Maes, hablemos de plata. Pero no de la que uno anda buscando para el fresco del almuerzo, sino de un montón de plata. El Gobierno acaba de soltar la bomba del Presupuesto Nacional para el 2026 y, para ponerlo en fácil, la vara está así: de cada 10 colones que se planean gastar, casi 4 no los tenemos. Hay que salir a pedirlos prestados. Estamos hablando de un hueco de ¢4,8 billones que el Ministerio de Hacienda tiene que salir a conseguir, ya sea pidiendo aquí adentro o pasando el sombrero afuera con los famosos eurobonos. Y sí, la cifra es tan grande como suena.
El ministro de Hacienda, Rudolf Lücke, llegó a la Asamblea con una presentación muy ordenada, diciendo que gracias a que en los últimos años nos hemos portado bien con la tarjeta de crédito (o sea, la disciplina fiscal), ahora tenemos chance de darnos ciertos lujos. ¿Cuáles? Pues más plata para seguridad, para programas sociales y, sobre todo, para educación. Suenan como buenas noticias, ¿verdad? Se habla de casi 600 plazas nuevas en el MEP, remodelar cárceles y hasta construir un centro de máxima seguridad para el crimen organizado. El ministro lo vende como el resultado de un brete bien hecho, un plan que nos pone en ruta a la prosperidad. Pero, como siempre en política, del dicho al hecho hay un trecho bien largo.
Y es que apenas Lücke terminó de hablar, la diputada Paulina Ramírez, que lidera la comisión donde se va a discutir todo este chunche, le paró el carro en seco. Ella ve el plan con otros ojos y no está para nada convencida. Dice que sí, muy bonito el aumento en el papel para educación, pero que no ve por ningún lado más harina para becas, comedores o transporte estudiantil, que es lo que realmente le cambia la vida a los güilas. Y en seguridad, la cosa se pone peor: critica que el aumento es pura hablada, que no alcanza ni para comprar chalecos o patrullas. Básicamente, su punto es que el Gobierno se está jalando una torta al presentar un presupuesto que promete mucho pero que, en la práctica, se queda corto en las áreas más críticas.
Ahora, agarremos el toro por los cuernos: la deuda. Aquí es donde la cosa se pone color de hormiga. Del total del presupuesto, que son casi ¢13 billones, la tajada más grande, un 42%, se va solo a pagar deudas viejas. ¡Un 42 por ciento! Son ¢5,4 billones que ni siquiera vamos a ver en obras o servicios, es plata que se va directo a pagar intereses y amortizaciones de lo que ya debemos. O sea, estamos pidiendo prestado para gastar más, mientras una parte gigantesca de nuestros ingresos ya está comprometida para pagar lo que pedimos prestado antes. Si eso no suena a un despiche financiero a futuro, diay, no sé qué lo será. Es el ciclo de nunca acabar.
Al final, Lücke dice que este presupuesto es el "legado" que le dejan al próximo gobierno. Y tiene razón, pero la pregunta es qué tipo de legado es. Por un lado, tenemos aumentos necesarios en áreas que urgen, pero por otro, estamos financiando esa mejora con una deuda que sigue creciendo como bola de nieve y que le va a tocar a otro ver cómo la paga. Nos venden la idea de que podemos invertir más, pero a costa de hipotecar todavía más el futuro. Entonces, les pregunto a ustedes, maes, ¿cómo ven esta vara? ¿Creen que es un plan valiente y necesario para sacar al país adelante, o simplemente le estamos pasando una factura impagable a la siguiente administración?
El ministro de Hacienda, Rudolf Lücke, llegó a la Asamblea con una presentación muy ordenada, diciendo que gracias a que en los últimos años nos hemos portado bien con la tarjeta de crédito (o sea, la disciplina fiscal), ahora tenemos chance de darnos ciertos lujos. ¿Cuáles? Pues más plata para seguridad, para programas sociales y, sobre todo, para educación. Suenan como buenas noticias, ¿verdad? Se habla de casi 600 plazas nuevas en el MEP, remodelar cárceles y hasta construir un centro de máxima seguridad para el crimen organizado. El ministro lo vende como el resultado de un brete bien hecho, un plan que nos pone en ruta a la prosperidad. Pero, como siempre en política, del dicho al hecho hay un trecho bien largo.
Y es que apenas Lücke terminó de hablar, la diputada Paulina Ramírez, que lidera la comisión donde se va a discutir todo este chunche, le paró el carro en seco. Ella ve el plan con otros ojos y no está para nada convencida. Dice que sí, muy bonito el aumento en el papel para educación, pero que no ve por ningún lado más harina para becas, comedores o transporte estudiantil, que es lo que realmente le cambia la vida a los güilas. Y en seguridad, la cosa se pone peor: critica que el aumento es pura hablada, que no alcanza ni para comprar chalecos o patrullas. Básicamente, su punto es que el Gobierno se está jalando una torta al presentar un presupuesto que promete mucho pero que, en la práctica, se queda corto en las áreas más críticas.
Ahora, agarremos el toro por los cuernos: la deuda. Aquí es donde la cosa se pone color de hormiga. Del total del presupuesto, que son casi ¢13 billones, la tajada más grande, un 42%, se va solo a pagar deudas viejas. ¡Un 42 por ciento! Son ¢5,4 billones que ni siquiera vamos a ver en obras o servicios, es plata que se va directo a pagar intereses y amortizaciones de lo que ya debemos. O sea, estamos pidiendo prestado para gastar más, mientras una parte gigantesca de nuestros ingresos ya está comprometida para pagar lo que pedimos prestado antes. Si eso no suena a un despiche financiero a futuro, diay, no sé qué lo será. Es el ciclo de nunca acabar.
Al final, Lücke dice que este presupuesto es el "legado" que le dejan al próximo gobierno. Y tiene razón, pero la pregunta es qué tipo de legado es. Por un lado, tenemos aumentos necesarios en áreas que urgen, pero por otro, estamos financiando esa mejora con una deuda que sigue creciendo como bola de nieve y que le va a tocar a otro ver cómo la paga. Nos venden la idea de que podemos invertir más, pero a costa de hipotecar todavía más el futuro. Entonces, les pregunto a ustedes, maes, ¿cómo ven esta vara? ¿Creen que es un plan valiente y necesario para sacar al país adelante, o simplemente le estamos pasando una factura impagable a la siguiente administración?