¡Aguante la música tica! Este fin de semana, mientras algunos andaban pensando qué hacer, nuestro país celebró dos festivales que le dieron duro a los sentidos y demostraron que la cultura acá no se queda quieta. Hablamos de Costa Rica Canta y Sonograma, dos propuestas bien diferentes, pero que en realidad, comparten el mismo brete: darle espacio a quien lo merece y mostrarle al mundo que acá hay talento de sobra.
Para empezar, Costa Rica Canta nos recordó que somos un país que respira coro. Desde colegios, iglesias hasta esos grupos que se juntan en el barrio a echar unas canciones, la tradición coral está latente. Muchos la olvidamos, sí, pero este festival sacó a relucir esa fuerza colectiva que tanto necesitamos, ¿eh? Fue como un abrazo sonoro, reuniendo coros de todas partes del país, desde los más jóvenes hasta los más experimentados. Una verdadera muestra de que cantar juntos puede ser un acto poderoso, especialmente en tiempos como estos, donde a veces nos cuesta escuchar al otro.
Pero la cosa no termina ahí, porque justo al otro lado del espectro, estaba Sonograma. Esta propuesta, liderada por el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), le dio espacio a esos sonidos urbanos que muchos todavía miran con recelo. Electrónica, música experimental, ritmos que nacieron en las calles… En pocas palabras, un laboratorio sonoro donde la innovación es la regla. El Ministerio de Cultura y Juventud se jugó la ficha, confió en el MADC, y vaya si valió la pena. No es poca cosa que el Estado reconozca que la cultura no se limita a lo tradicional, sino que también se crea desde los márgenes, desde la experimentación, desde esos jóvenes que están inventando nuevos lenguajes musicales.
Lo interesante de esto es que, a pesar de sus diferencias, ambos festivales están conectados por un hilo común: acercar a las nuevas generaciones a la producción artística nacional. Uno lo hace desde la armonía de los coros, el otro desde el beat electónico, pero ambos abren puertas y crean espacios donde los artistas pueden encontrar su lugar. ¿Qué significa eso? Que la cultura ya no es un museo polvoriento lleno de piezas antiguas, sino un organismo vivo que se transforma constantemente.
Muchos dirán que esto es moda pasajera, que la música urbana es ruido y que los coros están anticuados. Pero yo digo: ¡qué torta! Esa mentalidad cerrada es lo que nos impide crecer como sociedad. Costa Rica necesita abrazar la diversidad, celebrar la creatividad en todas sus formas, y entender que la cultura no es solo un entretenimiento, sino una herramienta poderosa para construir un país mejor. Recordemos que la verdadera innovación cultural nace cuando dejamos atrás los prejuicios y nos atrevimos a explorar nuevos territorios sonoros.
Y hablando de territorios, es importante destacar que estos festivales no solo benefician a los artistas, sino que también enriquecen a la comunidad en general. Imaginen la experiencia de un niño que asiste a Costa Rica Canta y descubre la belleza de cantar en grupo. O un joven que va a Sonograma y se inspira para crear su propia música electrónica. Eso es invaluable, diay, simplemente invaluable. Además, estos eventos generan turismo, impulsan la economía local y proyectan la imagen de Costa Rica como un país vibrante y culturalmente diverso.
En resumen, Costa Rica Canta y Sonograma son mucho más que dos festivales. Son símbolos de una visión renovada de la cultura, una visión que reconoce la importancia de apoyar a los artistas emergentes, de fomentar la innovación y de conectar a las nuevas generaciones con sus raíces. Es una apuesta audaz, una inversión en el futuro, y una muestra de que, a pesar de los problemas que tenemos, aún hay esperanza. El ministro Jorge Rodríguez Vives y su equipo le dieron duro al tema, mostrándole al país que la cultura es un motor de desarrollo social y económico.
Ahora, dime tú: ¿crees que el Estado debería invertir más en proyectos culturales como estos, o deberíamos enfocarnos en otras prioridades nacionales? ¿Y cuál de estos dos estilos musicales te llega más, la tradición coral o la vanguardia electrónica?
Para empezar, Costa Rica Canta nos recordó que somos un país que respira coro. Desde colegios, iglesias hasta esos grupos que se juntan en el barrio a echar unas canciones, la tradición coral está latente. Muchos la olvidamos, sí, pero este festival sacó a relucir esa fuerza colectiva que tanto necesitamos, ¿eh? Fue como un abrazo sonoro, reuniendo coros de todas partes del país, desde los más jóvenes hasta los más experimentados. Una verdadera muestra de que cantar juntos puede ser un acto poderoso, especialmente en tiempos como estos, donde a veces nos cuesta escuchar al otro.
Pero la cosa no termina ahí, porque justo al otro lado del espectro, estaba Sonograma. Esta propuesta, liderada por el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), le dio espacio a esos sonidos urbanos que muchos todavía miran con recelo. Electrónica, música experimental, ritmos que nacieron en las calles… En pocas palabras, un laboratorio sonoro donde la innovación es la regla. El Ministerio de Cultura y Juventud se jugó la ficha, confió en el MADC, y vaya si valió la pena. No es poca cosa que el Estado reconozca que la cultura no se limita a lo tradicional, sino que también se crea desde los márgenes, desde la experimentación, desde esos jóvenes que están inventando nuevos lenguajes musicales.
Lo interesante de esto es que, a pesar de sus diferencias, ambos festivales están conectados por un hilo común: acercar a las nuevas generaciones a la producción artística nacional. Uno lo hace desde la armonía de los coros, el otro desde el beat electónico, pero ambos abren puertas y crean espacios donde los artistas pueden encontrar su lugar. ¿Qué significa eso? Que la cultura ya no es un museo polvoriento lleno de piezas antiguas, sino un organismo vivo que se transforma constantemente.
Muchos dirán que esto es moda pasajera, que la música urbana es ruido y que los coros están anticuados. Pero yo digo: ¡qué torta! Esa mentalidad cerrada es lo que nos impide crecer como sociedad. Costa Rica necesita abrazar la diversidad, celebrar la creatividad en todas sus formas, y entender que la cultura no es solo un entretenimiento, sino una herramienta poderosa para construir un país mejor. Recordemos que la verdadera innovación cultural nace cuando dejamos atrás los prejuicios y nos atrevimos a explorar nuevos territorios sonoros.
Y hablando de territorios, es importante destacar que estos festivales no solo benefician a los artistas, sino que también enriquecen a la comunidad en general. Imaginen la experiencia de un niño que asiste a Costa Rica Canta y descubre la belleza de cantar en grupo. O un joven que va a Sonograma y se inspira para crear su propia música electrónica. Eso es invaluable, diay, simplemente invaluable. Además, estos eventos generan turismo, impulsan la economía local y proyectan la imagen de Costa Rica como un país vibrante y culturalmente diverso.
En resumen, Costa Rica Canta y Sonograma son mucho más que dos festivales. Son símbolos de una visión renovada de la cultura, una visión que reconoce la importancia de apoyar a los artistas emergentes, de fomentar la innovación y de conectar a las nuevas generaciones con sus raíces. Es una apuesta audaz, una inversión en el futuro, y una muestra de que, a pesar de los problemas que tenemos, aún hay esperanza. El ministro Jorge Rodríguez Vives y su equipo le dieron duro al tema, mostrándole al país que la cultura es un motor de desarrollo social y económico.
Ahora, dime tú: ¿crees que el Estado debería invertir más en proyectos culturales como estos, o deberíamos enfocarnos en otras prioridades nacionales? ¿Y cuál de estos dos estilos musicales te llega más, la tradición coral o la vanguardia electrónica?