Apenas estamos terminando de procesar el presupuesto para el aguinaldo y ya la campaña política para el 2026 empezó a calentar motores, maes. El último en subirse al ring fue Fernando Zamora, del Partido Nueva Generación, quien soltó una promesa de esas que suenan a música celestial para unos y a disco rayado para otros: convertir a Costa Rica, nada más y nada menos, que en una “potencia agroindustrial”. Una frase que se oye rimbombante, casi de tráiler de película, pero que esconde una realidad que a muchos nos tiene con el pelo de punta.
Pero vamos al grano, ¿de dónde sale esta vara? Zamora no está hablando por hablar. Su discurso se ancla en un problema que todos vemos en el súper pero que pocos entienden desde la raíz. El ejemplo que usó para ilustrar el despiche es de esos que le sacan la piedra a cualquiera. Nos contó la historia de Melvin, un agricultor de Pacayas. Imagínense al mae, con su esfuerzo y su brete, logrando sacar una cebolla de calidad, de esa fresquita, con buena cola. Tenía el negocio cerrado para venderla a 330 colones el kilo, que ya de por sí es un precio para llorar. Lo peor vino después: cuando ya iba a entregarla, el comprador le dijo que siempre no, que el trato se caía porque de la nada inundaron el CENADA con cebolla importada. ¡Qué torta! En resumen: un despiche total para el productor. El pobre mae se queda con su producto, la inversión y el trabajo se van al traste, y todo por una dinámica de mercado que parece diseñada para castigar al de aquí.
Y aquí es donde el asunto se pone peor y nos salpica a todos. Uno, en su inocencia, pensaría: “Diay, si traen cebolla más barata de afuera, a mí me va a salir más cómoda en la feria o en el súper, ¿no?”. ¡Pues ni a palos! Zamora lo deja clarísimo, y es algo que todos hemos comprobado con la billetera: “Al final, los precios no bajan. Nos la venden por lo menos a 1.000 colones el kilo en el súper”. Es el colmo de la ineficiencia y, seamos honestos, de la injusticia. El productor nacional se arruina, no genera empleo, no mueve la economía local, y el consumidor final tampoco ve ningún beneficio. Entonces, ¿quién se está dejando la harina? Es la pregunta del millón que flota sobre esos pasillos llenos de vegetales importados.
Lo que advierte Zamora es que esta situación no es un caso aislado con la cebolla de Melvin. Según él, es un síntoma de una enfermedad más grande: la “demolición de toda la cultura productiva” del país. Es una crítica directa a un modelo económico que, en su opinión, le rinde pleitesía a los intereses de afuera mientras le da la espalda al agricultor y al industrial tico. Esta no es la primera vez que escuchamos a un político hablar de “rescatar el agro” o “apoyar lo nuestro”. Es un casete que ponen cada cuatro años. La diferencia, según Zamora, estaría en un “liderazgo firme” que le ponga un alto a esta tendencia. El diagnóstico parece correcto, la gran duda es si la medicina que propone es la adecuada o si es solo otro chunche en el botiquín de promesas electorales que nunca se usan.
Al final, la idea de ser una “potencia agroindustrial” suena tuanis, ¿a quién no le gustaría? Pero del dicho al hecho hay un trecho lleno de tratados de libre comercio, intereses económicos gigantes y, seamos sinceros, un montón de brete por hacer que va más allá de un buen eslogan. La historia de Melvin es la de miles de agricultores que se sienten completamente salados, viendo cómo su esfuerzo se lo lleva la corriente de las importaciones. Así que, maes, les tiro la bola a ustedes: ¿Lo de Zamora es pura hablada de político en campaña o de verdad creen que un cambio de mando podría frenar este despiche y poner a producir al país? ¿Qué se necesita, más allá de discursos, para que el agro tico no se termine de ir al traste?
Pero vamos al grano, ¿de dónde sale esta vara? Zamora no está hablando por hablar. Su discurso se ancla en un problema que todos vemos en el súper pero que pocos entienden desde la raíz. El ejemplo que usó para ilustrar el despiche es de esos que le sacan la piedra a cualquiera. Nos contó la historia de Melvin, un agricultor de Pacayas. Imagínense al mae, con su esfuerzo y su brete, logrando sacar una cebolla de calidad, de esa fresquita, con buena cola. Tenía el negocio cerrado para venderla a 330 colones el kilo, que ya de por sí es un precio para llorar. Lo peor vino después: cuando ya iba a entregarla, el comprador le dijo que siempre no, que el trato se caía porque de la nada inundaron el CENADA con cebolla importada. ¡Qué torta! En resumen: un despiche total para el productor. El pobre mae se queda con su producto, la inversión y el trabajo se van al traste, y todo por una dinámica de mercado que parece diseñada para castigar al de aquí.
Y aquí es donde el asunto se pone peor y nos salpica a todos. Uno, en su inocencia, pensaría: “Diay, si traen cebolla más barata de afuera, a mí me va a salir más cómoda en la feria o en el súper, ¿no?”. ¡Pues ni a palos! Zamora lo deja clarísimo, y es algo que todos hemos comprobado con la billetera: “Al final, los precios no bajan. Nos la venden por lo menos a 1.000 colones el kilo en el súper”. Es el colmo de la ineficiencia y, seamos honestos, de la injusticia. El productor nacional se arruina, no genera empleo, no mueve la economía local, y el consumidor final tampoco ve ningún beneficio. Entonces, ¿quién se está dejando la harina? Es la pregunta del millón que flota sobre esos pasillos llenos de vegetales importados.
Lo que advierte Zamora es que esta situación no es un caso aislado con la cebolla de Melvin. Según él, es un síntoma de una enfermedad más grande: la “demolición de toda la cultura productiva” del país. Es una crítica directa a un modelo económico que, en su opinión, le rinde pleitesía a los intereses de afuera mientras le da la espalda al agricultor y al industrial tico. Esta no es la primera vez que escuchamos a un político hablar de “rescatar el agro” o “apoyar lo nuestro”. Es un casete que ponen cada cuatro años. La diferencia, según Zamora, estaría en un “liderazgo firme” que le ponga un alto a esta tendencia. El diagnóstico parece correcto, la gran duda es si la medicina que propone es la adecuada o si es solo otro chunche en el botiquín de promesas electorales que nunca se usan.
Al final, la idea de ser una “potencia agroindustrial” suena tuanis, ¿a quién no le gustaría? Pero del dicho al hecho hay un trecho lleno de tratados de libre comercio, intereses económicos gigantes y, seamos sinceros, un montón de brete por hacer que va más allá de un buen eslogan. La historia de Melvin es la de miles de agricultores que se sienten completamente salados, viendo cómo su esfuerzo se lo lleva la corriente de las importaciones. Así que, maes, les tiro la bola a ustedes: ¿Lo de Zamora es pura hablada de político en campaña o de verdad creen que un cambio de mando podría frenar este despiche y poner a producir al país? ¿Qué se necesita, más allá de discursos, para que el agro tico no se termine de ir al traste?