¡Ay, Dios mío! Esto sí que está feo, compas. Resulta que unos tipos, listos como papalones, anduvieron timando a gente vulnerable prometiéndoles ayuda social con víveres, pero buscando sacarles hasta la última fibra. El OIJ los agarró bien campechitos, y ahora toca ver qué sale de esta historia.
Según nos enteramos, estos barras, Bermúdez Durán, Granados López y Sosa Acuña –pa’ que sepan quiénes son los responsables–, llevaban tiempo operando así. La jugada era sencilla pero efectiva: ofrecían comida gratis a cambio de datos personales, fotos y cédulas. Una vez tenían la info, ¡zas!, pedían créditos a nombre de la víctima y se embolsaban la lana. Qué barbaridad, ¿eh?
El Ministerio Público, que está prendido con esto, calcula que robaron alrededor de 55 millones de colones, pero dicen que la cifra podría subir. Imagínate, 55 millones… ¡Eso da para construir unas cuantas escuelas nuevas o mejorar algunos hospitales! En lugar de eso, unos inútiles se aprovecharon de la necesidad de otros. ¡Qué poca vergüenza!
Lo peor de todo es que las víctimas eran personas en situaciones delicadas, que necesitaban una mano amiga y terminaron recibiendo una patada en el trasero. Se aprovechaban de su confianza y desesperación, usando aplicaciones financieras digitales para hacer los préstamos. ¡Qué manera de meterse con la gente!
Las autoridades hicieron varios allanamientos en Alajuelita y Desamparados, logrando capturar a estos tres personajes. Pero hay uno que sigue campante, el hermanastro de Sosa Acuña, también involucrado en el caso, pero que anda preso por otra cosa. Seguro le está pasando la información desde la cárcel, esos nunca cambian.
Y hablando de complicidades, parece que estos señores estaban metidos hasta las cejas en negocios turbios. Con el dinero que robaban, compraban cosas a lo loco en tiendas departamentales y otras fondas. No sé, me da la impresión de que tienen conexiones más allá de lo que hemos visto hasta ahora. Será que había alguien protegiéndolos detrás del telón?
Este caso nos recuerda la importancia de tener cuidado con las ofertas demasiado buenas para ser verdad. Siempre hay que verificar la información, no entregar datos personales a desconocidos y, sobre todo, confiar en nuestro instinto. Mejor quedarse sin víveres que terminar endeudado y con problemas legales, ¿verdad, maes?
En fin, una historia lamentable que nos demuestra que la delincuencia siempre encuentra nuevas formas de atacar a los más débiles. ¿Ustedes creen que las autoridades deberían endurecer las penas para estos estafadores o simplemente enfocarse en prevenir este tipo de fraudes antes de que ocurran? ¡Déjenme saber sus opiniones en los comentarios!
Según nos enteramos, estos barras, Bermúdez Durán, Granados López y Sosa Acuña –pa’ que sepan quiénes son los responsables–, llevaban tiempo operando así. La jugada era sencilla pero efectiva: ofrecían comida gratis a cambio de datos personales, fotos y cédulas. Una vez tenían la info, ¡zas!, pedían créditos a nombre de la víctima y se embolsaban la lana. Qué barbaridad, ¿eh?
El Ministerio Público, que está prendido con esto, calcula que robaron alrededor de 55 millones de colones, pero dicen que la cifra podría subir. Imagínate, 55 millones… ¡Eso da para construir unas cuantas escuelas nuevas o mejorar algunos hospitales! En lugar de eso, unos inútiles se aprovecharon de la necesidad de otros. ¡Qué poca vergüenza!
Lo peor de todo es que las víctimas eran personas en situaciones delicadas, que necesitaban una mano amiga y terminaron recibiendo una patada en el trasero. Se aprovechaban de su confianza y desesperación, usando aplicaciones financieras digitales para hacer los préstamos. ¡Qué manera de meterse con la gente!
Las autoridades hicieron varios allanamientos en Alajuelita y Desamparados, logrando capturar a estos tres personajes. Pero hay uno que sigue campante, el hermanastro de Sosa Acuña, también involucrado en el caso, pero que anda preso por otra cosa. Seguro le está pasando la información desde la cárcel, esos nunca cambian.
Y hablando de complicidades, parece que estos señores estaban metidos hasta las cejas en negocios turbios. Con el dinero que robaban, compraban cosas a lo loco en tiendas departamentales y otras fondas. No sé, me da la impresión de que tienen conexiones más allá de lo que hemos visto hasta ahora. Será que había alguien protegiéndolos detrás del telón?
Este caso nos recuerda la importancia de tener cuidado con las ofertas demasiado buenas para ser verdad. Siempre hay que verificar la información, no entregar datos personales a desconocidos y, sobre todo, confiar en nuestro instinto. Mejor quedarse sin víveres que terminar endeudado y con problemas legales, ¿verdad, maes?
En fin, una historia lamentable que nos demuestra que la delincuencia siempre encuentra nuevas formas de atacar a los más débiles. ¿Ustedes creen que las autoridades deberían endurecer las penas para estos estafadores o simplemente enfocarse en prevenir este tipo de fraudes antes de que ocurran? ¡Déjenme saber sus opiniones en los comentarios!
