¡Ay, Dios mío! Qué bronca salir leyendo esto temprano, ¿verdad, maes? Resulta que el doctor Carmona Jaén, ese que atendía a mi tía abuela en Liberia, acaba de recibir una caída pesadísima: treinta añitos de pila por matar a su propia esposa, Raquel Arroyo Aguilar. Un caso que te deja seco, vamos.
Según la Fiscalía, la señora Raquel llevaba tiempo sufriendo un abuso tremendo por parte del doctor, tanto emocionalmente como con los deberes financieros. Imagínate, el mae controlándole hasta dónde podía ir, qué amigas tenía… ¡Una torta! Parecía que vivía en una burbuja, sin poder ni respirar tranquila, todo por culpa del ego gigante del marido. Él, con la cara de santurrón, dando vueltas por ahí, mientras ella aguantaba calvario.
Y pa’ rematar, el tipo quería quedarse con toda la feria. Lo tenían agarrado de sopapa que él era el beneficiario de una póliza de vivienda, así que decidió acelerar el proceso, digamos. Dicen que el juicio fue duro, porque quedó clarísimo cómo el doctor manipulaba a la señora Raquel, haciéndose pasar por su salvador, ofreciéndole pastillas ‘para la digestión’, cuando en realidad le estaba metiendo químicos peligrosísimos.
Lo que más me sacudió fue cómo lo hizo: engañándola con la excusa de ayudarla con unos problemas estomacales. Con qué osadía, usando su profesión para cometer semejante atrocidad. Te quedas pensando si hay límite para la maldad que puede albergar un corazón. Una verdadera falla criminal, vamos.
La investigación reveló que le inyectó una mezcla de benzodiacepinas y difenhidramina. ¡Imagínate la descarga tóxica! Resultado: edema pulmonar, hemorragias... una muerte lenta y dolorosa. Según la autopsia, la pobre Raquel falleció en el acto, mientras sus propios hijos estaban en la casa, ajenos a la tragedia que se desarrollaba justo frente a ellos. ¡Qué sal!
Pero eso no es todo, ¿eh? Después del hecho, el doctor Carmona, con la frialdad del mundo, empezó a sacar billetes de la cuenta bancaria de la víctima. ¡Un millón de colones se zafó! Quería hundirse aún más en el lodazal, aprovechándose del sufrimiento de su familia. El mae realmente no tuvo consideración alguna, demostrando lo poco que le importaba la vida de la madre de sus hijos.
El Tribunal Penal de Liberia no anduvo con rodeos y le cayó encima con todo. No le dieron ninguna oportunidad, viendo la magnitud de la depravación del doctor. Ahora, mientras la sentencia se hace definitiva, el doctor tendrá que enfrentarse a las consecuencias de sus actos tras las rejas, donde seguramente no encontrará tanta facilidad para manipular y engañar como lo hacía en la clínica. Parece que ahora sí va a tener que enfrentar su brete.
Este caso nos recuerda que la violencia doméstica no conoce límites y que, a veces, incluso aquellos que juramos proteger, pueden convertirse en nuestros mayores enemigos. Y me pregunto, maes, ¿hasta dónde estamos dispuestos a tolerar que la ambición y el abuso de poder destruyan vidas inocentes en nuestra sociedad?
Según la Fiscalía, la señora Raquel llevaba tiempo sufriendo un abuso tremendo por parte del doctor, tanto emocionalmente como con los deberes financieros. Imagínate, el mae controlándole hasta dónde podía ir, qué amigas tenía… ¡Una torta! Parecía que vivía en una burbuja, sin poder ni respirar tranquila, todo por culpa del ego gigante del marido. Él, con la cara de santurrón, dando vueltas por ahí, mientras ella aguantaba calvario.
Y pa’ rematar, el tipo quería quedarse con toda la feria. Lo tenían agarrado de sopapa que él era el beneficiario de una póliza de vivienda, así que decidió acelerar el proceso, digamos. Dicen que el juicio fue duro, porque quedó clarísimo cómo el doctor manipulaba a la señora Raquel, haciéndose pasar por su salvador, ofreciéndole pastillas ‘para la digestión’, cuando en realidad le estaba metiendo químicos peligrosísimos.
Lo que más me sacudió fue cómo lo hizo: engañándola con la excusa de ayudarla con unos problemas estomacales. Con qué osadía, usando su profesión para cometer semejante atrocidad. Te quedas pensando si hay límite para la maldad que puede albergar un corazón. Una verdadera falla criminal, vamos.
La investigación reveló que le inyectó una mezcla de benzodiacepinas y difenhidramina. ¡Imagínate la descarga tóxica! Resultado: edema pulmonar, hemorragias... una muerte lenta y dolorosa. Según la autopsia, la pobre Raquel falleció en el acto, mientras sus propios hijos estaban en la casa, ajenos a la tragedia que se desarrollaba justo frente a ellos. ¡Qué sal!
Pero eso no es todo, ¿eh? Después del hecho, el doctor Carmona, con la frialdad del mundo, empezó a sacar billetes de la cuenta bancaria de la víctima. ¡Un millón de colones se zafó! Quería hundirse aún más en el lodazal, aprovechándose del sufrimiento de su familia. El mae realmente no tuvo consideración alguna, demostrando lo poco que le importaba la vida de la madre de sus hijos.
El Tribunal Penal de Liberia no anduvo con rodeos y le cayó encima con todo. No le dieron ninguna oportunidad, viendo la magnitud de la depravación del doctor. Ahora, mientras la sentencia se hace definitiva, el doctor tendrá que enfrentarse a las consecuencias de sus actos tras las rejas, donde seguramente no encontrará tanta facilidad para manipular y engañar como lo hacía en la clínica. Parece que ahora sí va a tener que enfrentar su brete.
Este caso nos recuerda que la violencia doméstica no conoce límites y que, a veces, incluso aquellos que juramos proteger, pueden convertirse en nuestros mayores enemigos. Y me pregunto, maes, ¿hasta dónde estamos dispuestos a tolerar que la ambición y el abuso de poder destruyan vidas inocentes en nuestra sociedad?