Ay, mi gente, qué vaina… La Navidad en Puntarenas casi termina en tragedia. Imagínate, un pasacalles lleno de familias disfrutando, niños corriendo, pura alegría navideña… y de pronto, gritos, carreras y el pánico generalizado. Resulta que algunos asistentes juraban haber escuchado disparos en medio de una riña, ¡qué torta! Pero, ¿qué pasó realmente?
Todo empezó como cualquier otra celebración decembrina en el Pacífico Sur. Música, disfraces, el olorcito a comida típica… hasta que, de repente, el ambiente se puso tenso. Según varios testigos, una discusión acalorada entre dos personas escaló rápidamente a una pelea física. Ahí fue cuando, dicen, se escucharon detonaciones. La información voló como reguero de pólvora, y todos creyeron que estábamos frente a otro ajuste de cuentas lamentable.
La cosa explotó cuando la gente empezó a correr desesperadamente, buscando dónde refugiarse. Padres abrazando a sus hijos, abuelitos tratando de mantenerse firmes… pura confusión y miedo. El rumor de “¡balazos!” se propagó rapidísimo, amplificado por el bullicio del pasacalles. Parecía sacado de película, pero era nuestra realidad, justo ahí, en el corazón de Puntarenas.
Los organizadores del evento, conscientes del caos que se había desatado, tomaron los micrófonos para tratar de calmar las aguas. Fueron claros: “Hubo un problemón, sí, pero jamás hubo una balacera”. Intentaron explicar que la pelea fue el detonante del pánico, que el ruido de la confrontación se confundió con disparos reales debido al ambiente festivo. Dicen que no encontraron casquillos ni pruebas de armas de fuego en el lugar.
Pero, ¿será cierto? Aquí viene la parte complicada. Puntarenas, como muchos saben, últimamente no ha tenido un buen rollo en cuanto a seguridad. Hemos visto ajustes de cuentas a plena luz del día, situaciones violentas que nos dejan a todos con el alma en vilo. Ese miedo latente, esa incertidumbre constante, hace que incluso un silbido pueda sonar como una bala. Es como que ya estamos programados para esperar lo peor.
Y hablando de eso, esto me recuerda a la psicosis que vivimos durante la pandemia, ¿eh? Que todo podía ser peligroso, que cada tos significaba una sentencia de muerte. Parece que somos expertos en crear escenarios apocalípticos en nuestras mentes, especialmente cuando hay incertidumbre. Un chunche que cae puede convertirse en un atentado, ¡dios mío!
Las autoridades han llamado a la calma, piden que no se difunda información falsa y que se respete la investigación. Entendemos su preocupación, queremos disfrutar de nuestros espacios públicos sin vivir con el temor de que aparezca un desconocido con un arma. Pero también entendemos el hartazgo de la población, la necesidad de sentirnos seguros en nuestro propio hogar.
Ahora bien, dejando de lado los testimonios contradictorios y las declaraciones oficiales, la gran pregunta es: ¿Cómo podemos recuperar la confianza en nuestra provincia? ¿Deberíamos exigir mayores controles de seguridad en los eventos masivos, o enfocarnos en atacar las causas profundas de la violencia que azotan a Puntarenas? ¡Dime tú, qué piensas? ¡Déjame tu opinión abajo!
Todo empezó como cualquier otra celebración decembrina en el Pacífico Sur. Música, disfraces, el olorcito a comida típica… hasta que, de repente, el ambiente se puso tenso. Según varios testigos, una discusión acalorada entre dos personas escaló rápidamente a una pelea física. Ahí fue cuando, dicen, se escucharon detonaciones. La información voló como reguero de pólvora, y todos creyeron que estábamos frente a otro ajuste de cuentas lamentable.
La cosa explotó cuando la gente empezó a correr desesperadamente, buscando dónde refugiarse. Padres abrazando a sus hijos, abuelitos tratando de mantenerse firmes… pura confusión y miedo. El rumor de “¡balazos!” se propagó rapidísimo, amplificado por el bullicio del pasacalles. Parecía sacado de película, pero era nuestra realidad, justo ahí, en el corazón de Puntarenas.
Los organizadores del evento, conscientes del caos que se había desatado, tomaron los micrófonos para tratar de calmar las aguas. Fueron claros: “Hubo un problemón, sí, pero jamás hubo una balacera”. Intentaron explicar que la pelea fue el detonante del pánico, que el ruido de la confrontación se confundió con disparos reales debido al ambiente festivo. Dicen que no encontraron casquillos ni pruebas de armas de fuego en el lugar.
Pero, ¿será cierto? Aquí viene la parte complicada. Puntarenas, como muchos saben, últimamente no ha tenido un buen rollo en cuanto a seguridad. Hemos visto ajustes de cuentas a plena luz del día, situaciones violentas que nos dejan a todos con el alma en vilo. Ese miedo latente, esa incertidumbre constante, hace que incluso un silbido pueda sonar como una bala. Es como que ya estamos programados para esperar lo peor.
Y hablando de eso, esto me recuerda a la psicosis que vivimos durante la pandemia, ¿eh? Que todo podía ser peligroso, que cada tos significaba una sentencia de muerte. Parece que somos expertos en crear escenarios apocalípticos en nuestras mentes, especialmente cuando hay incertidumbre. Un chunche que cae puede convertirse en un atentado, ¡dios mío!
Las autoridades han llamado a la calma, piden que no se difunda información falsa y que se respete la investigación. Entendemos su preocupación, queremos disfrutar de nuestros espacios públicos sin vivir con el temor de que aparezca un desconocido con un arma. Pero también entendemos el hartazgo de la población, la necesidad de sentirnos seguros en nuestro propio hogar.
Ahora bien, dejando de lado los testimonios contradictorios y las declaraciones oficiales, la gran pregunta es: ¿Cómo podemos recuperar la confianza en nuestra provincia? ¿Deberíamos exigir mayores controles de seguridad en los eventos masivos, o enfocarnos en atacar las causas profundas de la violencia que azotan a Puntarenas? ¡Dime tú, qué piensas? ¡Déjame tu opinión abajo!
