¡Ay, Dios mío, qué despiche! La tarde de ayer, el sector de 27 de Abril en Santa Cruz amaneció sumergido en medio de un panorama caótico. Las fuertes lluvias que azotan Guanacaste desde hace días finalmente hicieron mella, provocando el desborde del Río Seco y dejando a varias familias aisladas en sus hogares. La Cruz Roja, buscando meterle pata arriba a la situación, movilizó equipos de rescate desde primeras horas de la tarde.
La situación, según fuentes oficiales, se complicó rápidamente a medida que aumentaba el caudal del río. Familias enteras quedaron atrapadas en sus casas, algunas cercanas a la orilla, sin poder salir debido a la fuerza de la corriente. Se escucharon gritos de auxilio provenientes de algunas viviendas, generando una atmósfera tensa y preocupante entre los vecinos. Algunos, más afortunados, lograron subir a techos o lugares más elevados para esperar la ayuda.
Los equipos de rescate de la Cruz Roja trabajaron contra reloj, utilizando lanchas y vehículos anfibios para llegar a las zonas más afectadas. La operación se vio dificultada por la oscuridad y la intensidad de la lluvia que no daba tregua. Varios voluntarios, sin miedo al agua ni al brete, se arriesgaron para llevar comida, agua y mantas a las personas que aguardaban desesperadamente por ser rescatadas. Lo que más me cargó fue ver a los niños asustados, agarrados a sus mamás.
Se habilitó un centro de atención temporal en la escuela local, donde se ofrecieron refugio, alimentación y asistencia médica a las personas evacuadas. Médicos y enfermeros estaban presentes atendiendo emergencias y brindando apoyo psicológico a quienes presentaban signos de estrés o ansiedad. El ambiente era de incertidumbre, pero también de solidaridad; vecinos ayudándose mutuamente, compartiendo lo poco que tenían y ofreciendo consuelo.
Las autoridades municipales se desplazaron a la zona para evaluar los daños y coordinar acciones de respuesta. Se realizó un censo rápido para determinar el número exacto de afectados y cuantificar las pérdidas materiales. Varias calles quedaron intransitables debido a la acumulación de lodo y escombros, mientras que puentes y caminos resultaron dañados por la furia del río. Según información preliminar, las afectaciones son considerables y tomarán tiempo y esfuerzo para ser reparadas.
Expertos meteorológicos advierten que las lluvias podrían continuar durante los próximos días, aumentando el riesgo de nuevos deslizamientos e inundaciones. Se recomienda mantener la calma, estar atentos a las alertas tempranas y seguir las indicaciones de las autoridades. La comunidad entera está tratando de poner manos a la obra para ayudar a los damnificados, demostrando una vez más la idiosincrasia pura de nosotros los ticos: siempre listos para echarnos una mano al prójimo, aunque nos cueste un dolor de cabeza.
Este tipo de situaciones nos recuerdan la importancia de invertir en sistemas de alerta temprana y medidas de prevención ante fenómenos climáticos extremos. Es fundamental fortalecer la infraestructura hidráulica, reforestar áreas vulnerables y promover prácticas sostenibles de uso del suelo. Además, es crucial educar a la población sobre cómo actuar ante emergencias y reducir riesgos. También hay que darle duro al tema del cambio climático, porque esto ya no es una simple vara, sino una preocupación seria para todos nosotros.
Ahora bien, con toda esta situación revuelta, y viendo la resiliencia de nuestros hermanos de Santa Cruz, me pregunto: ¿Cómo podemos, como sociedad costarricense, preparar mejor a nuestras comunidades frente a estos desastres naturales cada vez más frecuentes y severos, y qué rol le toca a cada uno de nosotros, desde el vecino hasta el gobierno, para construir un país más resiliente?
La situación, según fuentes oficiales, se complicó rápidamente a medida que aumentaba el caudal del río. Familias enteras quedaron atrapadas en sus casas, algunas cercanas a la orilla, sin poder salir debido a la fuerza de la corriente. Se escucharon gritos de auxilio provenientes de algunas viviendas, generando una atmósfera tensa y preocupante entre los vecinos. Algunos, más afortunados, lograron subir a techos o lugares más elevados para esperar la ayuda.
Los equipos de rescate de la Cruz Roja trabajaron contra reloj, utilizando lanchas y vehículos anfibios para llegar a las zonas más afectadas. La operación se vio dificultada por la oscuridad y la intensidad de la lluvia que no daba tregua. Varios voluntarios, sin miedo al agua ni al brete, se arriesgaron para llevar comida, agua y mantas a las personas que aguardaban desesperadamente por ser rescatadas. Lo que más me cargó fue ver a los niños asustados, agarrados a sus mamás.
Se habilitó un centro de atención temporal en la escuela local, donde se ofrecieron refugio, alimentación y asistencia médica a las personas evacuadas. Médicos y enfermeros estaban presentes atendiendo emergencias y brindando apoyo psicológico a quienes presentaban signos de estrés o ansiedad. El ambiente era de incertidumbre, pero también de solidaridad; vecinos ayudándose mutuamente, compartiendo lo poco que tenían y ofreciendo consuelo.
Las autoridades municipales se desplazaron a la zona para evaluar los daños y coordinar acciones de respuesta. Se realizó un censo rápido para determinar el número exacto de afectados y cuantificar las pérdidas materiales. Varias calles quedaron intransitables debido a la acumulación de lodo y escombros, mientras que puentes y caminos resultaron dañados por la furia del río. Según información preliminar, las afectaciones son considerables y tomarán tiempo y esfuerzo para ser reparadas.
Expertos meteorológicos advierten que las lluvias podrían continuar durante los próximos días, aumentando el riesgo de nuevos deslizamientos e inundaciones. Se recomienda mantener la calma, estar atentos a las alertas tempranas y seguir las indicaciones de las autoridades. La comunidad entera está tratando de poner manos a la obra para ayudar a los damnificados, demostrando una vez más la idiosincrasia pura de nosotros los ticos: siempre listos para echarnos una mano al prójimo, aunque nos cueste un dolor de cabeza.
Este tipo de situaciones nos recuerdan la importancia de invertir en sistemas de alerta temprana y medidas de prevención ante fenómenos climáticos extremos. Es fundamental fortalecer la infraestructura hidráulica, reforestar áreas vulnerables y promover prácticas sostenibles de uso del suelo. Además, es crucial educar a la población sobre cómo actuar ante emergencias y reducir riesgos. También hay que darle duro al tema del cambio climático, porque esto ya no es una simple vara, sino una preocupación seria para todos nosotros.
Ahora bien, con toda esta situación revuelta, y viendo la resiliencia de nuestros hermanos de Santa Cruz, me pregunto: ¿Cómo podemos, como sociedad costarricense, preparar mejor a nuestras comunidades frente a estos desastres naturales cada vez más frecuentes y severos, y qué rol le toca a cada uno de nosotros, desde el vecino hasta el gobierno, para construir un país más resiliente?