¡Aguante, pura vida! Aquí les va la nota que le pone sabor a este lunes: diez familias de Sarapiquí, esos corazones verdes de nuestro país, han encontrado la manera de llevarle el pan a la boca cuidando de nuestra naturaleza. Y eso, mis amigos, ¡es pa’ celebrarlo!
Resulta que la situación estaba medio turbia hace unos años. La gente pensaba que cuidar el medio ambiente significaba dejar de ganar plata, y eso, díganlo, no le sirve a nadie que tenga cuentas que pagar. Pero ahora, gracias a iniciativas bien creativas, se demuestra que se puede comer rico y a la vez proteger nuestros bosques.
Todo esto se centra en el Refugio Lapa Verde, una verdadera joya escondida entre Chilamate y Pueblo Nuevo. Este lugar, con sus 1.825 hectáreas de pura magia tropical –donde hay selva primaria, bosques en regeneración, pantanos y lagunas– ha sido clave para cambiar la mentalidad de estas familias. Antes, algunos se dejaban tentar por la tala ilegal y la cacería furtiva; ¡qué pena!, pero así es la vida.
Ahora, con el apoyo del Fondo Ecovida y un canje de deuda por la naturaleza entre Estados Unidos y Costa Rica, estos vecinos se han convertido en guardianes del bosque. Han participado en talleres, recibido capacitaciones y aprendido cómo producir de manera sostenible sin dañar el ecosistema que les da de comer. ¡Eso sí que es visión de futuro!
Lo más interesante es que tienen varios proyectos en marcha. Ocho familias ya aplican técnicas de sostenibilidad en sus fincas, mientras que otras seis se metieron en un modelo solidario de ganadería. Reciben animalitos para criar y vender, y además, se quedan con un buen porcentaje de las ganancias para financiar nuevas acciones ambientales. ¡Un brete, vamos!
Randall Montoya Solano, el coordinador del proyecto, me contó que la clave está en verlos como aliados. “Les brindamos las herramientas para producir de forma sostenible, sin renunciar a la conservación”, me dijo. Y vaya que se nota: ya han sembrado 285 árboles, identificado más de 150 especies de aves –incluyendo la preciosa lapa verde, que está en peligro de extinción– y hasta visto dantas, manigordos, venados y osos hormigueros paseándose por ahí. ¡Esto es una señal de que las cosas van por buen camino!
Además, gracias a esta movida, han logrado reducir los ingresos ilegales por tala y caza, y ahora tienen sistemas de alerta temprana que les permiten actuar rápido ante cualquier problema. Dicen que, antes, los invasores llegaban a hacer de las suyas sin que nadie se diera cuenta. Ahora, con la vigilancia comunitaria, les resulta mucho más difícil andar haciendo travesuras. ¡Y qué bueno!
Este caso de Sarapiquí es una muestra de que desarrollo y protección del ambiente pueden ir de la mano. Demuestra que podemos generar oportunidades económicas sin destruir nuestros recursos naturales. ¡Es una chivísima noticia que da esperanza para el futuro de Costa Rica! Pero dime, ¿crees que este modelo podría replicarse en otras zonas del país con problemas similares? ¿Será posible convertir más comunidades en guardianes de la naturaleza y generar empleos verdes?
Resulta que la situación estaba medio turbia hace unos años. La gente pensaba que cuidar el medio ambiente significaba dejar de ganar plata, y eso, díganlo, no le sirve a nadie que tenga cuentas que pagar. Pero ahora, gracias a iniciativas bien creativas, se demuestra que se puede comer rico y a la vez proteger nuestros bosques.
Todo esto se centra en el Refugio Lapa Verde, una verdadera joya escondida entre Chilamate y Pueblo Nuevo. Este lugar, con sus 1.825 hectáreas de pura magia tropical –donde hay selva primaria, bosques en regeneración, pantanos y lagunas– ha sido clave para cambiar la mentalidad de estas familias. Antes, algunos se dejaban tentar por la tala ilegal y la cacería furtiva; ¡qué pena!, pero así es la vida.
Ahora, con el apoyo del Fondo Ecovida y un canje de deuda por la naturaleza entre Estados Unidos y Costa Rica, estos vecinos se han convertido en guardianes del bosque. Han participado en talleres, recibido capacitaciones y aprendido cómo producir de manera sostenible sin dañar el ecosistema que les da de comer. ¡Eso sí que es visión de futuro!
Lo más interesante es que tienen varios proyectos en marcha. Ocho familias ya aplican técnicas de sostenibilidad en sus fincas, mientras que otras seis se metieron en un modelo solidario de ganadería. Reciben animalitos para criar y vender, y además, se quedan con un buen porcentaje de las ganancias para financiar nuevas acciones ambientales. ¡Un brete, vamos!
Randall Montoya Solano, el coordinador del proyecto, me contó que la clave está en verlos como aliados. “Les brindamos las herramientas para producir de forma sostenible, sin renunciar a la conservación”, me dijo. Y vaya que se nota: ya han sembrado 285 árboles, identificado más de 150 especies de aves –incluyendo la preciosa lapa verde, que está en peligro de extinción– y hasta visto dantas, manigordos, venados y osos hormigueros paseándose por ahí. ¡Esto es una señal de que las cosas van por buen camino!
Además, gracias a esta movida, han logrado reducir los ingresos ilegales por tala y caza, y ahora tienen sistemas de alerta temprana que les permiten actuar rápido ante cualquier problema. Dicen que, antes, los invasores llegaban a hacer de las suyas sin que nadie se diera cuenta. Ahora, con la vigilancia comunitaria, les resulta mucho más difícil andar haciendo travesuras. ¡Y qué bueno!
Este caso de Sarapiquí es una muestra de que desarrollo y protección del ambiente pueden ir de la mano. Demuestra que podemos generar oportunidades económicas sin destruir nuestros recursos naturales. ¡Es una chivísima noticia que da esperanza para el futuro de Costa Rica! Pero dime, ¿crees que este modelo podría replicarse en otras zonas del país con problemas similares? ¿Será posible convertir más comunidades en guardianes de la naturaleza y generar empleos verdes?
