¡Ay, Dios mío! Qué pesar nos da tener que escribir esto… Una tragedia sacudió hasta lo más hondo a toda la provincia de Limón y dejó a una familia de Turrialba hecha pedazos. Lo que empezó como un día normalito en esas tierras altas de Chirripó terminó convirtiéndose en una pesadilla para Ronald Payan, Elizabeth Céspedes y su hijita Yency. El río, crecido por las lluvias, se los llevó, dejando un vacío enorme e inexplicable.
La historia es así: la pareja, originaria de Turrialba, había ido a visitar familiares en la zona de Chirripó. Según cuentan los lugareños, estaban disfrutando de la tarde cuando, de repente, una corriente repentina arrastró a los tres. No hubo tiempo ni siquiera para pedir ayuda; el agua se los tragó en cuestión de segundos. Los equipos de rescate trabajaron sin descanso durante horas, pero la naturaleza es implacable y, desafortunadamente, no pudieron hacer milagros.
Pero la cosa no termina ahí, ¡qué pena! Porque detrás de esta tragedia hay una realidad aún más dura: nueve hijos. Así es, nueve criaturitas que ahora quedan huérfanas, con un futuro incierto y llenas de preguntas. Ocho de ellos menores de edad, repartidos entre edades de 1, 2, 4, 9, 11, 13, 14 y 15 años, y una hija mayor de 18 que tendrá que asumir una responsabilidad inmensa para cuidar de sus hermanos. Imaginen el susto, el dolor…
Desde el primer momento, la comunidad indígena se volcó para ayudar. Organizando grupos de búsqueda, ofreciendo comida y alojamiento, y brindando apoyo moral a los familiares. Los vecinos, conocedores de la idiosincrasia campesina, entienden que este es un brete grande, muy grande, y que estos niños necesitan toda la ayuda posible. Hasta llegaron voluntarios de otras comunidades, dispuestos a echarle mano. ¡Eso sí es solidarizarse!
Las autoridades, conscientes de la magnitud de la situación, han puesto en marcha protocolos de protección para garantizar el bienestar de los menores. Se está evaluando la posibilidad de colocarlos bajo el cuidado del Sistema Nacional de Hogares Familiares o buscar familias extendidas dispuestas a acogerlos. Pero esto requiere tiempo, planificación y, sobre todo, recursos económicos. Que no se les quede nada faltando, diay.
Este caso pone de manifiesto la vulnerabilidad de muchas familias costarricenses, especialmente aquellas que viven en zonas rurales y dependen de la agricultura. Las condiciones climáticas extremas, producto del cambio climático, representan una amenaza constante para su seguridad y sus medios de vida. Ya hemos visto otros casos similares en diferentes partes del país, y parece que esto se va a agudizar si no tomamos medidas urgentes. ¡Nos vamos a quedar cortos si seguimos igual!
Además, la tragedia plantea interrogantes sobre la gestión de riesgos y la prevención de desastres en estas áreas. ¿Se están haciendo todos los esfuerzos necesarios para proteger a la población? ¿Existen planes de contingencia adecuados? ¿Se informa a la gente sobre los peligros y cómo actuar ante emergencias? Estas son preguntas que debemos hacernos y a las que debemos exigir respuestas claras y contundentes. No podemos permitir que tragedias como esta se repitan.
Ahora, mientras la comunidad llora a Ronald, Elizabeth y Yency, y los niños intentan asimilar esta terrible pérdida, me pregunto: ¿Qué tipo de políticas públicas necesitamos implementar para proteger a las familias vulnerables y prevenir futuros desastres naturales en Costa Rica? Compartan sus ideas en el foro, ¡necesitamos soluciones reales y duraderas!
La historia es así: la pareja, originaria de Turrialba, había ido a visitar familiares en la zona de Chirripó. Según cuentan los lugareños, estaban disfrutando de la tarde cuando, de repente, una corriente repentina arrastró a los tres. No hubo tiempo ni siquiera para pedir ayuda; el agua se los tragó en cuestión de segundos. Los equipos de rescate trabajaron sin descanso durante horas, pero la naturaleza es implacable y, desafortunadamente, no pudieron hacer milagros.
Pero la cosa no termina ahí, ¡qué pena! Porque detrás de esta tragedia hay una realidad aún más dura: nueve hijos. Así es, nueve criaturitas que ahora quedan huérfanas, con un futuro incierto y llenas de preguntas. Ocho de ellos menores de edad, repartidos entre edades de 1, 2, 4, 9, 11, 13, 14 y 15 años, y una hija mayor de 18 que tendrá que asumir una responsabilidad inmensa para cuidar de sus hermanos. Imaginen el susto, el dolor…
Desde el primer momento, la comunidad indígena se volcó para ayudar. Organizando grupos de búsqueda, ofreciendo comida y alojamiento, y brindando apoyo moral a los familiares. Los vecinos, conocedores de la idiosincrasia campesina, entienden que este es un brete grande, muy grande, y que estos niños necesitan toda la ayuda posible. Hasta llegaron voluntarios de otras comunidades, dispuestos a echarle mano. ¡Eso sí es solidarizarse!
Las autoridades, conscientes de la magnitud de la situación, han puesto en marcha protocolos de protección para garantizar el bienestar de los menores. Se está evaluando la posibilidad de colocarlos bajo el cuidado del Sistema Nacional de Hogares Familiares o buscar familias extendidas dispuestas a acogerlos. Pero esto requiere tiempo, planificación y, sobre todo, recursos económicos. Que no se les quede nada faltando, diay.
Este caso pone de manifiesto la vulnerabilidad de muchas familias costarricenses, especialmente aquellas que viven en zonas rurales y dependen de la agricultura. Las condiciones climáticas extremas, producto del cambio climático, representan una amenaza constante para su seguridad y sus medios de vida. Ya hemos visto otros casos similares en diferentes partes del país, y parece que esto se va a agudizar si no tomamos medidas urgentes. ¡Nos vamos a quedar cortos si seguimos igual!
Además, la tragedia plantea interrogantes sobre la gestión de riesgos y la prevención de desastres en estas áreas. ¿Se están haciendo todos los esfuerzos necesarios para proteger a la población? ¿Existen planes de contingencia adecuados? ¿Se informa a la gente sobre los peligros y cómo actuar ante emergencias? Estas son preguntas que debemos hacernos y a las que debemos exigir respuestas claras y contundentes. No podemos permitir que tragedias como esta se repitan.
Ahora, mientras la comunidad llora a Ronald, Elizabeth y Yency, y los niños intentan asimilar esta terrible pérdida, me pregunto: ¿Qué tipo de políticas públicas necesitamos implementar para proteger a las familias vulnerables y prevenir futuros desastres naturales en Costa Rica? Compartan sus ideas en el foro, ¡necesitamos soluciones reales y duraderas!
