Diay, maes. Uno siempre escucha la historia del que va pa'l norte, ¿verdad? El famoso “sueño americano”, el pulsearla para un futuro mejor, el cruzar selvas y fronteras con la fe puesta en llegar. Es una vara que ya casi normalizamos. Pero, ¿qué pasa cuando todo se va al traste? Cuando la plata se acaba, te estafan o simplemente el cuerpo ya no da. ¿Qué pasa cuando toca devolverse? Pues resulta que esa historia casi nadie la cuenta, y es un verdadero infierno. El viaje de vuelta, lejos de ser un alivio, se ha convertido en un negocio redondo para un montón de malparidos.
Un informe recién salido del horno, hecho en conjunto por las Defensorías del Pueblo de aquí, de Panamá y de Colombia, destapó una olla podrida que apesta. La vara es que, solo entre enero y agosto de este año, más de 14.000 personas han tenido que hacer esa ruta en reversa. Y no crean que es que les ponen un bus con aire acondicionado. ¡Qué va! Están completamente solos, y ahí es donde se pone fea la cosa. El informe lo dice clarito: redes criminales transnacionales han montado un “negocio” macabro controlando cada paso de ese retorno. Te cobran por el bote, por el camino, por la comida… y si no pagas, ya te imaginarás.
¡Qué torta más grande! El problema es que, para los que van hacia el norte, mal que bien, hay algo de atención, algunas ONGs, algo de bulla mediática. Pero para los que regresan, no hay absolutamente nada. Cero corredores humanitarios. Nada. Están invisibilizados. Como dijo el mae de la Defensoría de Panamá, en puntos clave como Colón y Puerto Miramar, la ausencia de autoridades es total. Esto crea un vacío que los criminales llenan rapidito. Los migrantes terminan pagando costos de transporte absurdos, viviendo en condiciones infrahumanas y expuestos a violencia, extorsión y hasta trata de personas. Es dejarlos servidos en bandeja de plata a los lobos.
Para que se hagan una idea de la magnitud del despiche, el informe hasta menciona un accidente marítimo en Panamá donde se volcó una panga con 38 personas, incluyendo chiquitos y mujeres. Embarcaciones sobrecargadas, inseguras, manejadas por esta misma gente sin escrúpulos. La gente de la ONU ya pegó el grito al cielo. Personajes como Andrés Sánchez Thorin y Scott Campbell, dos pesos pesados de Derechos Humanos, recorrieron la zona y lo confirmaron: los testimonios que escucharon son “preocupantes y dolorosos”. No es vara, la gente se devuelve sin un cinco, endeudada, traumatizada y con el riesgo de ser reclutada a la fuerza por grupos armados en el camino.
En resumen, el viaje de ida es un infierno, y ahora sabemos que el de vuelta es un infierno 2.0, pero con gerencia y todo, a cargo de estas redes criminales. Las organizaciones están pidiendo a gritos que los gobiernos de la región se pongan las pilas, pero ya sabemos cómo funciona el brete a veces. Aquí es donde les pregunto a ustedes, maes: ¿qué carajos se puede hacer? ¿Es solo un tema de meter más policías y guardacostas, o el problema es tan profundo que se necesita una respuesta regional coordinada de verdad, con plata y voluntad política? ¿O será que, como muchas otras veces, esta vara va a quedar en un informe muy completo y en un par de titulares, pero al final nadie va a mover un dedo? Los leo.
Un informe recién salido del horno, hecho en conjunto por las Defensorías del Pueblo de aquí, de Panamá y de Colombia, destapó una olla podrida que apesta. La vara es que, solo entre enero y agosto de este año, más de 14.000 personas han tenido que hacer esa ruta en reversa. Y no crean que es que les ponen un bus con aire acondicionado. ¡Qué va! Están completamente solos, y ahí es donde se pone fea la cosa. El informe lo dice clarito: redes criminales transnacionales han montado un “negocio” macabro controlando cada paso de ese retorno. Te cobran por el bote, por el camino, por la comida… y si no pagas, ya te imaginarás.
¡Qué torta más grande! El problema es que, para los que van hacia el norte, mal que bien, hay algo de atención, algunas ONGs, algo de bulla mediática. Pero para los que regresan, no hay absolutamente nada. Cero corredores humanitarios. Nada. Están invisibilizados. Como dijo el mae de la Defensoría de Panamá, en puntos clave como Colón y Puerto Miramar, la ausencia de autoridades es total. Esto crea un vacío que los criminales llenan rapidito. Los migrantes terminan pagando costos de transporte absurdos, viviendo en condiciones infrahumanas y expuestos a violencia, extorsión y hasta trata de personas. Es dejarlos servidos en bandeja de plata a los lobos.
Para que se hagan una idea de la magnitud del despiche, el informe hasta menciona un accidente marítimo en Panamá donde se volcó una panga con 38 personas, incluyendo chiquitos y mujeres. Embarcaciones sobrecargadas, inseguras, manejadas por esta misma gente sin escrúpulos. La gente de la ONU ya pegó el grito al cielo. Personajes como Andrés Sánchez Thorin y Scott Campbell, dos pesos pesados de Derechos Humanos, recorrieron la zona y lo confirmaron: los testimonios que escucharon son “preocupantes y dolorosos”. No es vara, la gente se devuelve sin un cinco, endeudada, traumatizada y con el riesgo de ser reclutada a la fuerza por grupos armados en el camino.
En resumen, el viaje de ida es un infierno, y ahora sabemos que el de vuelta es un infierno 2.0, pero con gerencia y todo, a cargo de estas redes criminales. Las organizaciones están pidiendo a gritos que los gobiernos de la región se pongan las pilas, pero ya sabemos cómo funciona el brete a veces. Aquí es donde les pregunto a ustedes, maes: ¿qué carajos se puede hacer? ¿Es solo un tema de meter más policías y guardacostas, o el problema es tan profundo que se necesita una respuesta regional coordinada de verdad, con plata y voluntad política? ¿O será que, como muchas otras veces, esta vara va a quedar en un informe muy completo y en un par de titulares, pero al final nadie va a mover un dedo? Los leo.