¡Ay, Dios mío, qué despiche! Aquí seguimos con casos que te dejan boquiabierto. Resulta que el tipo asiático, Feng, involucrado en esa vaina del Caso Wallet, salió libre con medidas. Sí, así nomás. Mientras tanto, otro de los sospechosos, un chino, ya se fue pa’ fuera y ahora andan buscando cómo traerlo de vuelta. Parece mentira, pero esto pasa en nuestro querido Costa Rica, ¿eh?
La movida es así: estos sujetos, junto con un par de nacionales, formaban parte de una banda internacional dedicada a timar gente con tarjetas de crédito. Según la fiscal Melissa Quirós, acumularon cerca de ¢60 millones en prejuicios. Un buen pellizco, chunches, y eso usando métodos bastante astutos.
Todo empezó a desenmarañarse a principios de este año, cuando el Ministerio Público detectó movimientos rarísimos: compras de una casa, alhajas de oro, licores finos, celulares de última generación y hasta abastos para minisúpers. ¡Imagínate la vida que se armaban esos tipos! Todo a costa del esfuerzo ajeno, claro está.
Lo más curioso es que la Fiscalía pidió que le pusieran el ojo encima a todos con prisión preventiva, pero el Juzgado dijo que no, que con el impedimento de salida era suficiente. La fiscal, obviamente molesta, comentó que apelarán la decisión, porque, según ella, necesitan tenerlos controlados para asegurar que no se vayan a escapar. Qué nervios… ¡Y razón tienen!
El modus operandi era bastante ingenioso: enviaban correos electrónicos falsos haciéndose pasar por bancos, Correos de Costa Rica e incluso por la marca Kölbi. Ofrecían ayuda para solucionar problemas imaginarios, y ahí caía la carnada. Cuando la víctima entraba al enlace falso, les daban toda la información de sus tarjetas de crédito: números, fechas de vencimiento, códigos de seguridad... ¡Hasta el token! Una verdadera torta.
Con esos datos, creaban tarjetas virtuales en billeteras digitales y esperaban meses antes de usarlas. Una vez que juntaban suficiente saldo, hacían compras en distintos lugares. También se dieron cuenta de que compraron iPhones y los revendedían en un negocio de celulares en el Barrio Chino. Ahí fue cuando la policía logró identificarlos, gracias a la colaboración de los bancos que detectaron las transacciones sospechosas.
Pero la cosa no termina ahí. Además del tipo que salió libre y el que se escapó, todavía tienen preso a otro sospechoso, un nicaragüense, que andaba comprando licores por unos ¢1.5 millones. Y decomisaron varias cosas: computadoras, documentos y hasta una casa prefabricada, todas compradas con el dinero robado. Un brete lo que encontraron, diay.
Este caso nos plantea muchas preguntas, ¿verdad? Con tanta tecnología y sofisticación, ¿cómo es posible que sigamos siendo tan vulnerables a estas estafas? ¿Deberíamos exigir más controles y regulaciones a las empresas que manejan nuestros datos financieros? Y lo más importante: ¿qué podemos hacer nosotros, los ciudadanos, para protegernos de estos malos momentos? Denuncien cualquier correo o mensaje sospechoso, y compartan esta información con sus amigos y familiares para que estén alerta.
La movida es así: estos sujetos, junto con un par de nacionales, formaban parte de una banda internacional dedicada a timar gente con tarjetas de crédito. Según la fiscal Melissa Quirós, acumularon cerca de ¢60 millones en prejuicios. Un buen pellizco, chunches, y eso usando métodos bastante astutos.
Todo empezó a desenmarañarse a principios de este año, cuando el Ministerio Público detectó movimientos rarísimos: compras de una casa, alhajas de oro, licores finos, celulares de última generación y hasta abastos para minisúpers. ¡Imagínate la vida que se armaban esos tipos! Todo a costa del esfuerzo ajeno, claro está.
Lo más curioso es que la Fiscalía pidió que le pusieran el ojo encima a todos con prisión preventiva, pero el Juzgado dijo que no, que con el impedimento de salida era suficiente. La fiscal, obviamente molesta, comentó que apelarán la decisión, porque, según ella, necesitan tenerlos controlados para asegurar que no se vayan a escapar. Qué nervios… ¡Y razón tienen!
El modus operandi era bastante ingenioso: enviaban correos electrónicos falsos haciéndose pasar por bancos, Correos de Costa Rica e incluso por la marca Kölbi. Ofrecían ayuda para solucionar problemas imaginarios, y ahí caía la carnada. Cuando la víctima entraba al enlace falso, les daban toda la información de sus tarjetas de crédito: números, fechas de vencimiento, códigos de seguridad... ¡Hasta el token! Una verdadera torta.
Con esos datos, creaban tarjetas virtuales en billeteras digitales y esperaban meses antes de usarlas. Una vez que juntaban suficiente saldo, hacían compras en distintos lugares. También se dieron cuenta de que compraron iPhones y los revendedían en un negocio de celulares en el Barrio Chino. Ahí fue cuando la policía logró identificarlos, gracias a la colaboración de los bancos que detectaron las transacciones sospechosas.
Pero la cosa no termina ahí. Además del tipo que salió libre y el que se escapó, todavía tienen preso a otro sospechoso, un nicaragüense, que andaba comprando licores por unos ¢1.5 millones. Y decomisaron varias cosas: computadoras, documentos y hasta una casa prefabricada, todas compradas con el dinero robado. Un brete lo que encontraron, diay.
Este caso nos plantea muchas preguntas, ¿verdad? Con tanta tecnología y sofisticación, ¿cómo es posible que sigamos siendo tan vulnerables a estas estafas? ¿Deberíamos exigir más controles y regulaciones a las empresas que manejan nuestros datos financieros? Y lo más importante: ¿qué podemos hacer nosotros, los ciudadanos, para protegernos de estos malos momentos? Denuncien cualquier correo o mensaje sospechoso, y compartan esta información con sus amigos y familiares para que estén alerta.
