cosas.
Esta situación nos obliga a preguntarnos: ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra salud pública para mantener las estadísticas bonitas? ¿Será que necesitamos un cambio radical en la forma en que gestionamos nuestro sistema de salud, apostando por modelos más innovadores y sostenibles? ¿O simplemente seguiremos dando tumbos hasta que la crisis nos obligue a tomar medidas drásticas? ¡Danos tu opinión en los comentarios, mae!
La cosa es clara: mientras países como Japón y Corea del Sur tienen más de 12 camas por cada mil habitantes, nosotros rondamos los míseros 1.1. Eso quiere decir que, si tienes un problemón de salud, quizá tengas que esperar más tiempo del debido para conseguir una cama. Y ni hablar si vives en alguna comunidad más lejana como Golfito, donde el hospital local está trabajando al límite, ¡con apenas 57 camas atendiendo a miles de personas! Qué torta.
Y no pienses que esto es algo reciente. La tendencia a la baja viene de hace décadas. Revisando los archivos de la Caja, vemos que en 1982 teníamos 7,085 camas. Luego, poco a poco, fueron desapareciendo: en 1995, 5,900; hace 20 años, 5,600, y ahora, alrededor de 5,300. Parece que alguien andaba jugando con los números y no entendió que la salud pública es un tema serio, no un chunche para echarle ganas.
Lo preocupante es que esta situación se agrava con el paso del tiempo. Con el envejecimiento de la población, la demanda de servicios médicos aumenta exponencialmente. Según Román Macaya, exjerarca de la Caja, para el año 2050 podríamos tener hasta 3.2 millones de días de estancia en hospitales, ¡casi el 70% de todas las camas ocupadas por adultos mayores! Si hacemos cuentas sencillas, multiplicando las camas actuales por los días del año, ni siquiera llegamos a esa cifra. ¡Esto es un llamado de atención gigante, mae!
Además, parece que estamos apretándole mucho al bolsillo de la gente. El informe señala que invertimos tres veces menos que el promedio de la OCDE en salud. Mientras ellos gastan unos $5,967 por persona al año, nosotros apenas alcanzamos los $1,935. Y eso sí duele, especialmente para aquellos que ya están luchando para llegar a fin de mes. Gustavo Picado, gerente financiero de la Caja, dice que necesitamos buscar nuevas formas de financiar el sistema, y claro, eficientizar la inversión de los recursos. Pero a ver, ¿cómo se hace eso cuando siempre hay recortes y prioridades políticas?
No podemos olvidarnos de la informalidad laboral, que afecta directamente la capacidad de financiar la Caja. Cuanta más gente trabaje en la sombra, menos ingresos tendrá el sistema. Necesitamos encontrar soluciones creativas para garantizar la sostenibilidad del servicio público de salud, porque si no, nos vamos a ir al traste, diay.
La situación en Golfito es particularmente alarmante. Esa zona, con sus comunidades dispersas y acceso limitado a servicios básicos, depende enormemente del hospital local. Y con solo 57 camas, la capacidad de respuesta ante emergencias o brotes de enfermedades se ve seriamente comprometida. La Defensoría de los Habitantes ha alertado sobre esta problemática, insistiendo en la necesidad urgente de ampliar la infraestructura, pero parece que la burocracia y las limitaciones geográficas están complicando las cosas.
Esta situación nos obliga a preguntarnos: ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra salud pública para mantener las estadísticas bonitas? ¿Será que necesitamos un cambio radical en la forma en que gestionamos nuestro sistema de salud, apostando por modelos más innovadores y sostenibles? ¿O simplemente seguiremos dando tumbos hasta que la crisis nos obligue a tomar medidas drásticas? ¡Danos tu opinión en los comentarios, mae!