Maes, hay noticias que a uno lo dejan con un mal sabor de boca, y esta es una de esas. La vara en el Liceo de Costa Rica, uno de los coles con más historia del país, se puso color de hormiga. La noticia de que un güila terminó hospitalizado por una intoxicación después de comerse unas supuestas "golosinas" es para que a todos se nos paren las pelucas. Porque, seamos honestos, cuando un medio de comunicación pone una palabra como "golosinas" entre comillas, es porque la historia tiene más capas que una cebolla. Y diay, la primera pregunta que a uno se le viene a la mente es... ¿qué jeta traían esos confites?
El director del cole, Lenin Alvarado, salió a dar la cara con el casete que se activa en estas situaciones de crisis: que el estudiante está estable, que la institución tiene protocolos de prevención, que el equipo docente actuó rápido y que todo está en investigación. Y está bien, es su brete, tiene que manejar el despiche con pinzas. Pero si uno lee entre líneas, el mensaje es clarísimo: esto es un broncón, no podemos soltar mucha prenda porque hay autoridades metidas y, por favor, que no cunda el pánico. El problema es que es imposible no sentir un toque de alarma. Esto no fue un empacho con chocolates, aquí hay algo más turbio.
Aquí la palabra clave, el meollo del asunto, es "golosinas". Maes, ya no estamos en los noventas. Hoy, esa palabra puede ser un código para cualquier cosa, principalmente gomitas o brownies con THC o alguna otra sustancia psicoactiva sintética que uno ni conoce. La facilidad con la que estos productos, disfrazados de dulces inofensivos, se mueven por redes sociales y llegan a manos de menores de edad es aterradora. Ya no es el compa que vendía cigarros sueltos en el baño; la vara ahora es mucho más densa y peligrosa. Que un estudiante termine en un centro médico demuestra que no estamos hablando de un simple malestar, sino de una reacción adversa seria a un chunche que claramente no era para consumo humano recreativo y mucho menos para un menor.
Y claro, como era de esperarse, el director aprovecha para hacer el llamado a los tatas. Y tiene toda la razón del mundo, pero ¡qué brete más difícil! En nuestros tiempos, lo peor que uno se podía topar era un "Trits" medio derretido. Ahora los güilas tienen acceso a un catálogo de tentaciones a un clic de distancia, y la presión social es brutal. La responsabilidad de los padres es vital, obvio, pero no podemos cargarles todo el muerto a ellos. Esto es un problema social que empieza en la facilidad para conseguir estas varas y termina en la falta de educación y comunicación sobre los riesgos reales que existen hoy en día, que van mucho más allá del clásico "dile no a las drogas".
Al final, esta torta en el Liceo de Costa Rica debería servirnos como un electroshock colectivo. Pobre güila, al final, ¡qué sal la de él por ser el que terminó en el hospital y destapó la olla! Pero su caso no es un hecho aislado, es el síntoma de una realidad que está pasando en muchos otros centros educativos, públicos y privados. La venta de "comestibles" es un negocio silencioso y muy lucrativo. Así que la pregunta para el foro es seria: más allá de buscar culpables inmediatos, ¿cómo se ataca esta bronca de raíz? ¿Es un tema de más seguridad y requisas en los coles, de educación más cruda en la casa sobre drogas sintéticas o es una batalla que, como sociedad, ya vamos perdiendo?
El director del cole, Lenin Alvarado, salió a dar la cara con el casete que se activa en estas situaciones de crisis: que el estudiante está estable, que la institución tiene protocolos de prevención, que el equipo docente actuó rápido y que todo está en investigación. Y está bien, es su brete, tiene que manejar el despiche con pinzas. Pero si uno lee entre líneas, el mensaje es clarísimo: esto es un broncón, no podemos soltar mucha prenda porque hay autoridades metidas y, por favor, que no cunda el pánico. El problema es que es imposible no sentir un toque de alarma. Esto no fue un empacho con chocolates, aquí hay algo más turbio.
Aquí la palabra clave, el meollo del asunto, es "golosinas". Maes, ya no estamos en los noventas. Hoy, esa palabra puede ser un código para cualquier cosa, principalmente gomitas o brownies con THC o alguna otra sustancia psicoactiva sintética que uno ni conoce. La facilidad con la que estos productos, disfrazados de dulces inofensivos, se mueven por redes sociales y llegan a manos de menores de edad es aterradora. Ya no es el compa que vendía cigarros sueltos en el baño; la vara ahora es mucho más densa y peligrosa. Que un estudiante termine en un centro médico demuestra que no estamos hablando de un simple malestar, sino de una reacción adversa seria a un chunche que claramente no era para consumo humano recreativo y mucho menos para un menor.
Y claro, como era de esperarse, el director aprovecha para hacer el llamado a los tatas. Y tiene toda la razón del mundo, pero ¡qué brete más difícil! En nuestros tiempos, lo peor que uno se podía topar era un "Trits" medio derretido. Ahora los güilas tienen acceso a un catálogo de tentaciones a un clic de distancia, y la presión social es brutal. La responsabilidad de los padres es vital, obvio, pero no podemos cargarles todo el muerto a ellos. Esto es un problema social que empieza en la facilidad para conseguir estas varas y termina en la falta de educación y comunicación sobre los riesgos reales que existen hoy en día, que van mucho más allá del clásico "dile no a las drogas".
Al final, esta torta en el Liceo de Costa Rica debería servirnos como un electroshock colectivo. Pobre güila, al final, ¡qué sal la de él por ser el que terminó en el hospital y destapó la olla! Pero su caso no es un hecho aislado, es el síntoma de una realidad que está pasando en muchos otros centros educativos, públicos y privados. La venta de "comestibles" es un negocio silencioso y muy lucrativo. Así que la pregunta para el foro es seria: más allá de buscar culpables inmediatos, ¿cómo se ataca esta bronca de raíz? ¿Es un tema de más seguridad y requisas en los coles, de educación más cruda en la casa sobre drogas sintéticas o es una batalla que, como sociedad, ya vamos perdiendo?