¡Ay, Dios mío! Este caso de los secuestros de Angulo y Gurdián sigue dando qué hablar. Parece mentira que una banda organizada haya podido meterle mano a dos empresarios de renombre aquí en Costa Rica. Lo que parecía un par de eventos aislados resultó ser una red bien aceitada, con roles definidos y un plan maestro para sacar provecho de la desgracia ajena. Que sal nos dieron los delincuentes.
La Fiscalía Adjunta Especializada contra la Delincuencia Organizada (FAEDO) ha destapado una madeja impresionante de conexiones y operaciones financieras turbias. Según la acusación, estos trece tipos, más algunos que todavía andan sueltos, se pusieron a hacer cosas raras desde principios del 2023, uniéndose para llevar a cabo estos secuestros extorsivos. No precisamente para irse de pesca, sino para llenar los bolsillos a base de chantaje. Un verdadero despiche.
Lo que más me sorprende es la sofisticación con la que operaban. No eran unos borrachos sacando la macana a mordiscos, no señor. Hablamos de gente que estudió la situación financiera de las víctimas, hicieron seguimientos discretos, analizaron sus rutinas y, con toda la calma del mundo, diseñaron un plan para robarles a lo grande. ¡Qué carga de cerebro! Pero, claro, para hacer el mal hay que tener cierta habilidad, ¿verdad?
Y cómo le hacían para pedir el rescate... ¡en Bitcoins! Esto demuestra que ya no están jugando con candelillas. Buscaban la moneda virtual para lavar plata y esconderla de las autoridades. Porque que te rastreen con billetes frescos es fácil, pero con criptomonedas… ahí sí que se pone complicado. Un verdadero brete para la policía judicial tener que perseguir este tipo de flujos financieros.
Al mando de esta mara estaba un tipo llamado Byron Madrigal Calvo, el jefe mandamás. Él era quien daba las órdenes, coordinaba los secuestros y repartía la guagua a los cómplices. Después venían los “matones” como Ronald Leiva Rivas, el chofer que además cuidaba a las víctimas en los lugares donde los tenían encerrados. Osvaldo Ulate Garro se encargaba de la parte de inteligencia, siguiendo a los objetivos como sabuesos. ¡Un equipo completo!
Pero lo más curioso es cómo se dividieron las tareas para el lavado de dinero. Teníamos a Vilma Vargas Arce creando billeteras virtuales para recibir los pagos en cripto, y a Yordin Jiménez Sibaja haciendo lo mismo. Hernán Acevedo Carmona cambiaba los Bitcoins a Tether (USDT) y luego los diluía en otras billeteras antes de transformarlos en efectivo. ¡Una maquinaria perfecta para blanquear la lana sucia!
Las autoridades lograron desmantelar la banda gracias a la información recopilada tras el segundo secuestro, el del ingeniero agrónomo. Ahí fue cuando empezaron a conectar todas las piezas del rompecabezas y a descubrir la magnitud de la operación. Utilizaban diferentes líneas y teléfonos desechables para comunicarse, cambiando de número constantemente para no levantar sospechas. ¡Qué maña! Pero al final, la justicia echó raíces. Fueron encontrados muchos celulares y números usados para comunicarse entre ellos y con las familias de las víctimas.
Ahora, viendo todos estos datos, me pregunto: ¿Cómo podemos, como sociedad, prevenir que este tipo de bandas criminales se organicen y prosperen en nuestro país? ¿Es suficiente con aumentar la vigilancia policial o necesitamos atacar las causas profundas de la inseguridad y la desigualdad social que alimentan estas actividades ilícitas?
La Fiscalía Adjunta Especializada contra la Delincuencia Organizada (FAEDO) ha destapado una madeja impresionante de conexiones y operaciones financieras turbias. Según la acusación, estos trece tipos, más algunos que todavía andan sueltos, se pusieron a hacer cosas raras desde principios del 2023, uniéndose para llevar a cabo estos secuestros extorsivos. No precisamente para irse de pesca, sino para llenar los bolsillos a base de chantaje. Un verdadero despiche.
Lo que más me sorprende es la sofisticación con la que operaban. No eran unos borrachos sacando la macana a mordiscos, no señor. Hablamos de gente que estudió la situación financiera de las víctimas, hicieron seguimientos discretos, analizaron sus rutinas y, con toda la calma del mundo, diseñaron un plan para robarles a lo grande. ¡Qué carga de cerebro! Pero, claro, para hacer el mal hay que tener cierta habilidad, ¿verdad?
Y cómo le hacían para pedir el rescate... ¡en Bitcoins! Esto demuestra que ya no están jugando con candelillas. Buscaban la moneda virtual para lavar plata y esconderla de las autoridades. Porque que te rastreen con billetes frescos es fácil, pero con criptomonedas… ahí sí que se pone complicado. Un verdadero brete para la policía judicial tener que perseguir este tipo de flujos financieros.
Al mando de esta mara estaba un tipo llamado Byron Madrigal Calvo, el jefe mandamás. Él era quien daba las órdenes, coordinaba los secuestros y repartía la guagua a los cómplices. Después venían los “matones” como Ronald Leiva Rivas, el chofer que además cuidaba a las víctimas en los lugares donde los tenían encerrados. Osvaldo Ulate Garro se encargaba de la parte de inteligencia, siguiendo a los objetivos como sabuesos. ¡Un equipo completo!
Pero lo más curioso es cómo se dividieron las tareas para el lavado de dinero. Teníamos a Vilma Vargas Arce creando billeteras virtuales para recibir los pagos en cripto, y a Yordin Jiménez Sibaja haciendo lo mismo. Hernán Acevedo Carmona cambiaba los Bitcoins a Tether (USDT) y luego los diluía en otras billeteras antes de transformarlos en efectivo. ¡Una maquinaria perfecta para blanquear la lana sucia!
Las autoridades lograron desmantelar la banda gracias a la información recopilada tras el segundo secuestro, el del ingeniero agrónomo. Ahí fue cuando empezaron a conectar todas las piezas del rompecabezas y a descubrir la magnitud de la operación. Utilizaban diferentes líneas y teléfonos desechables para comunicarse, cambiando de número constantemente para no levantar sospechas. ¡Qué maña! Pero al final, la justicia echó raíces. Fueron encontrados muchos celulares y números usados para comunicarse entre ellos y con las familias de las víctimas.
Ahora, viendo todos estos datos, me pregunto: ¿Cómo podemos, como sociedad, prevenir que este tipo de bandas criminales se organicen y prosperen en nuestro país? ¿Es suficiente con aumentar la vigilancia policial o necesitamos atacar las causas profundas de la inseguridad y la desigualdad social que alimentan estas actividades ilícitas?