Maes, hay que hablar de la última novela que se está cocinando en la Vieja Metrópoli. Y no, no es ningún culebrón de Repretel. La vara está más seria y nos toca el bolsillo a todos, directa o indirectamente. Resulta que el pleito entre la Muni de Cartago, con el alcalde Mario Redondo a la cabeza, y el dúo dinámico de AyA y Aresep por los cobros del agua, llegó a un punto que ya pasa de castaño a oscuro. Después de la enésima “mesa de diálogo”, Redondo salió con la cara larga y tirando durísimo: “Nos han venido tomando el pelo”. Y la verdad, escuchándolo, es difícil no sentir que tiene toda la razón.
Vamos a ver, para poner la vara en contexto. Esto no es de ahora. Desde hace rato, a un montón de familias cartaginesas les empezaron a llegar recibos de agua infladísimos, por una supuesta deuda millonaria que se generó por un cambio en la metodología de cobro. ¡Qué torta! O sea, parece que en algún momento alguien en AyA se jaló una torta monumental con los cálculos y ahora, en lugar de arreglar el despiche de forma transparente, la solución es un enredo burocrático que no entiende nadie. La Muni de Cartago dice que esa deuda no es justa y que no se la pueden clavar a la gente. AyA dice que sí, que paguen. Y Aresep, que se supone que es el árbitro, parece que está jugando en el equipo contrario.
Lo más frustrante es el circo de las negociaciones. Se sientan en una mesa con la Defensoría de los Habitantes de por medio, hablan por horas, se toman el cafecito y al final, ¿qué pasa? Nada. Cero soluciones. Redondo lo dijo clarito: “Nos vamos profundamente decepcionados, dolidos y molestos”. Y es que, ¿cómo no? Imagínense el brete de ser alcalde y tener que ir a estas reuniones para que al final te digan, en otras palabras, que sigas esperando mientras a tu gente le sigue llegando el sablazo en el recibo. Es la definición de impotencia. Diay, se supone que el trabajo de estas instituciones es servir a la gente, no complicarle la existencia.
Y aquí es donde la cosa se pone más densa, porque este no es solo un problema de Cartago. Este es el reflejo de un mal que sufrimos en todo el país: la parálisis por análisis de las instituciones públicas. Es ese sentimiento de que todo se puede ir al traste por un papel, una firma o porque a un funcionario simplemente “no le parece”. Tenemos un proyecto de ley en la Asamblea para condonar la deuda, pero mientras eso avanza a paso de tortuga, el problema sigue ahí, latente. Es como tener una gotera en el techo y, en vez de repararla, te dedicas a formar comisiones para discutir la marca de los baldes que vas a usar para recoger el agua.
Al final, los que quedamos salados, como siempre, somos los de a pie. Los que mes a mes hacemos números para pagar las cuentas. Escuchar a un alcalde decir con esa frustración que le están “tomando el pelo” es preocupante, porque si se lo hacen a una municipalidad entera, ¿qué nos queda al resto de nosotros? La confianza en el sistema se erosiona con cada recibo injustificado y cada reunión inútil. Esto ya dejó de ser una vara técnica sobre tarifas y se convirtió en una cuestión de respeto básico al ciudadano.
Así que les dejo la pregunta en el aire, maes: Más allá del caso específico de Cartago, ¿no sienten que esta situación con AyA y Aresep es el pan de cada día con muchas otras instituciones del país? ¿Qué otro despiche similar les ha tocado vivir, donde la burocracia y la falta de soluciones los ha dejado con la sensación de que les están viendo la cara?
Vamos a ver, para poner la vara en contexto. Esto no es de ahora. Desde hace rato, a un montón de familias cartaginesas les empezaron a llegar recibos de agua infladísimos, por una supuesta deuda millonaria que se generó por un cambio en la metodología de cobro. ¡Qué torta! O sea, parece que en algún momento alguien en AyA se jaló una torta monumental con los cálculos y ahora, en lugar de arreglar el despiche de forma transparente, la solución es un enredo burocrático que no entiende nadie. La Muni de Cartago dice que esa deuda no es justa y que no se la pueden clavar a la gente. AyA dice que sí, que paguen. Y Aresep, que se supone que es el árbitro, parece que está jugando en el equipo contrario.
Lo más frustrante es el circo de las negociaciones. Se sientan en una mesa con la Defensoría de los Habitantes de por medio, hablan por horas, se toman el cafecito y al final, ¿qué pasa? Nada. Cero soluciones. Redondo lo dijo clarito: “Nos vamos profundamente decepcionados, dolidos y molestos”. Y es que, ¿cómo no? Imagínense el brete de ser alcalde y tener que ir a estas reuniones para que al final te digan, en otras palabras, que sigas esperando mientras a tu gente le sigue llegando el sablazo en el recibo. Es la definición de impotencia. Diay, se supone que el trabajo de estas instituciones es servir a la gente, no complicarle la existencia.
Y aquí es donde la cosa se pone más densa, porque este no es solo un problema de Cartago. Este es el reflejo de un mal que sufrimos en todo el país: la parálisis por análisis de las instituciones públicas. Es ese sentimiento de que todo se puede ir al traste por un papel, una firma o porque a un funcionario simplemente “no le parece”. Tenemos un proyecto de ley en la Asamblea para condonar la deuda, pero mientras eso avanza a paso de tortuga, el problema sigue ahí, latente. Es como tener una gotera en el techo y, en vez de repararla, te dedicas a formar comisiones para discutir la marca de los baldes que vas a usar para recoger el agua.
Al final, los que quedamos salados, como siempre, somos los de a pie. Los que mes a mes hacemos números para pagar las cuentas. Escuchar a un alcalde decir con esa frustración que le están “tomando el pelo” es preocupante, porque si se lo hacen a una municipalidad entera, ¿qué nos queda al resto de nosotros? La confianza en el sistema se erosiona con cada recibo injustificado y cada reunión inútil. Esto ya dejó de ser una vara técnica sobre tarifas y se convirtió en una cuestión de respeto básico al ciudadano.
Así que les dejo la pregunta en el aire, maes: Más allá del caso específico de Cartago, ¿no sienten que esta situación con AyA y Aresep es el pan de cada día con muchas otras instituciones del país? ¿Qué otro despiche similar les ha tocado vivir, donde la burocracia y la falta de soluciones los ha dejado con la sensación de que les están viendo la cara?