Mae, la vara con el café está rarísima. Afuera, el precio del grano está por las nubes, a niveles que no se veían desde que nuestros tatas estaban güilas. Uno pensaría que aquí los cafetaleros deberían estar forrados, celebrando la bonanza, ¿verdad? Pues no. La realidad es un despiche total: están recibiendo menos plata que hace tres años, y muchos están a punto de tirar la toalla. Es la ironía máxima: nuestro 'grano de oro' se les está convirtiendo en plomo en los bolsillos.
Entonces, ¿cuál es la torta? El culpable tiene nombre y apellido: el tipo de cambio. Es una matemática que duele. En la cosecha 2021-2022, por cada dólar que entraba de una venta, el productor recibía casi ¢650. ¡Pura vida! Pero ahora, con la política que ha impulsado el Banco Central, por ese mismo dólar les están dando ¢502. Hagan números. Es un hueco de casi ¢150 por cada dólar. Para una familia que vive de esto, esa diferencia no es un 'poquito menos', es la diferencia entre pagar las deudas y perder la finca. No hay ciencia de cohetes aquí, es un golpe directo a la vena.
Lo más duro es que esto no es un drama de números en un reporte económico; es el día a día de más de 26,000 familias. Xinia Chaves, una productora que le está poniendo el pecho a las balas, lo dice sin pelos en la lengua: el 87% de los caficultores son pequeños productores. Estamos hablando de gente que lo único que tiene es su pedacito de tierra, el brete de generaciones. Y ahora, por esta jugada con el dólar, ese legado se les está yendo al traste. El costo de producir una fanega, con todos los gastos en colones, ya es más alto que el precio que les pagan. Literalmente, están pagando por trabajar.
Y para terminar de hacerla de chicha, lo más salado de todo es que esta es una tormenta que solo está lloviendo en nuestro techo. Un compa productor en Honduras, Colombia o Brasil, que vende el mismo café al mismo precio en dólares, está haciendo su agosto. ¿Por qué? Porque las monedas de ellos sí se comportan con normalidad frente al dólar, entonces reciben un montón de plata local por su exportación. Aquí, nos damos el lujo de vender un café súper 'premium', diferenciado y con mil sellos de calidad, para que al final de la cadena, nuestro productor reciba menos harina que su competencia. Es como ganar la carrera y que te den el premio del último lugar. ¡Qué sal!
Los datos ya están gritando las consecuencias. Hemos perdido casi 10,000 hectáreas de siembra y el registro de familias productoras ha bajado en 2,000. Ese sueño de llegar a los dos millones de fanegas de producción se ve cada vez más lejos. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras una política económica, por más bien intencionada que parezca para otros sectores, está desangrando el campo y borrando del mapa una de nuestras tradiciones más emblemáticas. El café no es solo un chunche que se exporta; es cultura, es paisaje y es el sustento de miles de ticos.
Maes, ¿qué opinan ustedes? ¿Estamos sacrificando al sector agrícola para mantener un dólar barato que beneficia a los importadores? ¿Hay alguna solución justa o ya es crónica de una muerte anunciada para el pequeño caficultor tico?
Entonces, ¿cuál es la torta? El culpable tiene nombre y apellido: el tipo de cambio. Es una matemática que duele. En la cosecha 2021-2022, por cada dólar que entraba de una venta, el productor recibía casi ¢650. ¡Pura vida! Pero ahora, con la política que ha impulsado el Banco Central, por ese mismo dólar les están dando ¢502. Hagan números. Es un hueco de casi ¢150 por cada dólar. Para una familia que vive de esto, esa diferencia no es un 'poquito menos', es la diferencia entre pagar las deudas y perder la finca. No hay ciencia de cohetes aquí, es un golpe directo a la vena.
Lo más duro es que esto no es un drama de números en un reporte económico; es el día a día de más de 26,000 familias. Xinia Chaves, una productora que le está poniendo el pecho a las balas, lo dice sin pelos en la lengua: el 87% de los caficultores son pequeños productores. Estamos hablando de gente que lo único que tiene es su pedacito de tierra, el brete de generaciones. Y ahora, por esta jugada con el dólar, ese legado se les está yendo al traste. El costo de producir una fanega, con todos los gastos en colones, ya es más alto que el precio que les pagan. Literalmente, están pagando por trabajar.
Y para terminar de hacerla de chicha, lo más salado de todo es que esta es una tormenta que solo está lloviendo en nuestro techo. Un compa productor en Honduras, Colombia o Brasil, que vende el mismo café al mismo precio en dólares, está haciendo su agosto. ¿Por qué? Porque las monedas de ellos sí se comportan con normalidad frente al dólar, entonces reciben un montón de plata local por su exportación. Aquí, nos damos el lujo de vender un café súper 'premium', diferenciado y con mil sellos de calidad, para que al final de la cadena, nuestro productor reciba menos harina que su competencia. Es como ganar la carrera y que te den el premio del último lugar. ¡Qué sal!
Los datos ya están gritando las consecuencias. Hemos perdido casi 10,000 hectáreas de siembra y el registro de familias productoras ha bajado en 2,000. Ese sueño de llegar a los dos millones de fanegas de producción se ve cada vez más lejos. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras una política económica, por más bien intencionada que parezca para otros sectores, está desangrando el campo y borrando del mapa una de nuestras tradiciones más emblemáticas. El café no es solo un chunche que se exporta; es cultura, es paisaje y es el sustento de miles de ticos.
Maes, ¿qué opinan ustedes? ¿Estamos sacrificando al sector agrícola para mantener un dólar barato que beneficia a los importadores? ¿Hay alguna solución justa o ya es crónica de una muerte anunciada para el pequeño caficultor tico?