¡Ay, Dios mío! Ocho personas, má’ dale, en solo un fin de semana… Las carreteras nos han dado otro golpe durísimo. Este no es el típico reporte de tráfico, chunches; esto es tragedia pura y dura. Parece que el país entero está de luto, y la verdad, es que la cosa pinta feísima si no le ponemosle remiendo a esta brete de seguridad vial.
Según las autoridades, el saldo de este fin de semana es escalofriante: ocho fallecidos en accidentes de tránsito repartidos por distintas partes del país. Las primeras investigaciones apuntan a que la mayoría de los accidentes involucraron motocicletas –como siempre–, pero también hubo atropellos que dejaron gente tirada en la carretera. Es una estadística que te eriza la piel, mae, y que nos obliga a preguntarnos qué estamos haciendo mal como sociedad para permitir que estas cosas sigan pasando.
La motocicleta, que muchos ven como una solución económica para moverse, parece haberse convertido en el vehículo más peligroso que hay en nuestras rutas. Y no es solo porque el mae que va encima de una moto es más vulnerable al impacto, sino también porque muchos no cumplen con las medidas básicas de seguridad: casco, chaleco reflectante, y ni hablar de la velocidad. Algunos andan volando como si fueran pilotos de Fórmula 1, ¡qué desmadre!
Pero no todo es culpa de los motociclistas, claro. Los atropellos también reflejan una problemática más profunda: la falta de planificación urbana y de respeto hacia los peatones. Calles oscuras, aceras en pésimas condiciones, pasos peatonales inexistentes… Parece que en muchas zonas, caminar por la calle es arriesgarse a irse al traste. Además, la impunidad favorece a los conductores imprudentes que saben que pueden hacer de las suyas sin que nadie les ponga freno.
Expertos en seguridad vial llevan años gritándolo a los cuatro vientos: necesitamos un cambio radical en nuestra cultura de conducir. No basta con poner multas y campañas publicitarias; hay que atacar las raíces del problema. Educación vial desde la escuela, control más estricto de los vehículos, carriles exclusivos para bicicletas y peatones… En fin, un plan integral que priorice la vida humana por encima de la conveniencia individual.
Recuerdo hace unos años que mi primo, Juanito, casi se lleva una torta en su moto, justo allá por la ruta 27. Gracias a Dios salió ileso, pero eso le dio un susto de muerte. Desde entonces, se puso más pilas y ahora sí cumple con todas las medidas de seguridad. Pero no todos tienen esa suerte, diay, y ahí radica la tristeza de toda esta historia.
Este nuevo saldo fatídico debería servir como un llamado de atención urgente para el gobierno y para todos nosotros. No podemos seguir permitiendo que nuestras carreteras se conviertan en cementerios. Hay que exigir cambios, denunciar la corrupción, y sobre todo, asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos. Porque al final, todos somos parte del problema y todos tenemos que ser parte de la solución. Nos toca, chavales, ponernos las pilas y cambiar las cosas.
¿Ustedes creen que realmente es posible revertir esta espiral de violencia vial en Costa Rica, o estamos condenados a repetir estos escenarios trágicos una y otra vez? Compartan sus ideas en el foro, ¡vamos a darle duro a esta conversación!
Según las autoridades, el saldo de este fin de semana es escalofriante: ocho fallecidos en accidentes de tránsito repartidos por distintas partes del país. Las primeras investigaciones apuntan a que la mayoría de los accidentes involucraron motocicletas –como siempre–, pero también hubo atropellos que dejaron gente tirada en la carretera. Es una estadística que te eriza la piel, mae, y que nos obliga a preguntarnos qué estamos haciendo mal como sociedad para permitir que estas cosas sigan pasando.
La motocicleta, que muchos ven como una solución económica para moverse, parece haberse convertido en el vehículo más peligroso que hay en nuestras rutas. Y no es solo porque el mae que va encima de una moto es más vulnerable al impacto, sino también porque muchos no cumplen con las medidas básicas de seguridad: casco, chaleco reflectante, y ni hablar de la velocidad. Algunos andan volando como si fueran pilotos de Fórmula 1, ¡qué desmadre!
Pero no todo es culpa de los motociclistas, claro. Los atropellos también reflejan una problemática más profunda: la falta de planificación urbana y de respeto hacia los peatones. Calles oscuras, aceras en pésimas condiciones, pasos peatonales inexistentes… Parece que en muchas zonas, caminar por la calle es arriesgarse a irse al traste. Además, la impunidad favorece a los conductores imprudentes que saben que pueden hacer de las suyas sin que nadie les ponga freno.
Expertos en seguridad vial llevan años gritándolo a los cuatro vientos: necesitamos un cambio radical en nuestra cultura de conducir. No basta con poner multas y campañas publicitarias; hay que atacar las raíces del problema. Educación vial desde la escuela, control más estricto de los vehículos, carriles exclusivos para bicicletas y peatones… En fin, un plan integral que priorice la vida humana por encima de la conveniencia individual.
Recuerdo hace unos años que mi primo, Juanito, casi se lleva una torta en su moto, justo allá por la ruta 27. Gracias a Dios salió ileso, pero eso le dio un susto de muerte. Desde entonces, se puso más pilas y ahora sí cumple con todas las medidas de seguridad. Pero no todos tienen esa suerte, diay, y ahí radica la tristeza de toda esta historia.
Este nuevo saldo fatídico debería servir como un llamado de atención urgente para el gobierno y para todos nosotros. No podemos seguir permitiendo que nuestras carreteras se conviertan en cementerios. Hay que exigir cambios, denunciar la corrupción, y sobre todo, asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos. Porque al final, todos somos parte del problema y todos tenemos que ser parte de la solución. Nos toca, chavales, ponernos las pilas y cambiar las cosas.
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