Mae, hay varas que uno lee en las noticias y que, por más que intente, simplemente no le caben en la jupa. Y la de hoy es una de esas. Cada año, en nuestra Suiza Centroamericana, 200 niñas menores de 14 años se convierten en mamás. Leámoslo de nuevo, despacio: dos-cien-tas. No son adolescentes pulseándola, son chiquitas que deberían estar preocupadas por el examen de Estudios Sociales o por si les dan permiso para ir al cine, no por cambiar pañales y amamantar. Esto no es solo una cifra preocupante, es la evidencia de que como sociedad nos estamos jalando una torta monumental, y lo peor es que parece que seguimos apañando el silencio.
La exministra de Salud, María Luisa Ávila, que de esta vara sabe un montón, lo deja clarísimo. Esto no pasa por arte de magia. Es una tormenta perfecta que se alimenta de tres frentes que nos negamos a atacar de raíz: el tabú eterno de hablar de educación sexual como gente normal, el viacrucis que todavía es para muchas conseguir anticonceptivos y, el más denso de todos, el elefante en la sala: la violencia sexual, que muchísimas veces ocurre dentro de la misma choza, con gente de confianza. Cuando la doctora Ávila dice que es una “vulneración profunda de derechos”, se queda corta. Es robarles la infancia, el futuro y la salud de un solo manotazo. Es un despiche que deja cicatrices para toda la vida.
Y diay, como es costumbre, el Ministerio de Salud ya salió a anunciar su “estrategia intersectorial”. En el papel, la vara suena a cachete: campañas, acompañamiento psicológico, protocolos de denuncia… todo muy bonito. Pero, seamos honestos, ¿cuántas veces hemos escuchado este mismo discurso? El problema nunca han sido los planes bienintencionados, sino la ejecución. Esas campañas no sirven de nada si en la casa el tata dice que de “esas cochinadas” no se habla, o si en la escuela el director prefiere hacerse el de la vista gorda. Sin un cambio cultural profundo, cualquier estrategia corre el riesgo de irse al traste antes de empezar, convirtiéndose en otro chunche burocrático para justificar un presupuesto.
Las consecuencias de este desastre van mucho más allá del parto. Estamos hablando de una sentencia. Un embarazo a esa edad es una puerta de entrada directa a un ciclo de pobreza y dependencia. Es el tiquete casi seguro para dejar el colegio, para limitar cualquier oportunidad de un brete digno en el futuro y para enfrentar complicaciones de salud que una adulta no tendría. Es la receta perfecta para la desigualdad. Y mientras tanto, nosotros seguimos con nuestra doble moral, muy “pura vida” para afuera, pero para adentro, cerramos los ojos ante la violencia y el abuso que fermentan en nuestros barrios y familias.
Al final, esta cifra de 200 niñas no es solo un llamado de atención para las autoridades; es un espejo que nos debería dar vergüenza. Este no es solo un brete del gobierno. Empieza en la sala de la casa, en la conversación incómoda que evitamos tener con nuestros hijos, primos y sobrinos. Empieza por dejar de tratar la sexualidad como un pecado y empezar a verla como lo que es: una parte de la vida que requiere educación, respeto y responsabilidad. Así que les pregunto, gente del foro, más allá de rasgarnos las vestiduras: ¿qué estamos haciendo tan mal como sociedad para que a 200 niñas cada año se les robe la infancia? ¿Es pura hipocresía o de verdad no nos estamos dando cuenta de la torta que tenemos en frente?
La exministra de Salud, María Luisa Ávila, que de esta vara sabe un montón, lo deja clarísimo. Esto no pasa por arte de magia. Es una tormenta perfecta que se alimenta de tres frentes que nos negamos a atacar de raíz: el tabú eterno de hablar de educación sexual como gente normal, el viacrucis que todavía es para muchas conseguir anticonceptivos y, el más denso de todos, el elefante en la sala: la violencia sexual, que muchísimas veces ocurre dentro de la misma choza, con gente de confianza. Cuando la doctora Ávila dice que es una “vulneración profunda de derechos”, se queda corta. Es robarles la infancia, el futuro y la salud de un solo manotazo. Es un despiche que deja cicatrices para toda la vida.
Y diay, como es costumbre, el Ministerio de Salud ya salió a anunciar su “estrategia intersectorial”. En el papel, la vara suena a cachete: campañas, acompañamiento psicológico, protocolos de denuncia… todo muy bonito. Pero, seamos honestos, ¿cuántas veces hemos escuchado este mismo discurso? El problema nunca han sido los planes bienintencionados, sino la ejecución. Esas campañas no sirven de nada si en la casa el tata dice que de “esas cochinadas” no se habla, o si en la escuela el director prefiere hacerse el de la vista gorda. Sin un cambio cultural profundo, cualquier estrategia corre el riesgo de irse al traste antes de empezar, convirtiéndose en otro chunche burocrático para justificar un presupuesto.
Las consecuencias de este desastre van mucho más allá del parto. Estamos hablando de una sentencia. Un embarazo a esa edad es una puerta de entrada directa a un ciclo de pobreza y dependencia. Es el tiquete casi seguro para dejar el colegio, para limitar cualquier oportunidad de un brete digno en el futuro y para enfrentar complicaciones de salud que una adulta no tendría. Es la receta perfecta para la desigualdad. Y mientras tanto, nosotros seguimos con nuestra doble moral, muy “pura vida” para afuera, pero para adentro, cerramos los ojos ante la violencia y el abuso que fermentan en nuestros barrios y familias.
Al final, esta cifra de 200 niñas no es solo un llamado de atención para las autoridades; es un espejo que nos debería dar vergüenza. Este no es solo un brete del gobierno. Empieza en la sala de la casa, en la conversación incómoda que evitamos tener con nuestros hijos, primos y sobrinos. Empieza por dejar de tratar la sexualidad como un pecado y empezar a verla como lo que es: una parte de la vida que requiere educación, respeto y responsabilidad. Así que les pregunto, gente del foro, más allá de rasgarnos las vestiduras: ¿qué estamos haciendo tan mal como sociedad para que a 200 niñas cada año se les robe la infancia? ¿Es pura hipocresía o de verdad no nos estamos dando cuenta de la torta que tenemos en frente?